El fracaso del totalitarismo venezolano
Por Roberto Giusti
Hay
quienes podrían pensar que es una tonta ilusión, una intención manifiesta de
engañar a los demás o, peor aún, de engañarse a sí mismo, el hablar del
fracaso, desengaño o plazos existenciales breves de un proyecto, de un
movimiento y del hombre que los lidera. Sin caer en el pantano de las teorías
sobre el fraude, el ventajismo, las carretadas de billetes repartidos y demás
argumentos, nadie puede negar la vigencia de un fenómeno político electoral
cuya negación es el primer y fundamental error a la hora de rastrear las
consecuencias de una derrota.
Es
difícil, claro, porque en buena lógica y haciendo abstracción del análisis
sobre la estrategia y comportamiento de la oposición, nadie en su sano juicio
puede comprender cómo puede ser ratificada una tendencia política que tiene al
país sumido en la ruina, la violencia, la desesperanza y a punto de dar el paso
hacia las taras totalitarias con el asentimiento decidido, quizás ciego, quizás
ignorante, quizás feliz de ser nariceada, por parte de una considerable
mayoría.
Y,
sin embargo, con toda subjetividad, uno se atreve a aventurar que el proyecto
totalitario (la palabreja debería causar más temor que la inexacta de
"comunismo"), a la larga (o a la corta) no sólo está condenado al
fracaso sino que ya está fracasando. No puede ser de otra manera cuando la vía
democrática hacia la dominación total presenta dos debilidades básicas. Una, la
dependencia angustiosa del factor renta petrolera y otra, la pérdida, a
contrapelo, de su objetivo principal, que no es otro sino el control social.
El
socialismo real venezolano (versión posmoderna de las viejas revoluciones del
siglo XXI), basado en la democracia para liquidarse a sí misma sólo ha sido
posible gracias al financiamiento, con siderales cifras de dólares, procedentes
en su mayor parte de EEUU. Con ese bálsamo se han lubricado las tensiones
sociales y se atiende, a medias, robo descarado incluido, a una clientela
relativamente satisfecha. El día en que los precios del petróleo no puedan
cubrir una demanda cada vez mayor y más exigente, las convicciones comenzarán a
flaquear.
La
otra es el método de la destrucción del orden establecido (condición esencial
de toda revolución que se precie), es decir, la creación del caos, para fundar
un nuevo orden según lo estipula la doctrina, valga decir, las premisas
marxistas leninistas. Pues bien, la forma lenta y progresiva (la clásica es
violenta e inmediata) efectivamente ha logrado dinamitar parte del sistema
democrático, pero ese período de caos y anarquía, ha sido tan largo que no es
el control lo que se está imponiendo, sino todo lo contrario. Pero las crisis
no son estáticas, tienen un desenlace y éste no parece ser el que esperaba el
gran timonel.
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