Yo no daría por hecho que veremos en posiciones de secretarios de Estado a quienes tanto se ha mencionado en los medios en las últimas semanas.
Pascal Beltrán del Río“Nombrar y remover libremente a los Secretarios de Estado… y a los demás empleados de la Unión” es una de las facultades que confiere al Presidente de la República el artículo 89 constitucional.
Uno de los rituales de la sucesión en México consiste en el anuncio de quienes formarán parte del gabinete presidencial al arranque del sexenio.
Tradicionalmente esto ha ocurrido durante el mes de noviembre, unos días antes de la toma de posesión.
El presidente electo Ernesto Zedillo dio a conocer la designación de sus colaboradores el 30 de noviembre de 1994; Vicente Fox lo hizo el 19 de noviembre de 2000 y Felipe Calderón, en cuatro tiempos, entre el 21 y el 30 de noviembre de 2006.
Como ocurre cada seis años, ahora hay una enorme expectación respecto del anuncio que haga Enrique Peña Nieto sobre los integrantes de su gabinete. La especulación no es sólo sobre los nombres de los colaboradores del próximo jefe del Ejecutivo, sino incluso sobre la fecha en que los dará a conocer públicamente.
A diferencia de otros países, en México ha sido una tradición otorgar una gran importancia a los nombres del gabinete. Y se hace con razón y sin ella.
Por un lado, el gabinete —expresión que proviene de cabinet, o cuartito, lugar discreto donde se reunía el Consejo de los reyes de Francia— ha sido un terreno en el que se han forjado carreras políticas que han culminado en la Presidencia de la República.
Por ejemplo, tome el caso de José López Portillo, quien en sus memorias llama “sanctasanctórum” al gabinete donde construyó su ascenso a Los Pinos.
Fue en los últimos meses de 1959, aún en el arranque del sexenio de Adolfo López Mateos —cuenta él mismo en Mis tiempos—, cuando López Portillo arrancó su carrera burocrática. Entonces recibió la invitación de Guillermo Rossell, oficial mayor de la Secretaría del Patrimonio Nacional (Sepanal) para convertirse en su asesor jurídico.
En los siguientes 17 años, López Portillo sería director general de las Juntas Federales, de la propia Sepanal, jefe de la Oficina Jurídico Consultiva de la Secretaría de la Presidencia y subsecretario de la misma dependencia, ya en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz; después, en el período de Luis Echeverría, subsecretario del Patrimonio Nacional, director de la Comisión Federal de Electricidad y secretario de Hacienda.
A diferencia de otros Presidentes elegidos de 1929 a la fecha, López Portillo no fue embajador, gobernador o legislador antes de llegar a Los Pinos. Su carrera fue meramente burocrática. Y es el único en haber sido titular de de la CFE en el gabinete ampliado.
De los 13 Presidentes que ha tenido México de 1934 a la fecha, solamente Fox no ha sido secretario de Estado (es también el caso, por cierto, de Peña Nieto). Ahí se ve la importancia del gabinete como plataforma de lanzamiento hacia Los Pinos.
Y no hace falta ser secretario de Gobernación o de Hacienda al arranque del sexenio para alcanzar una candidatura presidencial al término de éste. De acuerdo con los antecedentes históricos, eso se puede lograr desde una secretaría con menos lustre en el terreno noticioso, como Agricultura, Trabajo y Educación; incluso desde una subsecretaría.
En lo que creo que se sobrevalora al gabinete con el que comienza el sexenio es que el Presidente tiene la facultad de nombrar a los secretarios de Estado… pero también de removerlos.
Recuérdese qué sucedió con las carreras políticas de secretarios poderosos como Hugo B. Margáin, Carlos Tello Macías, Jesús Silva-Herzog Flores, Fernando Gutiérrez Barrios, Esteban Moctezuma, Jaime Serra Puche y Francisco Ramírez Acuña —todos ellos nombrados al principio del sexenio— luego de que fueron removidos por el Presidente en turno. Seis años pueden ser muy largos.
Obviamente, la proyección política de sus integrantes no es la única función del gabinete. El desempeño del Presidente depende de la habilidad de sus secretarios de Estado. Por eso también es importante el cuidado que tiene al elegir su equipo.
Durante los primeros nueve sexenios de la etapa hegemónica del PRI, el Presidente de la República no tenía el control absoluto de esas designaciones. Parte del gabinete se llenaba con una lógica corporativa. Había un número de asientos reservados para el PRI, la CNC, la UNAM, etcétera.
Hace unos días, el amigo y colaborador de estas páginas, José Elías Romero Apis, recordaba que ese estilo de nombrar gabinete se rompió con el presidente Miguel de la Madrid, quien llenó el despacho con quienes habían sido sus colaboradores en años anteriores: Carlos Salinas de Gortari, Manuel Bartlett, Ramón Aguirre, Jesús Silva-Herzog, Bernardo Sepúlveda, Francisco Labastida, Héctor Hernández…
Fuera de esa lógica se encontraban pocos miembros del gabinete delamadridista, como Jesús Reyes Heroles, Arsenio Farell Cubillas y Sergio García Ramírez.
¿Qué lógica utilizará Enrique Peña Nieto para nombrar a su equipo? Eso está por verse, y con esa decisión comenzará por mostrar su estilo personal de gobernar.
Los dos sexenios que lleva el PRI fuera de la Presidencia de la República hacen imposible pensar en que la lógica de Peña Nieto para nombrar a su gabinete se parezca a la de mandatarios anteriores. Lo mismo pasó con Fox, que recurrió a headhunters para nombrar a parte de su gabinetazo, y con Calderón, que hizo de la lealtad el factor principal de su decisión.
En el caso de Peña Nieto, éste no llega a la Presidencia luego de una larga trayectoria en la administración pública. Tiene un equipo de colaboradores que sólo se ha forjado en un gobierno estatal y una serie de alianzas políticas limitadas.
También es un hombre que suele sorprender con sus decisiones, como lo mostró en la elección de Eruviel Ávila —y no de su amigo Alfredo del Mazo— como su sucesor en el Estado de México.
Lo anterior me lleva a pensar que la Presidencia de Peña Nieto será impredecible. Y la primera incógnita es el nombramiento de su gabinete.
Yo no daría por hecho que veremos en posiciones de secretarios de Estado a quienes tanto se ha mencionado en los medios en las últimas semanas.
Por ejemplo, no tengo la certeza de que Miguel Ángel Osorio Chong vaya a ser secretario de Gobernación, como se ha especulado. O que Luis Videgaray vaya a despachar como titular de Hacienda.
Si me equivoco, querrá decir que Peña Nieto será un Presidente más predecible de lo que yo había imaginado y de lo que su propia historia política indicaba.
Hasta ahora el político mexiquense ha mostrado una gran capacidad de improvisación y de superación de crisis. Escándalos como las finanzas de Arturo Montiel y la muerte de la niña Paulette se diluyeron con relativa facilidad, contra lo que pronosticaban muchos.
Me parece que debemos estar listos para varias sorpresas en el nombramiento de sus próximos colaboradores, aunque sí creo que el equipo que lo ha acompañado desde Toluca alcanzará posiciones en la administración pública. Cuáles, eso está por verse.
También preveo que el Presidente participe personalmente en las negociaciones políticas que emprenda su gobierno. En ese sentido será su propio secretario de Gobernación, del mismo modo que Ernesto Zedillo fungió como su propio secretario de Hacienda.
A Peña Nieto le toca inaugurar una etapa. Todo lo que hemos visto hacer a un Presidente de la República, desde el nombramiento de su gabinete hasta las relaciones con la oposición y los gobernadores, seguramente cambiará.
Y necesitaremos nuevas categorías de análisis para medir tanto sus éxitos como sus fracasos.
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