22 noviembre, 2012

El ritual del 1 de diciembre: el discurso presidencial inaugural

José Elías Romero Apis, reflexiona sobre los mensajes con los que comenzaron su mandato 13 Presidentes, desde Lázaro Cárdenas hasta Felipe Calderón

José Elías Romero Apis *
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Fotos ArchivoExcélsior

Primera de tres partes
CIUDAD DE MÉXICO, 22 de noviembre.- Aunque la Constitución no obliga a que el Presidente entrante dé un mensaje luego de rendir protesta, es una costumbre que lo haga, ya sea en el Congreso o en otra sede.
1. La idea central
Nuevamente me encuentro con el amable lector en estas páginas que el argot periodístico conoce como artículo especial, quizá para distinguirlo de aquellos que aportamos semanalmente y con programación predeterminada y preconocida.
El tema de éste es lo que se conoce como “discurso inaugural” y es el que pronuncian los Presidentes en la ceremonia en la que juran el desempeño de su encargo y toman posesión del mismo. Para obtener la información necesaria para su elaboración, Pascal Beltrán del Río, director editorial de Excélsior, dispuso que me facilitaran, del archivo de este diario, los ejemplares de los días 2 de diciembre de los años de elecciones. Es decir, el ejemplar periodístico donde se reseña la ceremonia de transmisión del Poder Ejecutivo y se incluye, en texto completo, el discurso presidencial.


La experiencia fue deliciosa. Durante toda una mañana me encerré en la Sala del Consejo de esta casa editorial con los tomos empastados donde se reseñan las 13 tomas de posesión que van desde la de Lázaro Cárdenas hasta la de Felipe Calderón. Acoté, arbitrariamente, mi campo de observación a tan sólo las presidencias que han sido sexenales. Antes de ello, recuérdese que eran cuatrienales.
Pero, además, la curiosidad no me detuvo en leer discursos presidenciales. De paso, viajé en la máquina del tiempo que son las hemerotecas y me entretuve viendo anuncios de comercios que ya no existen o de entonces novedades del momento como las lavadoras, los televisores o el más famoso refresco embotellado. No se diga las páginas sociales que, si las de hoy nos mueven a risa, las de entonces provocarían chunga.
Allí, en la mesa donde todos los días se deciden las páginas con las que desayunarán los mexicanos al día siguiente, tomé mis notas y registré mis reflexiones. Pero, también, como en todo ejercicio histórico, traté de ubicarme en el personaje central. En el Presidente-orador. En sus sentimientos de ése su glorioso día. En las circunstancias de una ceremonia compleja. En el ambiente nacional que rodea a esa transmisión de poder. En lo que pensará un Presidente debutante. En sus alegrías, sus esperanzas y su temores. En su familia y en su equipo.
Pero, sobre todo, tenía que centrarme en su discurso. En sus deseos, en sus ilusiones y hasta en sus fantasías. Todo ello, pasando por sus angustias, sus propósitos y sus promesas. En los consejeros que le surtieron las grandes líneas. En los técnicos que le dieron los datos precisos. En los coautores que lo ayudaron a redactarlo. En los autores anónimos si es que se lo hicieron todo. Y en los consultores que lo escucharon veinte veces hasta estar seguros de cómo sonaba.
Con todo ello quedó un documento de cinco veces el tamaño del que hoy presento. Ningún periódico lo publicaría. Ni siquiera Excélsior, que bien me quiere y mucho le debo. Por eso, me apliqué a utilizar la goma de borrar hasta dejarlo como quedó. Mi mayor deseo, que lo disfrute el lector.
2. No existe un modelo de discurso inaugural
No existen patrones de instructivo ni paradigmas del pasado que nos indiquen, de manera inexorable, el formato que tiene dicha alocución.
Lo primero que la irreflexión nos surte es que se trata de un discurso muy importante en la vida del orador que lo pronuncia y en la de su país. Pero una introspección más detenida no indica que no existe, necesariamente, una razón para ello.
Desde luego, pareciera que debiera ser el mejor. Que ya que una nación está estrenando Presidente, éste se afanara por demostrar que, por lo menos, es un buen orador político. Creo que él mismo supone que el suyo habrá de ser uno de los grandes discursos de la historia de su país. Pero ya hemos visto que no es así. En México podría decirse que nunca el discurso inaugural ha sido el mejor pronunciado por el respectivo Presidente.
Por ejemplo, de entre los discursos famosos en la historia política mexicana mencionaré tres. El más famoso de Plutarco Elías Calles no fue el primero sino el último que pronunció como Presidente. Fue el dicho con motivo de su último Informe de Gobierno, en septiembre de 1928, al cual se le conoce como De los caudillos a las instituciones.
En esta pieza histórica, Calles delinea todo el siglo XX mexicano.  Sentencia que la Revolución Mexicana ha rebasado una etapa de caudillismos y que ahora entrará a una era de instituciones. Que éstas y no aquéllos serán el eje rector del poder político mexicano. Y que a ellas tendrán que someterse todos los intereses personales o de grupo que, hasta ese momento, habían enfrentado a los líderes revolucionarios y habían arriesgado el destino de su movimiento.
Por si fuera poco, en ese discurso anuncia la inminente fundación del PRI, con su nombre inicial, el cual habría de convertirse en el partido político más importante de la historia latinoamericana.
Un segundo discurso que mencionaría es el pronunciado por Adolfo López Mateos en la convención partidista que lo postuló a la Presidencia de la República, allá en noviembre de 1957. No se trató de un discurso de grandes alcances políticos ni históricos como el que he mencionado de Calles. Pero sin duda alguna se trata de una arenga muy bella, con muy buena técnica discursiva y muy lleno de inflamación patriótica. Puede no ser un  discurso importante pero es un discurso muy emocionante. Se le conoce como La entrega de mi vida e, incluso, una de sus más famosas frases es la que adorna el mausoleo del ex Presidente.
Por último, evoco el que pronunció Luis Echeverría en octubre de 1969. Fue pronunciado a los dos o tres días de haber sido “destapado” como candidato presidencial y se le conoce como el Discurso de las Inconformidades. Más aún, por eso al patio donde fue pronunciado en la Secretaría de Gobernación se le conoce como el “patio de las inconformidades”.
Fue una pieza de unos siete minutos pronunciada ante jóvenes universitarios y politécnicos.  Su contenido fue una crítica al sistema político mexicano, en lo que tenía de criticable a los ojos de las nuevas generaciones.  Su estructura estuvo compuesta por una decena de párrafos donde cada uno comenzaba con la expresión “estoy inconforme”, seguida de la mención de los vicios en los que había ido cayendo no sólo el gobierno de México sino, también, la propia sociedad mexicana: la represión, la corrupción, la simulación, la intolerancia, la hipocresía, el egoísmo, la ambición y muchos otros vicios.
Este discurso fue muy bien dicho, aunque no serviría para ganar ningún concurso de oratoria. Pero lo verdaderamente trascendente es que tuvo el enorme e insustituible mérito de la oportunidad. En ello hubo talento y visión.
La juventud mexicana de entonces se encontraba un año después de Tlatelolco.  Las heridas todavía sangraban. Ese discurso significaba una mano amiga que tendía, ni más ni menos, el candidato presidencial del PRI. El candidato del sistema considerado por los jóvenes como cruel y perverso. En pocas palabras, el candidato de Díaz Ordaz. Sin embargo, los jóvenes encontraron y tomaron esa mano abierta, se entusiasmaron y se emocionaron y, con ello, las generaciones mexicanas se reconciliaron o, por lo menos, se serenaron.
Pero, repito, esos sus mejores discursos no fueron sus mensajes presidenciales inaugurales.
En otras latitudes esta regla acontece muy similar a como ha sucedido en México. Sin embargo, tengo una excepción y media. Los dos mejores discursos de Franklin Roosevelt están considerados dentro de los cuatro mejores discursos de la historia política de los Estados Unidos. Y, uno de ellos, fue su discurso inaugural. Se le conoce como El miedo del miedo, y toma su nombre de la advertencia que hace a su pueblo en el sentido de que a lo único que deberían tenerle miedo es al propio miedo.
La trascendencia política de ese mensaje fue histórica. Con ese discurso se inició la recuperación anímica, económica y política de una nación en esos momentos agobiada por la depresión económica, por el hampa y por la desesperanza.
Otra semi-excepción sería el discurso inaugural de John  F. Kennedy. No es una oración de gran contenido, pero se hizo famosa por aquella frase de “no preguntes lo que puede hacer tu país por ti, sino lo que puedes hacer por tu país”. Ésta se convirtió en una de las frases más conocidas de Kennedy. Sin embargo, su discurso más importante lo dijo en la capital alemana y se le conoce como Yo soy berlinés.
En fin, creo que el Presidente orador no está obligado a llegar a la cúspide de su carrera tribunicia en el primer día de su mandato. No tiene por qué vaciarse en el principio. Lo mejor de una vida, de un matrimonio o de una profesión no son el bautizo, la boda ni la graduación. El principio no es el fin y no debemos hacer que lo parezca.
3. El escenario: la toma de posesión
El ceremonial de la toma de posesión presidencial difiere mucho de país a país. Por ejemplo, en Estados Unidos la ceremonia es todo un evento lleno de formalidad, pero también de entusiasmos y de espectacularidad. Se desarrolla en la afueras del Capitolio para el efecto de que pueda asistir una gran cantidad de invitados. Pero en Francia, sin  embargo, es una ceremonia de tendencia muy sencilla.
En esto, también, tiene mucho que ver el tiempo que dista entre la elección presidencial y el inicio del mandato. En los Estados Unidos transcurren casi tres meses entre la elección que se verifica el primer martes de noviembre y el 20 de enero, día del inicio del mandato presidencial. En Francia, en cambio, tan sólo transcurren unos días entre la elección y el relevo. Un lapso mayor propicia una ceremonia más formal.
En el caso mexicano, transcurren casi cinco meses entre el primer domingo de julio, fecha electoral, y el primero de diciembre, fecha asuncional. El evento se realiza, por disposición constitucional en una sesión de Congreso General, ante el cual se protesta el leal desempeño del encargo.
El lugar de ceremonia ha sido diverso. Cárdenas y Ávila Camacho juraron en el ya extinto Estadio Nacional. Alemán y Ruiz Cortines, en la Cámara de Diputados, entonces en Allende y Donceles. López Mateos y Díaz Ordaz, en Bellas Artes. Echeverría y López Portillo, en el Auditorio Nacional. Y de Miguel de la Madrid a Felipe Calderón, en el Palacio Legislativo de San Lázaro.
Ahora vamos a lo que tiene que ver con el discurso. La Constitución Política no dispone ni obliga a que se pronuncie discurso alguno. La única obligación es la de rendir la protesta señalada en el artículo 87 constitucional. Sin embargo, por una tradición de cortesía, se ofrece el uso de la palabra al nuevo Presidente de la República, para que dirija un mensaje al Congreso de la Unión y al pueblo de México.
Es por eso que el mandatario entrante toma la cortesía congresional y pronuncia su discurso. Claro que, en ocasiones, las cortesías recíprocas han pasado al cesto de la basura. En ocasiones, por grosería de algunos congresistas. Salinas y Calderón fueron maltratados por las bancadas derrotadas. En otros casos, por descomedimento presidencial. Echeverría les endilgó un discurso inaugural de hora y media de duración, lo cual es una insolencia, y Fox fue indecente con los priistas, sus creencias y sus próceres.
Felipe Calderón ha sido el único que no fue invitado a hablar, dadas las especiales circunstancias en las que rindió juramento, al final de lo cual se retiró habiéndose cumplido con el mandato constitucional.
 Ahora bien, una innovación constitucional reciente abre la posibilidad de recintos alternos cuando el mencionado ceremonial no pueda realizarse en la sede congresional. Pero tampoco obliga a discurso alguno. Este sigue siendo optativo y discrecional.
Pero, los Presidentes panistas iniciaron una modalidad que no sé si subsistirá para el futuro. La de realizar una ceremonia propia después de la oficial. Tanto Fox como Calderón la realizaron en el Auditorio Nacional. Allí Fox pronunció su “segundo” discurso inaugural, y Calderón el único que pronunció, porque no lo hizo en el Palacio Legislativo.
Habrá que ver si Enrique Peña Nieto sigue la tradición priista de una sola ceremonia y un solo discurso o adopta el estilo panista de doble fiesta y doble perorata.
Seis años después
En el Palacio Legislativo de San Lázaro se espera para el 1 de diciembre próximo un ambiente diferente al de hace seis años.
El 1 de diciembre de 2006, Felipe Calderón se puso la Banda Presidencial entre los gritos y protestas de los legisladores de los partidos políticos de izquierda, luego de las quejas de quien fue su candidato a Los Pinos, Andrés Manuel López Obrador, por el resultado de los comicios.
Esta vez, López Obrador ha anunciado protestas luego de ser derrotado por segunda vez consecutiva en los comicios presidenciales, pero ahora sin tener tantos afines en el Legislativo.
Excélsior publicó el 8 de octubre pasado que hay legisladores que no ocultan su respaldo al ex candidato presidencial, aunque únicamente tiene la lealtad de ocho senadores y una decena de diputados federales.
Aunque 46 por ciento de los senadores de izquierda se asumen abiertamente como aliados o incondicionales de Andrés Manuel López Obrador, sólo ocho de ellos se arrogan plenamente como integrantes del Movimiento de Regeneración Nacional.
Se trata de Manuel Bartlett, David Monreal, Marco Antonio Blásquez, Ana Gabriela Guevara, Layda Sansores, Martha Palafox, Adán Augusto López y Alejandro Encinas.
En tanto que en San Lázaro si bien en el discurso y en sus propuestas los 135 integrantes del llamado Frente Legislativo Progresista se han manifestado por defender la plataforma política del tabasqueño, en la práctica esto no se traduce en una incondicionalidad en cuanto a la filiación partidista.
En consecuencia, entre las curules de San Lázaro, los fieles incondicionales de Morena y su futuro apenas suman una decena, entre ellos Martí Batres, quien anunció su integración al movimiento político de Andrés Manuel López Obrador.

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