01 noviembre, 2012

José López Portillo “afrontó críticas con valentía”

José López Portillo “afrontó críticas con valentía”

El sexenio 1976-1982 es recordado por problemas de corrupción, la crisis petrolera y la lágrima derramada en un discurso

Andrés Becerril
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CIUDAD DE MÉXICO, 1 de noviembre.- Rafael Tovar y López Portillo nació en 1980, dos años antes de que José López Portillo y Pacheco dejara Los Pinos. Por eso es que todos los recuerdos de Rafael Tovar sobre su abuelo son de cuando éste se convirtió en ex Presidente de México y hasta 2004, cuando murió siendo un incansable lector de Shakespeare y fan de Bond, James Bond.


“Básicamente todo el tiempo que recuerdo a mi abuelo fue como ex Presidente. Él deja Los Pinos en 82, cuando yo tenía dos años, y muere en 2004, cuando yo tenía 24, por lo que todos mis recuerdos son de ese periodo, del postsexenio”, describe su nieto.
Tovar y López Portillo fue el nieto preferido de José López Portillo, quien gobernó el país entre 1976 y 1982. Fue el más cercano al ex Presidente por dos razones fundamentales: porque fue el primer nieto y porque era el nieto que más buscaba y frecuentaba al hombre que llamaba cariñosamente Tatapá, como terminaron llamando a José López Portillo sus demás nietos.
Rafael Tovar recuerda en entrevista que los años de la ex Presidencia de su abuelo “fueron de altas y bajas. Fueron años de problemas políticos que le achacaron a mi abuelo; por supuesto que como familia los sufrimos todos.
“Siempre habíamos dicho que nuestra familia era un muégano, y sí, francamente puedo decir que lo hemos sido, y todos sufrimos lo particular de los demás miembros del muégano”.
El nieto mayor del ex Presidente, quien es hijo del embajador e historiador Rafael Tovar y de Teresa y de Carmen Beatriz López Portillo Romano, actual rectora de la Universidad del Claustro de Sor Juana, lamenta que muchos mexicanos tengan memoria corta para las buenas cosas que, señala, hizo su abuelo durante su administración, como la tasa de crecimiento de 8.4 o los proyectos culturales, de agricultura y de alimentación, y que lo único que recuerden sea “la lágrima” del último Informe de Gobierno.
“Porque dicen que lloró, y no lloró; se le quebró la voz y se limpió una lágrima. Y es lo único que recuerdan, una crisis petrolera internacional que le achacaron a él como una cosa personal.”
Tovar y López Portillo, que actualmente estudia un doctorado en administración cultural educativa en la Universidad de San Diego, comentó que su abuelo estaba consciente de todas las críticas que la gente hacía a su administración y que “las enfrentaba como hombre, como caballero, porque nunca fue de exabruptos ni de arranques violentos ni de enojos; al contrario, era un hombre muy templado. Incluso cuando en el periódico leía algo o alguien le contaba cualquier cosa que lo criticaban, sí se disgustaba, pero no pasaba a mayores, no hacía caso.”
En su domicilio particular, donde recibió a Excélsior, Rafael Tovar y López Portillo no escatima un solo rincón para mostrar la admiración por el ex Presidente mexicano: tiene un busto en bronce, recuperó el título de abogado de su abuelo, conserva dos de sus cuatro bandas presidenciales, obtuvo en una subasta los retratos del padre y del abuelo del ex Presidente que López Portillo pintó, y tiene el desvencijado sillón donde pasó sus últimos días. Fotografías de Rafael con su abuelo hay por decenas en portarretratos.
A manera de confirmación de que el amor era bien correspondido, Rafael contó que López Portillo se quedó con el primer número de sus memorias Mis Tiempos, que el segundo se lo dio a Carmen Beatriz y que él tiene el tercero. “Pero cuando me lo dio, me dijo: ‘No creas que eres el tercero, eres el primero’.
“Fue un gran abuelo, muchos años fue mi mejor amigo. Fue un abuelo excepcional, un hombre que hacía todo en el mismo día: leía, se ejercitaba, pintaba, escribía, recibía a personas, nadaba; hacía todo como si fuera su último día.”
Cercanos lo abandonaron
Rafael Tovar recuerda que, después de la Presidencia, la familia se fue a vivir a las casas de Cuajimalpa “con el poco célebre apodo que le pusieron; era una serie de casas que se juntaban por medio de un jardín interno y yo, después del colegio, me pasaba muchas tardes con él.
“Tenía siete, ocho años, y empezábamos a pintar o escribíamos o leíamos. Yo, por supuesto, mis libros infantiles. Por esas fechas escribía sus memorias. Platicábamos, jugábamos, nadábamos, hacíamos gimnasia, era una relación muy bonita. Muy pura, de dos amigos”.
“Ese momento (1987, 1988) es cuando gente muy cercana a él lo deja caer; gente que nunca se imaginó que lo abandonaría, lo abandona; gente que estuvo muy cerca durante su sexenio, gente que se benefició gracias a mi abuelo, por eso fue que nosotros nos llamamos el muégano, porque no nos dejamos caer.”
Al término de su administración, José López Portillo cargó con toda clase de acusaciones sobre corrupción, que incluía precisamente la casa donde fue a vivir después de dejar Los Pinos, y que popularmente se conoce como la Colina del Perro, en alusión a que en Guadalajara había dicho que defendería el peso como un perro.
Cuando cambian de residencia a París, es que el nieto toma conciencia de quién era su abuelo. A su regreso, “mis papás hablan conmigo y con mi hermana, al poco tiempo de regresar al país, para que supiéramos a lo que nos íbamos a enfrentar y por supuesto nos enfrentamos más de una vez a críticas.
“Como también nos enfrentamos a muchas cosas buenas, como entrar a un restaurante y que toda la gente se pusiera de pie y le aplaudiera.
“Por alguna razón la gente insiste en eso de los ladridos y yo, que puedo decir que fui quien más salió con él en público, nunca los escuché; seguramente algún cobarde lo habrá hecho desde alguna multitud, pero no plantándosele enfrente diciéndole ‘yo a usted no lo quiero por esto y esto’, pero claro, protegido en el anonimato, como ahora en una computadora y en ese momento entre una multitud, es un acto irresponsable, porque es un cobarde.
“Nunca escuché los mentados ladridos, pero sí me tocó muchas veces llegar a un restaurante, a un teatro, y que la gente se pusiera de pie y les aplaudiera, tanto a él como a mi abuela, Carmen Romano”.
La biblioteca, lugar preferido
El nieto de López Portillo mencionó que, dentro de lo que cabe, hacían una vida normal. “Nos íbamos de viaje, íbamos a Sanborns; un lugar que le gustaba mucho a él era el restaurante Altamira, o al cine. Lo primero que hacíamos en cuanto saliera una película de James Bond era comprar los boletos e ir al cine. Le encantaba James Bond”.
“Pasábamos mucho tiempo en su casa, ya de más grande, jugando dominó, le encantaba el dominó, nos íbamos a Acapulco, al rancho de Valle de Bravo, era realmente una vida muy de familia”, subraya Rafael Tovar.
Comenta que el lugar preferido de su abuelo en toda la casa era la biblioteca, compuesta por más de 95 mil volúmenes, que ya dejó de ser patrimonio de la familia porque la actriz Sasha Montenegro, su segunda esposa, la vendió.
“Es una biblioteca que creció de generación en generación; originalmente perteneció a su tatarabuelo. Ése era su microuniverso, él ahí tenía todo: a Shakespeare, tenía a los griegos, tenía todo. ‘Mi universo interior lo llevo conmigo, pero mi mundo es mi biblioteca’, me dijo mi abuelo.”
Afirma Rafael Tovar que la salud de su abuelo empieza a disminuir “después de un matrimonio desafortunado con una actriz extranjera, y es ahí donde empiezan los problemas de la espalda, primero, luego una operación a corazón abierto, y por una diabetes tardía que le descubren a los sesenta y tantos años, en combinación con la embolia que le dio en 1994, es que la microcirculación de la pierna izquierda se le disminuye.
Esos factores provocan “que mi abuelo esté en una silla de ruedas, con la mitad del cuerpo paralizado. Por medio de terapias, cámaras hiperbáricas y tratamientos, es que logra más o menos recuperarse, pero con la diabetes un pie le dolía mucho.
“Eso no le impedía que se levantara todas las mañanas a hacer el poco ejercicio que podía, bicicleta estacionaria, abdominales, un poco de pesas para el movimiento de los brazos y, eso sí, seguía alimentando su universo interior.
“Antes de que empezara a recibir gente, ya había leído todos los periódicos, estaba muy bien informado de lo que pasaba en México y en el mundo.”
Como muestra de la importancia que le daba a la información su abuelo, Rafael Tovar recuerda que fue López Portillo quien le informó lo que pasaba en las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. “Entraba a clases en la Ibero y mi abuelo me llama por teléfono celular y me dice lo que pasa.”
Tovar y López Portillo afirma que de su abuelo aprendió muchas cosas, pero una fundamental fue el amor incondicional de un abuelo a un nieto. “Era un amor muy puro”. Explica que conforme fue creciendo él fue entendiendo mucho mejor a López Portillo.
“Yo empiezo a madurar y lo entiendo mejor desde el punto de vista político, intelectual, familiar, de nuestra propia relación”, afirma el nieto favorito del ex presidente López Portillo, que añora la forma en que su abuelo lo llamaba: Chatito.
La vida en París
Después del sexenio (1976-1982) “nos fuimos a vivir a París, y mi abuelo en esos años vivió entre Sevilla y Roma; en Sevilla, porque ahí estaban su mamá y sus hermanas, y en Roma, porque era la ciudad que más le gustaba, la llamaba el ombligo del mundo”, recuerda Rafael Tovar y López Portillo.
“En la escuela, la maestra nos hace un ejercicio de dibujar la casa, y a mí se me hizo muy fácil dibujar mi casa de México, porque, aunque he vivido la mitad de mi vida fuera de México, mi cabeza y mi corazón están en México; aquí es mi hogar, aquí tengo a mis vivos, aquí tengo enterrados a mis muertos, aquí tengo mis raíces, y pinto la casa y a unos soldados en cada esquina. Y la maestra, que se llama Isabel, me pregunta ‘¿quiénes son estos hombrecitos?’, ‘Son unos soldados’, le digo, ‘¿pero cómo unos soldados?’
“Llama a mis papás, diciéndoles que no tenía problemas, pero sí mucha imaginación. Mi mamá le explicó la situación y esa noche, en la casa, mis papás me platican que mi abuelo fue Presidente de México, y aunque yo sabía que mi abuelo había sido importante, no entendía más. Encima de mi cama en París tenía una foto de él con la banda presidencial, pero como yo había visto siempre así a mi abuelo, para mí era una cosa normal.”

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