29 noviembre, 2012

La fortuna en la política


La fortuna en la política

Otto Granados

Si, como creía Maquiavelo, la fortuna es el árbitro de la mitad de nuestras acciones entonces también es cierto que la siguiente administración podría, siguiendo la misma idea del florentino, gobernar la otra mitad y eventualmente arrojar resultados importantes. Veamos.
 
Por un lado, buena parte de los actores económicos —empresarios, analistas, inversionistas, organismos, think tanks— nacionales e internacionales se ha encargado de hacer sentir que se está gestando una atmósfera favorable para México durante los próximos años.



La estabilidad macroeconómica de México; la modesta aunque aparentemente clara recuperación de la economía norteamericana; el aumento de la clase media nacional; los mejores crecimientos en México comparados con el bajísimo promedio de la última década; los incrementos salariales en China y los elevados fletes para exportar sus productos a otros continentes que le restan competitividad o el parón, por llamarlo de algún modo, de Brasil, entre otras cosas, han sembrado un ánimo optimista dentro y fuera del país de que las cosas van bien.


Esta es la primera mitad de la que hablaba Maquiavelo. ¿Es suficiente ese fresco, asumiendo que permanezca intacto, para entregar cuentas aceptables en 2018? Si se quiere ir con la inercia, sí. Si se quieren hacer cosas grandes, desde luego que no y aquí entra la otra mitad.


México, para empezar, no tiene ya una asignatura democrática pendiente. La insatisfacción con su calidad es evidente y serían deseables mejores prácticas e instituciones, pero el corazón de la exigencia colectiva no parece residir en la zona política.


Tampoco hay una discusión acerca del modelo económico —me refiero a una discusión conceptual rigurosa y seria— sino en todo caso de sus disfunciones y de los graves problemas que no ha podido superar como la desigualdad. Y está por verse, cuando el nuevo gobierno ofrezca un diagnóstico puntual, causal, documentado y veraz, de qué tamaño era realmente la dimensión y complejidad de la inseguridad y la violencia que ha intoxicado el panorama público estos años.


Por tanto, las acciones de gran calado y los resultados verdaderamente de largo alcance que ofrezca la administración Peña tendrán que ir, casi por necesidad, por otro lado y en ese horizonte destacan esencialmente dos avenidas que se entrecruzan.


Una es la del crecimiento. Algunas estimaciones predicen que éste será, en promedio, de un 4.65 por ciento anual. En consecuencia, el nuevo gobierno tendrá que impulsar las políticas públicas pertinentes —inversión, productividad, mayor sofisticación económica, etc.— que tomen este pronóstico como un piso y lo hagan crecer al menos uno o dos puntos más. Es decir, las distintas decisiones y reformas futuras tendrán sentido si contribuyen a alcanzar esa meta.


La otra es mejorar sustancialmente la equidad a través de la universalización de la seguridad social, la dotación de capacidades a la gente mediante una educación de alta calidad y la profundización del acceso a la salud, entre otras prioridades.


Si el próximo Presidente ha tenido la suerte de su lado, su gobierno podría aportar la virtud para hacer cosas efectivamente grandes.


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