29 noviembre, 2012

El PAN, Calderón. El frío adiós



El PAN, Calderón. El frío adiós
Autor: Roberto Cruz

Con mucha indiferencia, y poca nostalgia popular, el PAN abandona la Presidencia de la República; el sábado, el PRI comienza a jugarse su nueva oportunidad.


Ni Fox ni Calderón construyeron el nivel necesario para ser envueltos en la gloria de verdaderos estadistas. Con el poder hicieron malabares, pero en muchos momentos carecieron de la necesaria destrezaNi Fox ni Calderón construyeron el nivel necesario para ser envueltos en la gloria de verdaderos estadistas. Con el poder hicieron malabares, pero en muchos momentos carecieron de la necesaria destreza

 
A tres días del cambio de gobierno –Felipe Calderón pasará la banda presidencial a Enrique Peña Nieto- me da la sensación de estar, otra vez, en el año 2000, cuando la mayoría de los mexicanos decidió darle a otro partido distinto al PRI la oportunidad de gobernar el país.


Existían suficientes razones para probar otra opción ante las oxidadas y obsoletas formas de generar desarrollo o de, simplemente, no intentarlo.
El PRI, prácticamente, había perdido la brújula en cuanto al sentido social de gobernar.


En aquellos días, un personaje como salido de las películas mexicanas de vaqueros vengadores, estilo “El Charro Negro” o “El Zorro”, llenaba de ilusión a los pobres, a los desempleados, a los asalariados, a los padres de familia y, claro, también a los empresarios.


Se llamaba Vicente Fox y era el candidato presidencial del Partido Acción Nacional. Extraño, porque el PAN es un partido asociado con el sector empresarial, no con el campo o el medio rural mexicano.


Pero, sin embargo, era el aspirante panista: Bigotón, de sombrero, botas vaqueras, cinturón, hebilla ancha y voz mandona. Ahora sí, pensamos muchos, adiós a la corrupción, a la mentira, al despilfarro.


Porque eso, vehemente, prometía el PAN.


Al fin, se escuchaba, bienvenido el crecimiento, la recuperación, el empleo, la mejoría en la calidad de vida.


Se inventó, entonces, el término de la “alternancia” como palabra mágica para la transformación de México. La panacea era, entonces, esa palabra resumiendo la urgencia de un cambio y el partido sustituto del PRI.


A los mexicanos nos urgía un cambio de ruta. ¿Hacia dónde y encabezado por quién?


Urgía, también, un escarmiento al PRI, bajarlo de la nube, hacerle ver y sentir el peso de la ciudadanía enviándolo a la retaguardia de los partidos políticos, como ocurrió, finalmente, seis años después con la postulación de Roberto Madrazo como candidato presidencial en el 2006. El priísmo tocaba fondo.


Para la ciudadanía se agotó aquel último reducto de fe de “más vale malo por conocido que bueno por conocer”. Se requería a uno bueno, o medio bueno, aunque se corriera el riesgo de no conseguirlo, como ocurrió.


En esta coyuntura, la Derecha le arrebató a la Izquierda la oportunidad de ser sustituto del PRI en las riendas del país. Una década antes de alcanzar la Presidencia de la República, el PAN comenzó a gobernar municipios y, después, estados, mientras la Izquierda se recomponía a partir de la desaparición de agrupaciones extremas, como el Partido Comunista y el incipiente surgimiento del PRD.


Para fines prácticos, y de obviar la historia política de las ideologías, sus contrastes y excesos, baste describir el cierre de los 12 años del PAN en los resultados de dos hombres, quienes, finalmente, tuvieron en sus manos la larga o corta permanencia (como sucedió) de su partido en el poder: Vicente Fox y Felipe Calderón.


Del primero se ha dicho casi todo hasta la saciedad, incluyendo sus grandes diferencias con Calderón, expresadas por él mismo, aun dos semanas antes de concluir la era panista en el Gobierno federal.
Sobre el segundo, la realidad es clara y delinea el raquítico sentimiento de la población ante su partida dentro de unas cuantas horas.


Nunca un Presidente de la República se había despedido a diario, durante semanas, ante tanta indiferencia de la gente. No existe un mínimo lamento por la disolución o desaparición de la opción esperanzadora de un México, representada por el PAN hace 12 años.


Ni Fox ni Calderón construyeron el nivel necesario para ser envueltos en la gloria de verdaderos estadistas. Con el poder hicieron malabares, pero en muchos momentos carecieron de la necesaria destreza.


Hoy, Calderón hace hasta lo imposible para ser recordado, en algún rubro, sin lograr extirpar el tumor mortuorio sobre su espalda.


Así, mientras la vida del país transcurre y se refleja en otros escenarios, como el Congreso, la Casa Blanca, los estadios de futbol, las calles ocupadas por cuerpos exangües, las plazas comerciales (gracias a su Buen Fin), él inaugura dos, tres o cuatro medias obras por día, canta, cuenta chistes, se sube a aviones, ferrocarriles, bicicletas; “compite” en go-karts, escucha “Las Golondrinas” en el avión, y hasta se autopalomea en infraestructura, salud, empleos, educación, combate a la pobreza (“… me traje la carretera”) y cultura.


Nada conmueve a quienes el pasado 1 de julio despidieron al PAN.


Pero Calderón es sólo parte de la fría despedida. El propio PAN no deja memoria relevante en personaje alguno para recordar dos sexenios. ¿Gustavo Madero, César Nava, Germán Martínez, Ernesto Cordero, Josefina Vázquez Mota? Existen, claro, las mínimas excepciones.


Tal vez el legado conjunto de las dos administraciones, la de Fox y la de Calderón, alcancen para el aplauso, pero no de pie.


A partir de este sábado, el PRI comienza a jugarse su nueva oportunidad. Sí, otra vez, la palabra mágica, la panacea. La alternancia.

No hay comentarios.: