Les pagamos para eso
¿A quién puedo cobrarle que el país
esté paralizado desde 1992? ¿A quién le pido cuentas por las lágrimas que me
produjo la decepción de que Vicente Fox me traicionara a los pies del Ángel de
la Libertad? ¿A quién puedo reclamarle que, aunque tuviera muchas buenas
intenciones, el dolor de México, los hijos desaparecidos y las noches más
largas de todos los tiempos que nos dejó Calderón, sólo auguran tristeza para
nosotros?
Antonio Navalón
La
economía moderna, como la política, es solo un estado de ánimo.
¿Quién
sabe cuánto oro hay para respaldar las monedas? Nadie. ¿Quién sabe por qué el
valor –que se encuentra por encima de más de una tercera parte de los países–
de la mayor compañía que solo inventa aparatos que han transformado el mundo,
como es el caso de Apple? Nadie.
Conocemos
la repercusión del trabajo y del sueño de Steve Jobs. Pero nunca sabremos,
dólar a dólar, centavo a centavo, cuantificar en una unidad lo que nos da un
iPhone, un iPad o un iPod, para que el valor de Apple se cotice en más que el
presupuesto de la tercera parte de todas las naciones del planeta.
Aquí
en México, –en uno de esos tantos Estados con menos presupuesto que la empresa
de la manzana–, viene un gran acuerdo: los políticos parece que han entendido
que, independientemente de que sean priistas, perredistas, panistas o morenos, están para servir.
Parece
que empiezan a enterarse que la comida que hoy han comido, que el coche que los
lleva, que el policía que los protege, que el sillón sobre el que se sientan,
no tienen otro motivo de ser y existir más que procurar que ellos –los
políticos– beneficien nuestra vida y cuiden nuestros intereses como ciudadanos.
Por eso los elegimos, los tenemos y los soportamos.
Desde
la confrontación entre Cuauhtémoc Cárdenas y Carlos Salinas de Gortari, el país
perdió el norte.
Confundimos
una pelea de sucesión por el trono, donde solo podía haber dos reyes con dos
familias imperiales –los Cárdenas y los priistas–, con la obligación de darle a
México algo.
Descubrimos
la libertad, descubrimos que con otro partido seríamos mejores, descubrimos que
podíamos, debíamos y tendríamos que ser un país distinto alejado de ese sistema
que tanto nos gustó ser, es decir, la dictadura perfecta.
Ahora,
a días de comenzar el sexenio de Enrique Peña Nieto, el PRD, el PAN y el PRI
descubren que están para gobernar, para solucionar problemas y para hacer
cambios: ¡Aleluya!
Pero,
¿a quién puedo cobrarle que el país esté paralizado desde 1992? ¿A quién le
pido cuentas por las lágrimas que me produjo la decepción de que Vicente Fox me
traicionara a los pies del Ángel de la Libertad? ¿A quién puedo reclamarle que,
aunque tuviera muchas buenas intenciones, el dolor de México, los hijos
desaparecidos y las noches más largas de todos los tiempos que nos dejó
Calderón, sólo auguran tristeza para nosotros?
¿A
quiénes puedo pedir que tengan vergüenza, que me cumplan y que sean capaces de
generar y ejercer leyes, reformas y sistemas que rompan con monopolios, que
eviten que robarme e insultarme sea fácil, que impidan a los políticos
convertirse en los enemigos del pueblo y que yo sólo sea un pobre pendejo que cada
seis o tres años me cuento el cuento de que esta vez sí es posible?
Viene
una gran reforma y, si la hace Peña Nieto, bienvenido sea. No tendré ningún
problema –si gracias a ella México mejora– en proclamar que de Cárdenas a
Salinas y de Salinas a Peña Nieto las cosas han salido y se han hecho en pro de
nuestro país bajo un partido tricolor.
No
quiero seguir siendo un experto en fracasos, no quiero seguir explicando la
razón de por qué, no pudo ser.
Quiero
pertenecer a un país que sea capaz de abandonar una línea improductiva e inútil,
fomentada por
Les pagamos para eso
¿A quién puedo cobrarle que el país
esté paralizado desde 1992? ¿A quién le pido cuentas por las lágrimas que me
produjo la decepción de que Vicente Fox me traicionara a los pies del Ángel de
la Libertad? ¿A quién puedo reclamarle que, aunque tuviera muchas buenas
intenciones, el dolor de México, los hijos desaparecidos y las noches más
largas de todos los tiempos que nos dejó Calderón, sólo auguran tristeza para
nosotros?
Jueves 29 de noviembre de 2012
La
economía moderna, como la política, es solo un estado de ánimo.
¿Quién
sabe cuánto oro hay para respaldar las monedas? Nadie. ¿Quién sabe por qué el
valor –que se encuentra por encima de más de una tercera parte de los países–
de la mayor compañía que solo inventa aparatos que han transformado el mundo,
como es el caso de Apple? Nadie.
Conocemos
la repercusión del trabajo y del sueño de Steve Jobs. Pero nunca sabremos,
dólar a dólar, centavo a centavo, cuantificar en una unidad lo que nos da un
iPhone, un iPad o un iPod, para que el valor de Apple se cotice en más que el
presupuesto de la tercera parte de todas las naciones del planeta.
Aquí
en México, –en uno de esos tantos Estados con menos presupuesto que la empresa
de la manzana–, viene un gran acuerdo: los políticos parece que han entendido
que, independientemente de que sean priistas, perredistas, panistas o morenos,
están para servir.
Parece
que empiezan a enterarse que la comida que hoy han comido, que el coche que los
lleva, que el policía que los protege, que el sillón sobre el que se sientan,
no tienen otro motivo de ser y existir más que procurar que ellos –los
políticos– beneficien nuestra vida y cuiden nuestros intereses como ciudadanos.
Por eso los elegimos, los tenemos y los soportamos.
Desde
la confrontación entre Cuauhtémoc Cárdenas y Carlos Salinas de Gortari, el país
perdió el norte. Confundimos una pelea de sucesión por el trono, donde solo
podía haber dos reyes con dos familias imperiales –los Cárdenas y los
priistas–, con la obligación de darle a México algo.
Descubrimos
la libertad, descubrimos que con otro partido seríamos mejores, descubrimos que
podíamos, debíamos y tendríamos que ser un país distinto alejado de ese sistema
que tanto nos gustó ser, es decir, la dictadura perfecta.
Ahora,
a días de comenzar el sexenio de Enrique Peña Nieto, el PRD, el PAN y el PRI
descubren que están para gobernar, para solucionar problemas y para hacer
cambios: ¡Aleluya!
Pero,
¿a quién puedo cobrarle que el país esté paralizado desde 1992? ¿A quién le
pido cuentas por las lágrimas que me produjo la decepción de que Vicente Fox me
traicionara a los pies del Ángel de la Libertad? ¿A quién puedo reclamarle que,
aunque tuviera muchas buenas intenciones, el dolor de México, los hijos
desaparecidos y las noches más largas de todos los tiempos que nos dejó
Calderón, sólo auguran tristeza para nosotros?
¿A
quiénes puedo pedir que tengan vergüenza, que me cumplan y que sean capaces de
generar y ejercer leyes, reformas y sistemas que rompan con monopolios, que
eviten que robarme e insultarme sea fácil, que impidan a los políticos
convertirse en los enemigos del pueblo y que yo sólo sea un pobre pendejo que
cada seis o tres años me cuento el cuento de que esta vez sí es posible?
Viene
una gran reforma y, si la hace Peña Nieto, bienvenido sea. No tendré ningún
problema –si gracias a ella México mejora– en proclamar que de Cárdenas a
Salinas y de Salinas a Peña Nieto las cosas han salido y se han hecho en pro de
nuestro país bajo un partido tricolor.
No
quiero seguir siendo un experto en fracasos, no quiero seguir explicando la razón
de por qué, no pudo ser.
Quiero
pertenecer a un país que sea capaz de abandonar una línea improductiva e
inútil, fomentada por una
bola de inútiles llamada clase política, que saquean nuestros
bolsillos, ofenden nuestra inteligencia y maltratan nuestros sentimientos.
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