La presa del comandante
Por Marianella Salazar
El Nacional, Caracas
El título del libro del acucioso periodista Francisco Olivares, Afiuni, la presa del comandante, nos indica la dimensión moral (o sea, inmoral), brutal, del gobierno de Hugo Chávez.
El
caso Afiuni no puede dejar indiferente a una sociedad cada vez más
silente, donde –al parecer– se viene instalando una resignación ante la
indignidad a la que nadie tiene derecho. Hay que reflexionar fríamente
sobre la situación en que se encuentran hoy las víctimas y los verdugos.
¿Cabe injusticia mayor que la perpetrada por el gobierno de Chávez
contra Afiuni y los presos políticos en general?
Leemos entre la
perplejidad y el bochorno las declaraciones de la fiscal general, cuando
afirma que no tenía noticias sobre la supuesta violación que sufrió la
jueza mientras estuvo en la cárcel de mujeres de Los Teques, cuando la
verdad es que el Presidente, las autoridades, médicos forenses, jueces,
fiscales y periodistas conocíamos esos hechos macabros, y que si ella no
lo reveló ante la opinión pública fue por recomendación de sus abogados
defensores y médicos psiquiatras. La violación sexual deja huellas
psicológicas profundas en las víctimas, que el correr del tiempo no
alivia tan rápidamente como otras formas de violencia física y mental.
Qué
vergüenza la de este Gobierno cuando intenta enmascarar con atajos los
vejámenes cometidos en la cárcel contra la jueza Afiuni, a través de
programas en la televisión oficial, donde otras reclusas declaran que el
Inoff es casi una réplica del paraíso terrenal. La grandeza de una
democracia está en garantizar que la ley se utilice para hacer justicia,
no para cometer abusos de poder, pero ya sabemos que ni Chávez ni sus
colaboradores son demócratas. El resultado de las elecciones no los
acredita como demócratas, a Hitler también lo eligieron mediante el
voto, y eso no convirtió a los nazis en demócratas.
Afiuni fue
sometida a todo tipo de aberraciones y torturas durante su reclusión en
el penal. La prohibición absoluta de la tortura está recogida en
importantes instrumentos de derechos humanos. Tampoco conviene olvidar
el vía crucis infligido al productor agropecuario Franklin Brito, a
quien dejaron morir de inanición, recluido contra su voluntad en el
Hospital Militar, acusado de perturbado mental por reclamar justicia y
exigir el pago de sus tierras expropiadas. Su sacrificio no merece que
nos demos por vencidos.
El gobierno revolucionario ha sido cruel e
inhumano, y el presidente Chávez, como líder absoluto y responsable,
tiene esas y muchas otras deudas con personas que se arruinaron,
enfermaron, enloquecieron y hasta murieron en el largo camino de la
revolución. Debe rendir cuentas por esas y tantas otras deudas en el
Juicio Final, me refiero al que cada uno tiene dentro de su conciencia
en el que se es reo y juez al mismo tiempo. Es hora de que rectifique,
dialogue y haga las paces con esos sectores tan castigados, excluidos y
humillados. Aunque no será suficiente para resarcir tantos estropicios,
sí servirá para aliviar las cargas, al menos las personales, y
contribuir a la ansiada reconciliación de los venezolanos, tan necesaria
para la definitiva recuperación moral y social. Chávez tiene una gran
oportunidad de rectificar y aprobar el petitorio de amnistía para
beneficiar a los exiliados y presos políticos. Ojalá rectifique. Y si no
es así, que no pueda dormir tranquilo por el resto de su vida si es que
tiene algo de vergüenza.
Repugna la crueldad y ensañamiento descrita en el libro La presa del comandante.
La sociedad civil y la política deben responder exigiendo justicia y
verdad, no es suficiente con sentir repugnancia. Es la hora de actuar y
provocar un cambio de rumbo.
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