28 noviembre, 2012

La teoría austriaca del dinero

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[Economic Controversies (2011)]
La teoría austriaca del dinero virtualmente empieza y termina con la monumental Teoría del dinero y del crédito de Ludwig von Mises, publicada en 1912. El logro fundamental de Mises fue tomar la teoría de la utilidad marginal, construida por economistas austriacos y otros marginalistas como explicación de la demanda de consumo y el precio de mercado, y aplicarla a la demanda y valor, o precio, del dinero. La teoría del dinero ya no tenía que separarse de la teoría económica general de la acción y utilidad individual, de la oferta, la demanda y el precio; ya no tenía que sufrir aislamiento en un contexto de “velocidades de circulación”, “niveles de precios” y “ecuaciones de intercambio”.


Al aplicar el análisis de la oferta y la demanda al dinero, Mises usaba el concepto de Wicksteed: la oferta es la existencia total de un producto en un momento concreto y la demanda es la demanda total del mercado de conseguir y retener balances en efectivo, forjada a partir de las clasificaciones de utilidad marginal de las unidades de dinero en las distintas escalas de valores de los individuos en el mercado. El concepto de Wicksteed es particularmente apropiado para el dinero por varias razones: primero, porque la oferta de dinero es extremadamente duradera en relación con la producción actual, como bajo el patrón oro, o se determina exógenamente al mercado por la autoridad pública, y segundo y más importante, porque el dinero, único entre los productos deseados y demandados en el mercado no se adquiere para su consumo, sino para guardarlo para un intercambio posterior. Por tanto la demanda para guardarlo se convierte en el concepto apropiado para analizar la función monetaria de amplitud única de mantenerse como existencia para una venta posterior. Mises fue asimismo capaz de explicar la demanda de balances de caja como resultante de las utilidades marginales de las escalas de valor, que son estrictamente ordinales para cada individuo. En el curso de su análisis, Mises partió de la idea de su compañero austriaco Franz Cuhel para desarrollar una utilidad marginal que era estrictamente ordinal, lexicográfica y libre de todo resto del error de asumir la mensurabilidad de las utilidades.
Las utilidades relativas de las unidades monetarias frente a otros bienes determinan la demanda de balances de caja de cada persona, es decir, cuánta de su renta o riqueza mantendrá en balances de caja frente a lo que gastará. Aplicando la ley de la utilidad marginal decreciente (ordinal) del dinero y teniendo en cuenta que el “uso” del dinero es guardarse para un intercambio futuro, Mises llegaba implícitamente a una curva decreciente de demanda para el dinero en relación con el poder adquisitivo de la unidad monetaria. El poder adquisitivo de la unidad monetaria, al que Mises también llamaba el “valor objetivo de intercambio” del dinero, se determinaba por tanto, como en el análisis habitual de oferta y demanda, por la intersección de las existencias de dinero y la demanda planificada de existencias de caja. Podemos ver esto visualmente poniendo el poder adquisitivo de la unidad monetaria en el eje y y la cantidad de dinero en el eje x del diagrama bidimensional convencional correspondiente al precio de cualquier bien y su cantidad. Mises agrupaba el análisis apuntando que la oferta total de dinero en cualquier momento determinado no es mayor ni menor que la suma de los balances individuales de caja en ese momento. Ningún dinero en una sociedad permanece sin dueño y por tanto se encuentra fuera de los balances de caja de los individuos.
Aunque por comodidad el análisis de Mises pueda expresarse en el habitual diagrama de oferta y demanda con el poder adquisitivo de la moneda sirviendo como precio del dinero, basarse únicamente n un diagrama tan simplificado falsifica la teoría. Pues, como apuntaba Mises en un brillante análisis cuyas lecciones no han sido aún asimiladas en la teoría económica de la corriente principal, el poder adquisitivo de la unidad monetaria no es simplemente lo contrario del llamado nivel de precios de bienes y servicios. Al describir las ventajas del dinero como medio general de intercambio y cómo apareció en el mercado ese medio general, Mises apuntaba que la unidad monetaria servía como unidad de cuenta y como denominador común de todos los demás precios, pero que el propio producto dinero sigue en un estado de trueque con todos los demás bienes y servicios. Así que en el estado de truque previo al dinero no hay un “precio de los huevos” unitario, sino que una unidad de huevo (por ejemplo, una docena) tendrá muchos “precios” diferentes: el precio “mantequilla” en términos de libras de mantequilla, el precio “sombrero” en términos de sombreros, el precio “caballo” en términos de caballos y así sucesivamente. Todo bien y servicio tendrá una matriz casi infinita de precios en términos de cada otro bien y servicio. Después de que se elija un producto, por ejemplo el oro, como medio para todos los intercambios, todos los demás bienes, excepto el oro, disfrutarán de un precio unitario, de forma que sabemos que el precio de los huevos es de un dólar la docena, el precio de un sombrero es de diez dólares y así sucesivamente. Pero mientras que todo bien y servicio, excepto el oro, tiene ahora un solo precio en términos de dinero, el propio dinero tiene una matriz casi infinita de precios individuales en términos de cada otro bien y servicio. Por decirlo de otra manera, el precio de cualquier bien es lo mismo que su poder adquisitivo en términos de otros bienes y servicios. Bajo el trueque, si el precio de una docena de huevos es de dos libras de mantequilla, el poder adquisitivo de una docena de huevos es, entre otros, dos libras de mantequilla. El poder adquisitivo de una docena de huevos será también una décima parte de un sombrero y así sucesivamente. A la inversa, el poder adquisitivo de la mantequilla es su precio en términos de huevos; en este caso, el poder adquisitivo de una libra de mantequilla es media docena de huevos. Después de la llegada del dinero, el poder adquisitivo de una docena de huevos es el mismo que su precio en dinero, en nuestro ejemplo, un dólar. El poder adquisitivo de una libra de mantequilla será de 50 centavos, el de un sombrero de diez dólares y así sucesivamente.
¿Cuál es entonces el poder adquisitivo, o precio, de un dólar? Sería una enorme matriz de todos lo bienes y servicios que puedan comprarse con un dólar, es decir, de todos los bienes y servicios en la economía. En nuestro ejemplo, podríamos decir que el poder adquisitivo de un dólar equivale a una docena de huevos o dos libras de mantequilla o a un décimo de un sombrero y así sucesivamente, para toda la economía. En resumen, el precio, o poder adquisitivo, de la unidad monetaria será una matriz de las cantidades de bienes y servicios alternativos que puedan comprarse con un dólar. Como la matriz es heterogénea y concreta, no puede resumirse en una cifra unitaria de nivel de precios.
La falacia del concepto del nivel de precios se demuestra aún más en el análisis de Mises de precisamente cómo aumentan los precios (es decir, disminuye el poder adquisitivo del dinero) en respuesta a un aumento en la cantidad de dinero (suponiendo, por supuesto, que los planes individuales de demanda de balances de caja o, más en general, las escalas individuales de valores permanezcan constantes). Frente a la hermética separación neoclásica de dinero y niveles de precios respecto de los precios relativos de bienes y servicios individuales, Mises demostró que una oferta aumentada de dinero afecta de forma diferente a las distintas esferas del mercado y por tanto cambia ineludiblemente los precios relativos.
Supongamos, por ejemplo, que la oferta monetaria aumenta en un 20%. El resultado no será, como supone la economía neoclásica, sencillamente un aumento generalizado del 20% en todos los precios. Supongamos el caso más favorable (que podríamos llamar el modelo del arcángel San Gabriel) en el que el arcángel San Gabriel desciende del cielo y de la noche a la mañana aumenta los balances de caja de todos exactamente en un 20%. Ahora todos los precios no aumentarán sencillamente un 20%, pues cada individuo tiene un escala diferente de valores, una clasificación ordinal distinta de utilidades, incluyendo las utilidades marginales relativas de los dólares y de todos los demás bienes en su escala de valores. Al aumentar las existencias en dólares de cada persona, sus compras de bienes y servicios cambiarán de acuerdo con su nueva posición en su escala de valores en relación con los dólares. La estructura de demanda cambiará por tanto, igual que los precios y rentas relativos en la producción. Cambiará la composición de la matriz que constituye el poder adquisitivo del dólar.
Si la demanda y precios relativos cambian en el modelo del arcángel San Gabriel, cambiarán mucho más en el curso de los aumentos de la oferta de dinero en el mundo real. Pues, como demostró Mises, en el mundo real una inflación de dinero atrae a los infladores precisamente porque la inyección de nuevo dinero no sigue el modelo del arcángel San Gabriel. Po el contrario, el gobierno o los bancos crean nuevo dinero para gastarlo en bienes y servicios específicos. La demanda de estos bienes aumenta por tanto, aumentando estos precios concretos. Gradualmente, el nuevo dinero se extiende por la economía, aumentando demanda y precios a su paso. Renta y riqueza se redistribuyen a aquéllos que reciben antes el nuevo dinero en el proceso, a costa de quienes lo reciben más tarde en de aquéllos con rentas fijas que no reciben ningún dinero nuevo en absoluto. Se producen dos cambios en los precios relativos como consecuencia  de este aumento en el dinero: (1) la redistribución desde los receptores tardíos a los receptores tempranos que se produce durante el proceso de inflación y (2) los cambios permanentes en riqueza y renta que continúan incluso después de que los efectos del aumento en la oferta monetaria se hayan agotado. Así pues, el nuevo equilibrio reflejará un patrón distinto de riqueza, renta y demanda resultante de los cambios durante el intervalo del proceso inflacionista. Por ejemplo, los grupos de renta fija pierden permanentemente en riqueza y renta relativas.
Si el concepto de nivel unitario de precios es una falacia, más falaz aún es cualquier intento de medir cambios en ese nivel. Usando el ejemplo anterior, supongamos que en un momento en el tiempo, el dólar puede comprar una docena de huevos o un décimo de un sombrero o dos libras de mantequilla. Si, por simplificar, restringimos los bienes y servicios disponibles a solo esos tres, estamos describiendo el poder adquisitivo del dólar en es momento. Pero supongamos que en el siguiente momento, tal vez a causa de un aumento en la oferta de dólares, los precios aumentan, de forma que la mantequilla cuesta un dólar la libra, un sobrero doce dólares y los huevos tres dólares la docena. Los precios aumentan, pero no uniformemente y todo lo que podemos decir ahora cuantitativamente acerca del poder adquisitivo del dólar es que es de cuatro huevos o una vigésima parte de un sombrero o una libra de mantequilla. Es intolerable tratar de agrupar los cambios en el poder adquisitivo del dólar un una sola cifra índice. Cualquier índice como ése se saca de la manga algún tipo de totalidad de bienes cuyos precios relativos permanecen inalterados, de forma que la media general puede llegar a una medición de los cambios en el propio poder adquisitivo del dinero. Pero hemos visto que los precios relativos no pueden mantenerse inalterables, y mucho menos las valoraciones que los individuos hacen de estos bienes y servicios.
Igual que el precio de cualquier bien tiende a ser uniforme, el poder adquisitivo del dinero, como demostró Mises, tenderá a ser uniforme en su área comercial. El poder adquisitivo del dólar tenderá a ser uniforme en todo Estados Unidos. Igualmente, en la era del patrón oro, el poder adquisitivo de una unidad de oro tendía a ser uniforme en todas aquellas áreas donde se usaba el oro. Los críticos que apuntan tendencias persistentes para diferencias en el precio del dinero entre una ubicación y otra no entienden el concepto austriaco de lo que realmente es un bien o servicio. Un bien no se define por sus propiedades tecnológicas, sino por su homogeneidad en relación con las demandas y deseos de los consumidores. Por ejemplo, es fácil de explicar por qué el precio del trigo en Kansas no será el mismo que en Nueva York. Desde el punto de vista del consumidor en Nueva York, el trigo, aunque tecnológicamente idéntico en los dos lugares, son dos productos distintos: uno es “trigo en Kansas” y el otro “trigo en Nueva York”. El trigo en Nueva York, al estar más cerca de su uso, es un producto más valioso que el trigo en Kansas y tendrá un precio superior en el mercado. Igualmente, el hecho de que un piso tecnológicamente similar no tenga el mismo precio de alquiler en la ciudad de Nueva York que en el campo de Ohio no significa que el precio del mismo producto piso difiera persistentemente, pues el piso de Nueva York disfruta de una ubicación más valiosa y deseable y por tanto tendrá un precio mayor en el mercado. El “piso en Nueva York” es un bien distinto y más valiosos que el “piso en el campo de Ohio”, ya que las respectivas ubicaciones forman parte del propio bien. En todo momento, un bien homogéneo debe definirse en términos de su utilidad para el consumidor en lugar de sus propiedades tecnológicas.
Por extender el análisis, el hecho de que el coste de la vida pueda ser persistentemente más alto en Nueva York que en el campo de Ohio no niega la tendencia a un poder adquisitivo uniforme del dólar en todo el país. Pues las dos localidades constipen un grupo distinto de bienes y servicios, proporcionando Nueva York un rango enormemente mayor de bienes y servicios al consumidor. Los costes más altos de vivir en Nueva York son el reflejo de mayores ventajas en la ubicación, del rango más abundante de bienes y servicios disponibles.
En su valiosa historia de la teoría de los precios internacionales, C.Y. Wu destacaba la contribución de Mises y apuntaba que la explicación de Mises estaba en la tradición de Ricardo y Nassau Senior, quien
fue el primer economista en dar una explicación clara del significado de la doctrina clásica de que el valor del dinero era el mismo en todas partes y en demostrar que las diferencias en los precios de bienes de composición similar en lugares distintos era perfectamente reconciliable con el suposición de una igualdad en el valor del dinero.
Apuntando que Mises llegaba a este concepto independientemente de Senior, Wu desarrolla después la aplicación de Mises a las supuestas diferencias locales en el coste de la vida. Como decía Wu:
Para él [Mises] quienes creen en las diferencias nacionales en el valor del dinero no han contado con el factor posicional en la naturaleza de los bienes económico, pues de otra manera deberían haber entendido que las supuestas diferencias son explicables por diferencias en la calidad de los productos ofrecidos y demandados.
Wu concluye con una cita de La teoría del dinero y del crédito de Mises:
La tasa de intercambio entre productos y dinero es igual en todas partes. Pero los hombres y sus deseos no son los mismos en todas partes, y tampoco lo son los productos.
Si la tendencia del poder adquisitivo del dinero tiene que ser la misma en todas partes, ¿qué pasa si coexisten en el mundo una o más monedas? Mediante la explicación, Mises desarrollaba el análisis ricardiano hasta lo que iba a llamarse la teoría de la paridad del poder adquisitivo de los tipos de cambio, es decir, que el tipo de cambio del mercado entre dos monedas independientes tenderá a igualar la relación de sus poderes adquisitivos. Mises demostraba que este análisis se aplica tanto al tipo de cambio entre oro y plata (circulen o no ambos al tiempo dentro del mismo país) como a monedas fiduciarias independientes emitidas por dos naciones. Wu explica la diferencia entre la teoría de Misesy la desgraciadamente más conocida versión de la teoría de la paridad del poder adquisitivo expuesta poco después por Gustav Cassel. La versión de Cassel ignora el énfasis austriaco en las diferencias de localización al explicar las diferencias en el valor de bienes tecnológicamente similares, que a su vez complementa la más amplia postura austriaca y clásica de que el poder adquisitivo del dinero es una matriz de bienes concretos. Esto contrasta con Cassel y los neoclásicos, que piensan en el poder adquisitivo del dinero como inverso al nivel unitario de precios. Así que Wu indica:
La teoría de la paridad de poder adquisitivo dice que el tipo de cambio estaría en equilibrio cuando el “poder adquisitivo de las monedas” sea igual en todos los países que comercian. Si el término poder adquisitivo se refiere al poder de comprar productos que no solo sean similares en composición tecnológica, sino asimismo están en la misma situación geográfica, la teoría se convierte en la doctrina clásica del valor comparativo de monedas en distintos países y es una doctrina sólida. Pero desgraciadamente, el término poder adquisitivo en relación con la teoría implica a veces el recíproco del nivel general de precios en un país. Mientras que interpretada así la teoría se convierte en que el punto de equilibrio para cambios de moneda ha de encontrarse en el cociente entre los niveles de precios de los distintos países. Es (…) una versión errónea de la teoría de la paridad del poder adquisitivo.
Desgraciadamente, Cassel, en lugar de corregir el error en su concepto de poder adquisitivo, abandonó pronto la teoría de la paridad completa en favor de una opinión distinta y muy atenuada de que solo los cambios en los tipos de cambio reflejan cambios en los respectivos poderes adquisitivos (tal vez a causa de su deseo de usar cifras de medición e índice al aplicar la teoría).
Cuando se disponía a aplicar la teoría de la utilidad marginal al precio del dinero, Mises afrontó el problema de lo que posteriormente se llamarían “el círculo austriaco”. En resumen, cuando alguien clasifica huevos o carne o zapatos en su escala de valores, valora estos bienes por su uso directo en el consumo. Esas valoraciones, por supuestos, son independientes y anteriores a los precios en el mercado. Pero la gente reclama dinero para tenerlo en su balance de caja, no para un uso eventual directo en consumo, sino precisamente para intercambiar esos balances por otros bienes que se usarán directamente. Así que el dinero no es útil por sí mismo, sino porque tiene un mayor valor de intercambio, porque ha sido y por tanto presumiblemente será intercambiable en términos de otros bienes. En resumen, se demanda dinero porque tiene un poder adquisitivo preexistente: su demanda no solo no es independiente de los precios existentes en el mercado, sino que se debe precisamente a tener ya un precio en términos de otros bienes y servicios. Pero si la demanda, y por tanto la utilidad, del dinero depende de su precio o poder adquisitivo preexistente, ¿cómo puede explicarse ese precio por la demanda? Parece que cualquier intento austriaco de aplicar la teoría de la utilidad marginal al dinero está inextricablemente atrapado en un razonamiento circular. Por esa razón, la economía de la corriente principal no h sido capaz de aplicar la teoría de la utilidad marginal al valor del dinero y por tanto ha seguido direcciones wlrasianas multicausales (o no causales).
Sin embargo, Mises consiguió resolver este problema en 1912 al desarrollar su llamado teorema de la regresión. En resumen, Mises sostenía que la demanda de dinero, o balances de caja, en el momento actual (día X) se basa en el hecho de que el dinero en el día anterior, día X-1, tenía un poder adquisitivo. El poder adquisitivo del dinero en el día X está determinado por la interacción en el día X de la oferta de dinero en ese día y la demanda de ese día de balances de caja, lo que a su vez se determina por la utilidad marginal del dinero para los individuos en el día X. Pero esta utilidad marginal, y por tanto esta demanda, tiene un componente histórico inevitable: el hecho de que el dinero tenía un poder adquisitivo previo en el día X-1 y de que, por tanto, los individuos saben que este producto tiene una función monetaria y será intercambiable en el futuro por otros bienes y servicios. Pero entonces ¿qué determinó el poder adquisitivo del dinero en el día X-1? De nuevo, ese poder adquisitivo estaba determinado por la oferta y demanda de dinero en el día X-1, que a su vez dependía del hecho de que el dinero tenía poder adquisitivo en el día X-2. ¿Pero no estamos atrapados en una regresión infinita, sin poder escapar de la trampa circular y sin explicación definitiva? No. Lo que debemos hacer es avanzar en la regresión temporal hasta el punto en que el producto dinero no se usaba como un medio de intercambio indirecto, sino que se demandaba únicamente para su uso en el consumo directo. Remontémonos mentalmente al segundo día en que un producto, digamos el oro, se usó como medio de intercambio. Ese día, el oro se demandaba en parte porque tenía un poder adquisitivo preexistente como dinero, o más bien como medio de intercambio, en el primer día. ¿Qué pasa con el primer día? Ese día, la demanda de oro de nuevo dependía de que el oro tenía un poder adquisitivo previo, así que remontamos el análisis al último día del trueque. La demanda de oro en el último día del trueque era puramente para su consumo y no tenía ningún componente histórico que se refiriera a ningún día previo, pues bajo el truque todos los productos se demandaban únicamente por su uso actual de consumo y el oro no era diferente. En el primer día de su uso como medio de intercambio, el oro empezó a tener dos componentes en su demanda o utilidad: primero, un uso de consumo como el que tenía en el trueque, y segundo, un uso monetario o uso como medio de intercambio, que tenía un componente histórico en su utilidad. En resumen, la demanda de dinero puede remontarse al último día del trueque, momento en el cual desaparece el elemento temporal en la demanda del producto dinero y las fuerzas causales en la demanda actual y el poder adquisitivo del dinero se explican total y completamente.
La teoría de la regresión de Mises no solo explica completamente la demanda actual de dinero e integra la teoría monetaria con la de la utilidad marginal, sino que también demuestra que el dinero debe haberse originado así (en el mercado) con individuos empezando a usar gradualmente algún producto previamente valioso como medio de intercambio. Ningún dinero puede haberse originado por un pacto social para considerar cosas previamente sin valor como “dinero” o por un repentino decreto del gobierno. Pues en esos casos, el producto dinero no podría haber tenido un poder adquisitivo previo, lo que podría haberse tenido en cuenta en las demandas individuales de dinero. De esta manera, Mises demostraba que la idea histórica de Carl Menger de la forma en que apareció el dinero en el mercado no era simplemente un resumen histórico sino una necesidad teórica. Por otro lado, aunque el dinero ha de originarse como un producto directamente útil, por ejemplo, oro, no hay razón, a la luz del teorema de la regresión, por la que ese uso directo deba continuar para que el producto se utilice como dinero. Una vez establecido como dinero, el oro o sus sustitutivos pueden perder o verse privados de su función de uso directo y seguir siendo dinero, pues ya se habría establecido la referencia histórica a un poder adquisitivo en el día anterior.
En su exhaustivo tratado de 1949, La acción human, Mises rebatía con éxito las primeras críticas de la teoría de la regresión de Anderson y Ellis. Se expusieron posteriores críticas a la teoría por J.C. Gilbert y Don Patinkin. Gilbert afirmaba que la teoría no explica cómo puede introducirse un nuevo papel moneda cuando quiebra el sistema monetario previo. Supuestamente se estaba refiriendo a ejemplo como el Rentenmark alemán después de la inflación desbocada de 1923. Pero lo que pasó es que el nuevo papel no se introdujo de novo: el oro y las divisas extranjeras habían existido previamente y el Rentenmark podía intercambiarse y lo hizo en términos de estas monedas previamente existentes; además, se introdujo con una relación fija con el marco previo, extremadamente depreciado.
Patinkin criticaba a Mises por afirmar supuestamente que la utilidad marginal del dinero se refiere a la utilidad marginal de los bienes por los que se intercambia el dinero en lugar de la utilidad marginal de mantener el propio dinero; también acusaba a Mises de mantener incoherentemente esta última opinión en las demás partes de La teoría del dinero y del crédito. Pero Patinkin se equivocaba: el concepto de Mises de la utilidad marginal del dinero se refiere siempre a la utilidad de mantener dinero. Lo que indica Mises en la teoría de la regresión es algo distinto: que la utilidad marginal de de mantener se basa en el hecho previo de que el dinero puede intercambiarse por bienes, es decir, en el poder adquisitivo previo del dinero en términos de bienes. En resumen, los precios monetarios de los bienes, el poder adquisitivo del dinero, tiene que existir primero para que el dinero tenga una utilidad marginal para mantenerse, de ahí la necesidad de la teoría de la regresión para acabar con la circularidad.
La economía ortodoxa moderna ha abandonado la búsqueda de una explicación causal en favor de un mundo walrasiano de “determinación mutua” apropiado para la moda actual de la economía matemática. El propio Patinkin aceptaba sumisamente la trampa circular a decir que al analizar el mercado (“experimento del mercado”), empezaba con la utilidad, mientras que al analizar la utilidad empezaba con los precios (“experimento individual”). Con su característica arrogancia, Samuelson y Stigler atacaban cada uno la preocupación austriaca de escapar a la circularidad para analizar relaciones causales. Samuelson se remonta a Walras, que desarrolló la idea del “equilibrio general en el que todas las magnitudes se determinan simultáneamente por medio de eficaces relaciones interdependientes”, que contrastaba con los “miedos de los escritoras literarios” (es decir, economistas que escriben en inglés) acerca del razonamiento circular.
Stigler desestimaba a Böhm-Bawerk por
no entender algunos de los elementos más esenciales de la teoría económica moderna, los conceptos de la determinación mutua y el equilibrio (desarrollados por el uso de la teoría de las ecuaciones simultáneas). La derterminación mutua (…) se rechaza por el viejo concepto de causa y efecto.
Stigler añadía la nota insidiosa de que “Böhm-Bawerk no tenía formación matemática”.
Así que los economistas ortodoxos reflejan la desgraciada influencia del método matemático en la economía. La idea de la determinación funcional mutua (tan adaptable en la presentación matemática) es apropiada en física, que trata de explicar los movimientos no motivados de la materia física. Pero en la praxeología, el estudio de la acción humana, del que la economía es la parte Más desarrollada, la causa se conoce: el propósito individual. Por tanto, en economía el método apropiado es proceder de la acción causante a sus efectos consecuentes.
En La acción humana, Mises profundizaba en la teoría austriaca del dinero enviando un golpe devastador al mismo concepto de equilibrio general walrasiano. Para llegar a ese equilibrio, los datos básicos de la economía (valores, tecnología y recursos) deben paralizarse y entenderse por todos los participantes en el mercado para paralizarse indefinidamente. Dada esa mágica paralización, la economía establecería antes o después una ronda inacabable de precios y producciones constantes, con cada empresa ganando un tipo uniforme de interés (o, en algunos casos, un tipo cero de interés). La idea de certidumbre y fijeza en lo que Mises llamaba “la economía en rotación constante” es absurda, pero lo que Mises quería demostrar es que en ese mundo de fijeza y certidumbre nadie tendría balances de caja. Pues si todos pudieran predecir y conocer a la perfección sus futuras ventas y compras, no tendría sentido tener ninguna existencia de dinero en absoluto. Así, el hombre que supiera que iba a gastar 5.000$ el 1 de enero de 1977 prestaría todo este dinero para que se le devolviera precisamente en esta fecha. Como decía Mises:
Todo individuo sabe con precisión qué cantidad de dinero necesitará en cualquier fecha futura. Está por tanto en disposición de prestar todos los fondos que reciba de tal forma que los préstamos venzan en la fecha en que los necesitará. (…) Cuando se alcanza por fin el equilibrio en la economía en rotación constante, no hay más existencias de caja.
Pero si nadie mantiene dinero y la demanda de balances de caja cae a cero, todos los precios crecen hasta el infinito y todo el sistema de equilibrio general del mercado, que implica la existencia continua de intercambio monetario, se derrumba. Como concluía Mises:
En la construcción imaginaria de una economía en rotación constante, el intercambio indirecto y el uso del dinero están implícitos tácitamente. (…) Cuando no hay incertidumbre respecto del futuro, no hay necesidad de guardar efectivo. Como el dinero debe necesariamente mantenerse por la gente en sus existencias de caja, no puede haber ningún dinero. (…) Pero la misma idea de una economía de mercado sin dinero es una contradicción.
La misma idea del equilibrio general walrasiano no es solo totalmente irreal: es conceptualmente imposible, ya que el dinero y el intercambio monetario no pueden sostenerse en ese tipo de sistema. Otra contribución de Mises que sirve como corolario en este análisis era demostrar que, lejos de ser solo uno de los muchos “motivos” de tener balances de caja, la incertidumbre es esencial para la tenencia de cualquier efectivo en absoluto.
El que esos problemas afectan hoy a la economía de la corriente principal se revela por la demostración de F.H. Hahn de que el bien conocido modelo de equilibrio general de Patinkin solo puede establecer la existencia de una demanda de dinero apelando a nociones como una supuesta incertidumbre de los momentos exactos de las ventas y compras futuras y a las “imperfecciones” en el mercado del crédito, nada de lo cual, como apuntaba Hahn, es coherente con el concepto de equilibrio general.
Con respecto a la oferta de dinero, Mises volvía a la idea básica ricardiana de que un aumento en la oferta de dinero nunca produce ningún beneficio general a la sociedad. Pues el dinero es fundamentalmente diferente de los bienes de consumo y producción en al menos un aspecto vital. En igualdad de condiciones, un aumento en la oferta de bienes de consumo beneficia a la sociedad, ya que uno o más consumidores estarán mejor. Lo mismo pasa con un aumento en la oferta de bienes de producción, que acabarán transformándose en un aumento en la oferta de bienes de consumo, pues la misma producción es el proceso de transformar recursos naturales en nuevas formas y localizaciones deseadas por los consumidores para su uso directo. Pero el dinero es muy diferente: el dinero no se usa directamente en el consumo o la producción, sino que se intercambia por esos bienes directamente usables. Aún así, una vez que un producto u objeto se establece como dinero, realiza el máximo trabajo de intercambio del que es capaz. Un aumento en la oferta de dinero no causa aumento alguno en el servicio de intercambio del dinero: todo lo que ocurre es que el poder adquisitivo de cada unidad de dinero se diluye por la oferta aumentada de unidades. De ahí que no haya nunca una necesidad social de aumentar la oferta monetaria, ya sea por un aumento en la oferta de bienes o un aumento en la población. La gente puede adquirir una porción mayor de balances de caja con una oferta fija de dinero gastando menos y aumentando así el poder adquisitivo de sus balances de caja, aumentando así sus balances reales de caja en general. Como escribía Mises:
Los servicios que presta el dinero están condicionados por la altura de su poder adquisitivo. Nadie quiere tener en sus existencias de caja un número concreto de piezas de dinero o un peso concreto de dinero: quiere tener una existencia de caja de una cantidad definida de poder adquisitivo. Como la operativa del mercado tiende a determinar el estado final del poder adquisitivo del dinero a una altura a la que coincidan la oferta y la demanda de dinero, nunca puede haber un exceso o defecto de dinero. Cada individuo y todos los individuos juntos disfrutan completamente de las ventajas que pueden obtener del intercambio directo y el uso del dinero, sin que importe si la cantidad total de dinero sea grande o pequeña. Los cambios en el poder adquisitivo del dinero generan cambios en la disposición de la riqueza entre los distintos miembros de la sociedad. Desde el punto de vista de la gente ansiosa por enriquecerse por estos cambios, la oferta de dinero puede calificarse de insuficiente o excesiva y el apetito por dichas ganancias puede generar políticas pensadas para producir alteraciones inducidas por el efectivo en el poder adquisitivo. Sin embargo, los servicios que presta el dinero no pueden mejorarse ni empeorarse cambiando la oferta de dinero. (…) La cantidad de dinero disponible en toda la economía es siempre suficiente para asegurar a todos todo lo que ese dinero haga y pueda hacer.
Un mundo de oferta monetaria constante  sería similar al de buena parte de los siglos XVIII y XIX, marcados por el florecimiento exitoso de la Revolución Industrial con un aumento en la inversión de capital que aumentó al oferta de bienes y con bajadas de precios para esos bienes, así como bajadas en los costes de producción. Como demuestra la notable teoría austriaca del ciclo económico, incluso una expansión inflacionista del dinero y el crédito que se limite a compensar la caída constante de los precios crearía las distorsiones de la producción que producen dicho ciclo económico.
A la vista de los abrumadores argumentos contra la expansión inflacionista de la oferta monetaria (incluyendo las no detalladas aquí), ¿qué significa la persistencia de la tendencia inflacionista en el mundo moderno? La respuesta reside en  la nueva forma en que se inyecta el dinero en la economía, en el hecho de que casi definitivamente no se hace según el modelo del arcángel San Gabriel. Por ejemplo, un gobierno no multiplica por diez la oferta monetaria en todas partes emitiendo un decreto que añada un cero a cada cifra monetaria en la economía. En una economía que no esté en un patrón producto al 100%, la oferta monetaria está bajo el control del gobierno, el banco central y el sistema bancario controlado. Estas instituciones emiten nuevo dinero y lo inyectan en la economía gastándolo o entregándolo a sus deudores favoritos. Como hemos visto, un aumento en la oferta monetaria beneficia a los primeros receptores, es decir al gobierno, los bancos y sus deudores o contratistas favoritos., a costa de los grupos de rentas relativamente fijas que reciben tarde el nuevo dinero o no lo reciben en absoluto y sufren una pérdida en la renta y la riqueza real. En resumen, la inflación monetaria es un método por el cual el gobierno, su sistema bancario controlado y los grupos políticos favorecidos son capaces de emitir parcialmente nuevo dinero en su beneficio económico y a costa del resto de la población. Cedamos al gobierno el monopolio sobre la emisión y oferta de dinero y el gobierno inflará esa oferta en su propio beneficio y en perjuicio de los que no tienen poder político. Una vez que adoptamos la característica aproximación austriaca del “individualismo metodológico”, una vez que nos damos cuenta de que el gobierno no es una institución sobrehumana dedicada al bien común y el bienestar general, sino un grupo de individuos dedicados a impulsar sus intereses económicos, entonces la razón de inflacionismo propio del gobierno como monopolista monetario queda meridianamente clara.
Sin embargo, como demuestra el análisis austriaco del dinero, el proceso de inflación generada no puede durar indefinidamente, pues el gobierno no puede en el análisis final controlar el ritmo del deterioro monetario y la pérdida de poder adquisitivo. El resultado final de una política de inflación persistente es la inflación desbocado y el completo colapso de la moneda. Tal y como analizaba Mises el desarrollo de la inflación desbocada (tanto antes como después del primer ejemplo de un colapso así en un país industrializado, en la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial), esa inflación generalmente procede así: Al principio, el aumento de la oferta monetaria del gobierno y el consiguiente aumento en los precios se consideran como temporales por la gente. Como, igual que pasó en Alemania durante la Primera Guerra Mundial, la aparición de la inflación se ocasiona a menudo por los gastos extraordinarios de la guerra, la gente supone que tras ésta la condiciones de guerra, incluidos los precios, volverán a la normalidad preinflacionista. Por tanto, la demanda del público de balances de caja aumenta mientras espera la prevista rebaja de precios. Como consecuencia, los precios aumentan menos que proporcionalmente y a menudo sustancialmente menos que la oferta monetaria y las autoridades monetarias se hacen más atrevidas. Como en el caso de los assignats durante la Revolución Francesa, he aquí una panacea mágica para las dificultades del gobierno: ¡inyecta más dinero en la economía y los precios aumentarán solo un poco! Animadas por el aparente éxito, las autoridades aplican más de lo que ha funcionado tan bien y la inflación monetaria se acelera. Sin embargo, con el tiempo, las expectativas y las opiniones de la gente sobre el presente y futuro económicos sufren un cambio esencialmente importante. Empiezan a ver que no habrá un retorno a la normalidad prebélica, que la nueva normalidad es la continua inflación de precios: que los precios continuarán subiendo en lugar de bajar. Se produce entonces la segunda fase del proceso inflacionista, con una caída continuada en la demanda de balances de caja basada en este análisis: “Es mejor que gaste ahora mi dinero X, Y y Z, porque sé muy bien que el año que viene los precios serán superiores”. Los precios empiezan a aumentar más que el aumento en la oferta monetaria. Se ha llegado al punto crítico.
En este punto, la economía se considera que sufre una escasez de dinero como evidencia la superación de la expansión monetaria por el aumento en los precios. Lo que ahora se llama una contracción de liquidez se produce a gran escala y surge un clamor por mayores aumentos en la oferta monetaria. Como escribía el economista de la Escuela Austriaca, Bresciani-Turroni en su estudio definitivo de la hiperinflación alemana:
El aumento de los precios causó una intensa demanda de que aumentara el medio de circulación, porque la cantidad existente no era suficiente para el volumen de las transacciones. Al mismo tiempo, la necesidad de dinero del Estado aumentaba rápidamente (…) las miradas se dirigían al Reichsbank. La presión ejercitada sobre él se hizo cada vez más insistente y el aumento en las emisiones desde el banco central parecía un remedio (…)
Por tanto las autoridades no tuvieron el coraje para resistir la presión de aquéllos que demandaban cantidades aún mayores de papel moneda y afrontar directamente la crisis que (…)  indudablemente sería el resultado de detener la emisión de billetes. Prefirieron continuar con el cómodo método de aumentar continuamente las emisiones de billetes, haciendo así posible la continuación de los negocios, pero prolongando al mismo tiempo el estado patológico de la economía alemana. El gobierno aumentaba los salarios en proporción a la depreciación del marco y los empresarios a su vez concedían aumentos continuos en los salarios para evitar disputas, bajo la condición de que podían aumentar los precios de sus productos (…)
Así se estableció el círculo vicioso: se depreciaba el intercambio, aumentaban los precios internos, aumentaban las emisiones de billetes, el aumento en la cantidad de papel moneda rebajaba de nuevo el valor del marco en términos de oro, los precios volvían a subir y así sucesivamente (…)
Durante mucho tiempo, el Reichsbank (habiendo adoptado la idea fatalista de que el aumento de las emisiones de billetes era la consecuencia inevitable de la depreciación del marco) consideraba como su tarea principal, no la regulación de la circulación, sino la preparación para la economía alemana de las continuamente mayores cantidades de papel moneda, con el necesario aumento en precios. Se dedicaba especialmente a la organización, a gran escala, de la fabricación de marcos en papel.#
Este tipo de pensamiento que afectó a las autoridades alemanas en lo alto de la hiperinflación puede juzgarse en esta declaración del presidente del Reichsbank, Rudolf Havenstein:
La depreciación completamente extraordinaria del marco ha creado naturalmente una demanda rápidamente creciente de moneda adicional, lo que el Reichsbank no sido siempre completamente capaz de satisfacer. Una producción simplificada de billetes de alto valor fácil nos permitió producir cantidades cada vez mayores en circulación. Pero estas enormes sumas apenas son adecuadas para cubrir la enormemente aumentada demanda de medios de pago, que recientemente acaba de alcanzar un nivel absolutamente asombroso (…)
La gestión de la organización de la imprenta de billetes del Reichsbank, que se ha hecho absolutamente enorme, está generando un demanda extrema para nuestro personal.
Estados Unidos parece estar entrando en la fase dos de la inflación (en 1975) y es notable que economistas como Walter Heller ya hayan alzado la voz para decir que debe expandirse la oferta monetaria para restaurar los balances reales de caja de la gente, para así aliviar la escasez de los balances reales. Como en Alemania al inicio de la década de 1920, se está empleando el argumento de que la cantidad de dinero no puede ser culpable de la inflación, ya que los precios están aumentando a un ritmo más rápido que la oferta monetaria.
La fase tres de la inflación es la etapa de desboque definitivo: el colapso de la moneda. La gente huye presa del pánico del dinero a los valores reales, a cualquier producto. La psicología de la gente no es simplemente de comprar ahora en lugar de después, sino de comprar inmediatamente cualquier cosa. La demanda pública de balances de caj pasa rápidamente a cero.
La razón del entusiasmo de Mises y otros economistas austriacos por el patrón oro, cuando más puro y menos diluido mejor, debería estar ahora meridianamente clara. No es que esta “bárbara reliquia” tenga ninguna atracción fetichista. La razón es que un dinero bajo el control del gobierno y su sistema bancario está sujeto a presiones inexorables para una inflación monetaria continua. Por el contrario, la oferta de oro no puede fabricarse ad libitum por las autoridades monetarias: debe extraerse del suelo., mediante el mismo costoso procedimiento que gobierno la oferta de cualquier otro producto en el mercado. Esencialmente las alternativas son: oro o gobierno. La alternativa del oro en lugar de otros productos del mercado es la experiencia histórica de siglos de que el oro (al igual que la plata) es especialmente apropiado como producto monetario, por razones expuestas en el primer capítulo de cualquier libro de texto sobre dinero y banca.
La crítica podría ser que también el oro puede aumentar en cantidad y que este aumento en la oferta, aunque sea limitado, tampoco produciría ningún beneficio a la sociedad. Aparte de la alternativa entre oro y gobierno, hay sin embargo otra consideración importante: un aumento en la oferta de oro mejora su disponibilidad para usos no monetarios, una ventaja que apenas generan las divisas fiduciarias del gobierno o los depósitos del sistema bancario.
Frente a la teoría misesiana de la “sobreinversión monetaria” en el ciclo económico, en la que se ha realizado un trabajo considerable por parte de F.A. Hayek y otros economistas austriacos, casi nada se ha hecho en la teoría de la moneda apropiada, salvo por parte del mismo Mises. Hay tres áreas nebulosas e interrelacionadas que necesitan mayor desarrollo. Una es la ruta por la que el dinero puede abandonar el control del gobierno. De importancia primaria sería la vuelta a un patrón oro puro. Hacerlo significaría, primero, aumentar drásticamente el “precio del oro” (en realidad, rebajar la definición del peso del dólar) por encima del pseudo-precio actual de 42,22$ la onza y, segundo, una transformación deflacionista de los actuales depósitos bancarios en certificados no monetarios de ahorro o certificados de depósito. Cuál sería el precio o la mezcla precisa debería ser un asunto a investigar. Inicialmente, la propuesta de Mises de un retorno al oro a un precio de mercado y la de teóricos monetarios austriacos como Jacques Rueff y Michael Heilperin de una vuelta a un precio deliberadamente doblado de 70$ la onza parecería muy distantes. Pero el precio actual (en 1975) de aproximadamente 160$ la onza proporciona la vía para un precio deliberadamente mayor y el precio de mercado mucho más cercanos.
Una segunda área de investigación es el asunto de la banca libre frente a los requisitos de reserva del 100% para depósitos bancarios en relación con el oro. La Teoría del dinero y del crédito de Mises fue una de las primeras obras en desarrollar sistemáticamente la forma en que los bancos crean dinero a través de una expansión del crédito. Fue seguida por la famosa distinción de economista austriaco C.A. Phillips entre los poderes expansionistas de los bancos individuales y los del sistema bancario en su conjunto. Sin embargo, uno de los argumentos de Mises ha permanecido en el olvido: que bajo un régimen de banca libre, es decir, donde los bancos no estuvieran regulados sino que se la obligara estrictamente a cumplir con sus obligaciones de redimir billetes o depósitos en moneda estándar, las operaciones del mercado controlan la expansión de los bancos. La amenaza de corridas bancarias, combinada con la imposibilidad de que un banco se expanda más que su competidor, mantiene la expansión del crédito al mínimo. Tal vez Mises infravalorara la posibilidad de un cártel bancario exitoso en la promoción de la expansión crediticia; sin embargo, parece claro que hay menos posibilidades de una expansión del crédito bancario en ausencia de una banco central que proporcione reservas y sea prestamista de último recurso.
Finalmente está la cuestión relacionada, que Mises no desarrolló completamente, de la definición adecuada del concepto esencial de la oferta monetaria. En la economía actual de la corriente principal, hay al menos cuatro definiciones en competencia, que van de la M1 a la M4. Da algo está seguro un austriaco: la definición debe basarse en la esencia interior del propio concepto y no el la metodología actualmente de moda, pero cuestionable de la correlación estadística con la renta nacional. Leland Yeager fue mordazmente crítico con esa postura:
Una postura familiar a la definición del dinero desdeña cualquier relación supuestamente a priori entre dinero y cuasi-dineros. En su lugar, busca un definición que funcione mejor con las estadísticas. Una rama de esa postura (…) busca cantidad amplia o estrechamente definida que se correlacione más de cerca con la renta en ecuaciones ajustadas a los datos históricos. (…) Pero sería incómodo que la definición del dinero tuviera que cambiar según los tiempos y los países. Además, incluso si el dinero definido para incluir a ciertos cuasi-dineros se correlaciona de alguna forma más de cerca con la renta que el dinero definido de forma estrecha, ese hecho no impone necesariamente la definición amplia. Tal vez la cantidad de esos cuasi-dineros dependa del nivel de renta monetaria y a su vez a la cantidad de medio de intercambio. (…) Más en general, no es evidente por qué la magnitud con la cual se correlacione mejor alguna otra magnitud merezca una atención preeminente. (…) El número de bañistas en una playa puede correlacionarse mejor con el número de vehículos aparcados allí que con la temperatura o el precio de admisión, y aún así la primera correlación puede ser menos interesante o útil que cualquiera de las otras. La correlación con la renta nacional puede ser mayor con el consumo o la inversión que con la cantidad de dinero.
El dinero es el medio de intercambio, el activo por el cual se intercambian todos los demás bienes y servicios en el mercado. Si una cosa funciona como ese medio, como pago  final de otras cosas en el mercado, entonces sirve como parte de la oferta monetaria. En su Teoría del dinero y del crédito, Mises distinguía entre dinero estándar (dinero en sentido estricto) y sustitutivos del dinero, como billetes de banco y depósitos a la vista, que funcionan como una oferta adicional de dinero. Debería advertirse, por ejemplo, que en el clásico del no-austriaco Irving Fisher, The Purchasing Power of Money, escrito alrededor del mismo momento (1913), M consistía solo en dinero estándar, mientras que M1 consistía en sustitutivos del dinero en forma de depósitos bancarios a la vista redimibles en dinero estándar a la par. Hoy ningún economista pensaría en excluir de los depósitos a la vista de la definición del dinero. Pero si ponderamos el problema, vemos que si un banco empieza a quebrar, sus depósitos ya no son equivalente a dinero: ya no sirven como dinero en el mercado. Son solo dinero hasta un colapso inminente del banco.
Además, de la misma forma que el M1 (moneda más depósitos a la vista) es más amplia que la definición más estricta, podemos establecer definiciones incluso más amplias incluyendo depósitos de ahorro de bancos comerciales y valores de rescate de empresas de seguros de vida, que son todos redimibles a la vista a la par en dinero estándar y por tanto sirven todos como sustitutivos del dinero y parte de la oferta monetaria hasta que la gente dude de que sean redimibles. Los defensores del M1 argumentan que los bancos comerciales son solo poderosos en la creación e depósitos y, además, que sus depósitos circulan más activamente que los depósitos de otros bancos. Supongamos, sin embargo, que en un país con patrón oro, un hombre tiene algunas monedas de oro en sus cajones y otras en una caja de un banco. Su existencia de monedas de oro circulará activamente y las de su banco lentamente, pero indudablemente ambas son parte de sus existencias de efectivo. Y si puede objetarse también que los depósitos de los bancos de ahorro e instituciones similares se imponen por encima de los depósitos de los bancos comerciales, debería advertirse también estos últimos a su vez se acumulan sobre reservas y dinero estándar.
Otro ejemplo servirá para responder a la objeción común de que un depósito en un banco de ahorro no es dinero porque no puede usarse directamente como medio de intercambio, sino que tiene que redimirse en ese medio. (Esto aparte del hecho de que a los bancos de ahorro se les da cada vez más poder de emitir cheques y abrir cuentas corrientes). Supongamos que, por alguna peculiaridad cultural, todos en un país deciden no utilizar billetes de cinco dólares en el intercambio real. Solo usarían billetes de uno diez dólares y mantendrían sus balances de caja a largo plazo en billetes de cinco dólares. Como consecuencia, los billetes de cinco dólares tenderían a circular más lentamente que otros billetes. Si un hombre quisiera gastar parte de su balance de caja, no podría gastar directamente un billete de cinco dólares, sino que iría a un banco y lo intercambiaría por cinco billetes de un dólar para comerciar con ellos. En esta situación hipotética, es estatus del billete de cinco dólares sería el mismo que el de los depósitos de ahorro actuales. Pero mientras que el tenedor del billete de cinco dólares tendría que ir al banco a intercambiarlo por billetes de dólar antes de gastarlo, indudablemente nadie diría que sus billetes de cinco dólares no fueran parte de su balance de caja o de la oferta monetaria.
Sin embargo, una amplia definición de la oferta monetaria excluye activos no redimibles a la vista a la par en dinero estándar, es decir, cualquier forme de obligación dineraria legítima, como certificados de ahorro, certificados de depósitos negociables o no y bonos públicos. Los bonos de ahorro, redimibles a la par, son sustitutivos del dinero y por tanto parte de la oferta total de dinero. Finalmente, como las reservas de los bancos comerciales se excluyen apropiadamente de la oferta monetaria existente, también esos depósitos a la vista que a su vez funcionan como reservas de los depósitos de estas otras instituciones financieras también tendrían que excluirse. Sería contabilizar dos veces incluir tanto la base como el múltiplo de cualquiera de las pirámides monetarias invertidas en la economía.

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