Por: Yoani Sánchez
Hubo un tiempo que en Cuba se prestaba gran
atención al primer secretario de la Unión de Jóvenes Comunistas. Al estilo del
Konsomol soviético, esta organización proveía de cuadros al Partido e incluso
al Consejo de Estado y de Ministros. La UJC era un trampolín directo hacia el
poder, una cantera de gente confiable e ideológicamente correcta. En los años
setenta y ochenta, algunos de sus líderes gozaron de bastante popularidad y de
constantes menciones en los medios nacionales. Uno de los más carismáticos resultó
Roberto Robaina, quien a principios de los noventa inventó la consigna
triunfalista de “¡31 y pá' lante!” en alusión a los años que cumplía -y
cumpliría- la Revolución.
Sin embargo, como regla general, los
dirigentes de la UJC que sobresalieron en demasía terminaron defenestrados. El
caso más emblemático fue el de Luis Orlando Domínguez que resultó condenado a
20 años de cárcel por el delito de corrupción y conspiración. También fueron
destituidos y castigados varios de sus sucesores bajo acusaciones similares. El
último de los “caídos” en desgracia fue Otto Rivero, quien mientras se
desempeñaba como primer secretario de esta organización recibió los elogios del
propio Fidel Castro, que lo catalogó como integrante de una “élite
revolucionaria” justo en el VIII Congreso de la UJC. Pocos meses después era
separado de su puesto y se veía envuelto en un escándalo de desvío de recursos
y mal manejo de fondos.
Aprendida la lección de no brillar,
Liudmila Ávalo llegó a la cima de la Unión de Jóvenes Comunistas en 2009
sin hacerse apenas notar. Hace unos días acaba de ser reemplazada por
otra mujer y ni siquiera nos ha dejado una sola frase o idea para
recordar. Pasó sin pena ni gloria, envuelta en el gris de la docilidad…
que tan poca relación guarda con la rebeldía de esa edad. Pero al menos
-pensará ella, con alivio- por no destacarse se evitó la cárcel, el
escarnio o el ostracismo que sufrieron varios de sus predecesores.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario