MORENA, entre la esperanza y la decepción
En estos días, MORENA está dando sus
primeros pasos para convertirse en un partido político formal. Dentro de 15 o
20 años la historia dirá si estamos ante un momento clave de la vida política
del país o un dato insignificante y perdido en las crónicas periodísticas de
los archivos del pasado.
¿Podrá MORENA convertirse en receptor de
nuevos movimientos sociales, que como el #YoSoy132 surgieron de las redes en
contra del peñanietismo? ¿Captará las muy previsibles resistencias que generará
la profundización de las reformas neoliberales durante el próximo gobierno?
O por el contrario, ¿MORENA será el refugio
de políticos ex priístas como Manuel Bartlett, Layda Sansores, Porfirio Muñoz
Ledo y todas las agendas trasnochadas del nacionalismo estatista del siglo
pasado?
MORENA puede ser las dos cosas. La última
esperanza para ciudadanizar a los partidos, que sufren una crisis de
representatividad en las democracias modernas, al estar huérfanos de base
social real. Pero también puede ser la gran decepción, algo que en perspectiva
sea vista como la
última bufonada, el estertor de la biografía de un peculiar
político, Andrés Manuel López Obrador.
De entrada, como todo lo que deriva del
tabasqueño, es difícil dimensionar el músculo de la naciente organización.
¿Cuánto de los 15 millones de votos captados por la izquierda en las dos
últimas elecciones son atribuibles a López Obrador y cuánto a factores ajenos a
él (antipriísmo, PRD, etc.)? Imposible saberlo, pero lo cierto es que nadie
puede negar que su carisma
y liderazgo personal constituyen un fenómeno inusitado en los
últimos años en la historia del país.
Las virtudes y defectos de MORENA derivan
directamente de las virtudes y defectos de su líder. Que este nuevo partido se
convierta en esperanza o decepción residirán en gran medida en el propio Andrés
Manuel.
Primero, por razones de ética política.
MORENA será incapaz de captar a las nuevas generaciones de los sectores medios
a menos que se presente como un reactivo en contra de los vicios en las
practicas públicas. El descrédito de los políticos y sus privilegios y
corruptelas es inmenso entre los ciudadanos.
López Obrador tiene a su favor su merecida
fama de austeridad y
honradez personal; una ave rara en el zoológico político de
nuestro país. A ojos de muchos eso le da legitimidad y congruencia para
criticar el enriquecimiento de las élites en el poder.
Pero, del otro lado, su política de alianzas
con personajes como René Bejarano y Dolores Padierna, charros sindicales de
izquierda, Juanito (en su momento) o el mismo Manuel Bartlett, deja mucho que
desear frente a cualquier ciudadano exigente. Si MORENA mantiene la misma
laxitud ética su potencial para convertirse en reserva moral del debate público
será muy limitada.
Segundo, por razones de cultura
organizativa. Nada puede ser más contrastante que el estilo de organización de
MORENA y del movimiento #YoSoy132, por ejemplo. Se encuentran en mundos
absolutamente opuestos.
Mientras que MORENA se caracteriza por un
esquema centralizado en el cual
todos los planetas giran en torno al señor sol, y sólo a él, el
movimiento estudiantil es conocido por su horizontalidad y asambleísmo. En
MORENA cada cuadro tiene una relación con el líder y su poder reside en su
cercanía a él.
Sea Claudia Sheinbaum, Ricardo Monreal o
Martí Batres. Entre el caudillo y las masas del Zócalo hay pocas mediaciones,
salvo para efectos logísticos y de convocatoria. No será fácil integrar estas
dos culturas tan disímbolas para efectos de encauzar en MORENA a cuadros
procedentes de las redes sociales y de nuevos movimientos urbanos.
Tercero, las agendas. Si lo que ha venido
sucediendo en Europa, el norte de África o Chile es un indicativo de dónde habrán
de surgir las resistencias al poder, podemos suponer que a Peña Nieto le
esperan frecuentes movilizaciones de jóvenes. Pero las reivindicaciones pueden
ser de índole por demás variada: desde empleo y mejoras en la educación, hasta
temas de ecología, derechos humanos y libertad sexual.
El problema es que López Obrador es un
hombre de su generación y de su extracción geográfica. Su agenda política pasa
esencialmente por la
justicia social y la lucha contra la inequidad. En sus dos
campañas presidenciales no se caracterizó por su pasión frente a temas de
ecología, derechos humanos, temas de género y otras reivindicaciones que han
adquirido fuerza en el presente siglo.
Ni Javier Sicilia con el tema de las
víctimas de la guerra, ni Lydia Cacho con la pederastia, ni Patricia Mercado
con los temas de género, ni las ONGs dedicadas a la ecología, por mencionar
algunas, han podido conectar cabalmente con el discurso de López Obrador.
En síntesis: MORENA está ante una
oportunidad histórica. Puede ser el gran protagonista de la oposición ciudadana
en el país y convertirse en el primer partido en mucho tiempo con una base social real y movilizada.
Pero para ello tiene
que refundarse en más de un sentido. Y eso pasa por la
transformación de su propio dirigente en un líder moderno y más democrático.
Muchos dirán que es imposible, que en sus
genes arrastra a un ex priista tradicional y provinciano. Pero López Obrador se
ha transformado en más de una ocasión. ¿Podrá hacerlo de nuevo?
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