Gregorio Ortega Molina
El comercio,
legal o ilegal, se rige por idénticas normas económicas, por la ley de la
oferta y la demanda. Es en este contexto que debe analizarse el consumo
recreativo de la mariguana, aprobado por buena parte de la sociedad de
Washington y Colorado, que se suman a los estados de la Unión Americana que la
prescriben como medicina.
Por lo pronto, dicha decisión confirma lo que -desde que las
tropas de Estados Unidos salieron de Vietnam- es un secreto a voces: viven en esa nación los auténticos,
verdaderos barones de la droga, cuya misión es, además de
regular los precios y el mercado, insertar
las enormes ganancias del tráfico de estupefacientes en la
economía de su país.
De lo que se trata es de abrir espacios a productos más
lucrativos, permitir o facilitar que las drogas , en este momento
de grave crisis económica y de difícil control de la energía sobrante de las
sociedades, sustituyan al alcohol y el tabaco, cuyo consumo tiene altísimos
costos -para los gobiernos y sus contribuyentes- en el sector de la salud,
favorece -el trago- la violencia en las calles e incrementa el gasto de los
seguros por accidentes automovilísticos y violencia doméstica.
La mariguana es, quizá, el estupefaciente suave de más fácil
acceso y más barato: despenalizar su consumo, destinarlo a usos “recreativos”,
permite el reordenamiento del mercado ilegal, de su economía, y abre espacio al consumo de las drogas
sintéticas o de diseño, que crean ya mayores ganancias que las
tradicionales, y pueden producirse hasta en las casas habitación. Son
peligrosos los laboratorios para fabricarlas, por la volatilidad de las
materias primas usadas, pero ese riesgo se compensa porque no son necesarias
hectáreas de cultivo, su cuidado y su procesamiento.
Si la tendencia con la mariguana es la despenalización mundial,
ésta se convertirá en una
ojiva nuclear en la línea de flotación de las industrias del alcohol y el
tabaco, propiciará una reformulación de los hábitos culturales
recreativos, pero sobre todo inducirá un reordenamiento económico en el ámbito
ilegal del tráfico de estupefacientes, y en el comercio legal de los bienes de
consumo que las sociedades han usado tradicionalmente para amenizar el ocio, el
esparcimiento y combatir el aburrimiento.
Los sociólogos, los psiquiatras, las autoridades saben bien que
ponerse “pacheco” no es lo mismo que ponerse hasta “atrás”, que el
alcoholímetro será innecesario y disminuirán los costos para el sector salud.
El hecho de que el exceso de tequila, whisky o coñac lesione el
cerebro tanto o más que
la mariguana resulta irrelevante para la economía de mercado, porque de
lo que se trata es de un reordenamiento económico, pero antes habrán de
enfrentarse los cabilderos de los capitanes de la industria del alcohol y del
tabaco contra los de los barones de la droga.
La industria vitivinícola se convertirá en un negocio de élites,
caro. La marranilla dejará de venderse, y la mariguana se seleccionará como se
hace con los tabacos de los finos habanos, habrá de todos los precios y para
todos los gustos
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