por Víctor Pavón
Víctor Pavón es Decano de Currículum UniNorte (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
En Latinoamérica es muy común hacer uso en el lenguaje político de caracterizaciones bélicas así como recurrir a ciertos personajes como el Che Guevara
—un revolucionario asesino. La razón de esta tendencia se encuentra en
que muchos todavía consideran a la sociedad política como un campo de
batalla. Y como todo campo de guerra hay que aplastar a los que opongan
sin más trámite. Las masas de este modo se encuentran continuamente
enardecidas. Por allá los malos y por aquí los buenos, que es lo mismo
que decir, empresarios contra trabajadores, proletarios contra
burgueses, etc. La cooperación social que promueve la paz y el progreso
es desconocida y contraria al ideario programa de casi todas las
agrupaciones políticas. Por supuesto, nuestros estados latinoamericanos
son como un botín de guerra a ser asaltado, consecuencia del estatismo reinante donde poco o nada se encuentra fuera de la órbita gubernamental.
A nadie se le ocurre gobernar para la nación defendiendo los derechos individuales,
sino para el grupo dominante conformado por hordas de seguidores
dispuestos a obedecer más que a criticar. A pocos políticos se les
ocurría decir que la propiedad privada y la libertad individual están
por encima de los intereses de burócratas, asesores, tecnócratas y
funcionarios que viven del Estado. Este mal enraizado en nuestras
culturas latinoamericanas se debe a la tendencia de querer glorificar el
poder político. No son héroes los emprendedores,
innovadores y educadores que crean riqueza, puestos laborales y
promueven el conocimiento, sino los que ocupan un cargo público, los
políticos y funcionarios que utilizan el aparato estatal para distribuir
prebendas y canonjías. Los valores éticos de la sociedad están como
cabeza para abajo.
La glorificación del poder político tiene larga data. En este sentido, el filósofo Karl Popper
señala que la historia del poder político había sido elevada a la
categoría de historia universal y afirmaba que esto era peligroso dado
que "los hombres son propensos a rendirle culto al poder”
y así quienes lo detentan quieren ser venerados. De este culto al poder
hay un pequeño paso hacia el culto a la personalidad. Ambos vienen de
la mano con una estrategia común: la perpetuación en el poder.
La historia guarda memorias imborrables sobre el culto al poder y a
la personalidad. Basta con recordar a sus últimos hacedores, los
fascistas y socialistas del siglo pasado. En estas últimas décadas, sin
embargo, esta equivocada inclinación está volviendo con inusitada
fuerza. Mucha gente empieza nuevamente a enceguecerse con el culto al
poder y a la personalidad, prefiriendo otorgar licencias absolutas a los
políticos que fungen de presidentes y hasta con otros miembros de los
gobiernos, ya sea senador, diputado, intendente y hasta concejal. Esta
veneración por el poder está llegando al nivel del paroxismo.
El culto al poder y a la personalidad se alimenta de la permanente
confrontación. Necesita de un enemigo común o de varios que son usados
como excusas para avanzar hacia la consecución del proyecto totalitario
con hordas de seguidores. Y esto no puede ser de otro modo porque existe
un común denominador psicológico y hasta ético por el cual el culto al
poder y a la personalidad termina por convertirse en una conducta
típicamente narcisista.
Este narcisismo se configura en que es tendencioso, malo, perjudicial
todo lo que no sea parte del proyecto común y, en contrapartida, es
bueno y sobre valorado todo lo que sea parte de ese proyecto. En
Latinoamérica tuvimos en un época no muy lejana a dictadores militares y
a otros civiles que no escatimaron en convertir sus figuras en deidades
a venerar. En la actualidad, esta tendencia continúa seduciendo a
muchos de nuestros dirigentes. Los presidentes Evo Morales de Bolivia, y
Rafael Correa de Ecuador, que alabaron con mensajes extravagantes a
Chávez hace poco luego de su triunfo electoral y hasta la misma Cristina
Fernández en Argentina, se caracterizan por ser adictos al culto del
poder y a la personalidad, con planes de acción que difiere entre ellos
apenas en grados de aplicación, uno más que el otro pero al final van
por el mismo camino. Quieren alzarse con el poder absoluto con
seguidores cada vez más fanatizados, atacando el libre mercado, la
propiedad privada y la prensa libre.
El Paraguay sufrió de este mal del cual aún no nos hemos despojado.
Bien haríamos en no repetir la misma historia, con los bolivarianos o
sin ellos.
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