Son cuestiones que suscitan
gritos e insultos. Tantos que se llega a considerar que es de buena
educación evitarlos. Una buena educación que tiene un defecto, el evitar
tratar los temas de mayor importancia. Tome usted uno de esos temas, el
de la religión y lo constatará.
Póngase alguien a hablar de religión y la necesidad de ella, para no
tardar en recibir insultos y agresiones en diversos grados. Un ejemplo,
recientemente, "Petraeus, un general de cuatro estrellas y considerado
´héroe´ al liderar las tropas de EEUU en Iraq y Afganistán, anunció su
renuncia el viernes pasado, causando conmoción en círculos políticos..."
(MiamiDiario.com, 12 noviembre 2012).
Varios comentarios al respecto hablaron de la exageración de tal
renuncia. Uno de ellos fue claro, "es el puritanismo estadounidense que
hace renunciar por tener un amante, lo que no significa que se hayan
revelado secretos de la CIA". Afirmaron que tener una amante no está
legalmente prohibido, que sólo es reprobable por la moral religiosa y
que la renuncia era una decisión injustificable.
No lo creo. Me parece muy justificable que alguien en ese puesto y que
tiene una amante, sea considerado un riesgo para la seguridad nacional.
Ha violado una promesa matrimonial y eso lo hace un sujeto menos
confiable. Cierto que una cosa no lleva necesariamente a la otra. Pero
la acusación de puritanismo y de celo religioso me parece sin
fundamento.
Veamos esto algo más de cerca. Es un campo general en el que se tienen
dos mentalidades opuestas (con variaciones intermedias). La opinión del
conservador mencionaría la necesidad de la religión como una fuente de
moral adicional a la ley. La del progresista hablaría de que la religión
no es necesaria en un sistema de libertades, que con la ley basta. Son
posiciones casi irreconciliables.
Esto es lo que nos manda hasta el Siglo 19, a mediados, con la
publicación de un libro genial que va al fondo de estos temas en una de
sus partes. Su autor, Alexis de Tocqueville (1805-1859), menciona algo
muy valioso para quienes viven en regímenes de libertad. Dice que:
"Cuando no existe ninguna autoridad en materia de religión, ni en
materia política, los hombres se asustan pronto ante el aspecto de una
independencia sin límites".
La idea es clara, la posibilidad de hacer todo, sin limitaciones, es un
prospecto que causa temor. ¿Qué hago ahora que todo lo puedo hacer? El
temor se retira cuando existen autoridades de las que emanan ideas que
limitan las posibilidades de hacerlo todo. Son las que enseñan que
mientras que puedo hacerlo todo, no todo debo hacerlo. El autor señala
dos, la religión y el gobierno.
Sigue diciendo que la religión "impone un yugo saludable a la
inteligencia". Y añade algo importante: "Dudo que el hombre pueda alguna
vez soportar a un mismo tiempo una completa libertad religiosa y una
entera libertad política; y me inclino a pensar que si no tiene fe, es
preciso que sirva y si es libre, que crea".
La conexión entre libertad y moral me parece genial. El hombre no sabría
qué hacer en medio de una libertad total. Necesita normas y reglas que
le guíen. Principios que orienten sus decisiones. Esos principios tienen
varias fuentes. Por supuesto, una de ellas es la ley, el producto de
los legisladores. Es la que dice en algunos casos que tener una amante
es normal, o que en otros que es causa de divorcio, o que no puede ser
causa de despido de un puesto.
Lo que bien vale una segunda opinión es indagar si eso es suficiente, si
la ley es nuestra única fuente de reglas morales. No lo creo, porque la
ley misma se inspira en otros principios aún mayores, lo que llamamos
moral o ética. Principios que no están todos en la ley. Son los que
afirman sin duda que tener una amante es una rotura de una promesa
matrimonial, algo en extremo reprobable. Y que si la persona tiene
sentido de esto, le haría renunciar a un puesto sensible a tales
cuestiones.
No, no es puritanismo, ni fundamentalismo, es algo más profundo. Es un
sentido del deber que va más allá de la ley y que es necesario. No puede
vivirse en liberta sólo con bases legales.
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