17 diciembre, 2012

Contra las armas, armas

Matanza en Newtown 

América acaba de vivir la segunda peor matanza de su historia. Y, como de costumbre, enseguida se han producido llamamientos al control de armas. No es ninguna coincidencia que hayamos experimentado varios tiroteos en un corto espacio de tiempo. La amplia cobertura que de cada matanza dan los medios de comunicación impulsa a quienes las perpetran a pensar que se harán famosos. Y eso es justamente lo que pasa.
Nuestros asesinos son criaturas de los medios, no de la Asociación Nacional del Rifle. Los medios convierten a los asesinos en famosos, y a continuación advierten de que la única forma de impedir que haya más tiroteos pasa por tomar medidas enérgicas sobre la tenencia de armas.


Ningún despliegue mediático ha frenado jamás a un hombre armado. Sólo consiguen estimularlos. Para detener a un hombre armado lo que hace falta es un arma. He aquí la dura realidad. Por eso existe la Segunda Enmienda, por eso existen los ejércitos y las fuerzas de seguridad. Por eso la gente se arma.
No hay vuelta atrás, a un mundo sin armas. No se puede regresar a una época sin violencia. Sólo tenemos la realidad de la existencia de asesinos sueltos, y podemos defendernos o bien regodearnos en una indignación huera.
Las armas previenen los tiroteos. No en todo momento y lugar, pero lo hacen. El control de armas no. Los despliegues mediáticos en pro del control de armas tampoco.
En el Reino Unido, que tiene una estricta legislación sobre control de armas, los delitos con armas de por medio han aumentado un 35 por ciento. En cuanto a Europa, también ha sufrido matanzas en centros escolares.
Las estadísticas muestran que el número de delitos con armas de por medio se ha más que duplicado desde que se prohibieran las armas, luego de la matanza de Dunblane: desde los 2.636 de 1997-1998 a los 5.871 actuales.
Armado con cuatro pistolas, Thomas Hamilton mató a 16 muchachos en la matanza de la escuela de Dunblane, en 1996. En la localidad alemana de Winnenden, Tim Kretschmer asesinó a 16 personas –nueve de ellas escolares– en 2009. Siete años antes, también en Alemania –en Erfurt, concretamente–, Robert Steinhäuser mató a 16 personas con un rifle y una pistola. En 2007, Pekka-Eric Auvinen mató a ocho personas en la escuela finesa de Jokela. Un año después, también en Finlandia –en la escuela de Kauhajoki–, Matti Juhani Saari mató a 10 personas.
Los medios pretenderán que este tipo de cosas sólo pasan en América. Pero no.
El control de armas no tiene que ver con poner fin este tipo de tragedias, sino con controlar a la gente. Y la gente acostumbrada a ser controlada tiene aun menos posibilidades de hacer frente a lo incontrolado y lo incontrolable.
Los reguladores piensan en el panorama general, no en el individuo. Sólo piensan en controlar a la gente que obedece las leyes. Pero, por definición, un asesino no obedece las leyes. Son gente que se ha salido del sistema y a la que nada importan las leyes. Quieren matar, y encuentran la manera de hacerlo. En cuanto aparecen, la única forma de impedir que usen sus armas pasa por un arma.

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