Japón y el 'efecto' chino
Por Alvaro Vargas Llosa
Los japoneses votaron casi más pendientes de China que de sí mismos
en las elecciones que el domingo han producido un cambio de gobierno en
Tokio con el regreso del Partido Liberal Demócrata y Shinzo Abe al poder.
No hay momento más peligroso para las relaciones entre dos potencias que no se tienen amor
que cuando una de ellas estrena un nuevo presidente, ansioso de marcar
su territorio, y la otra celebra unas elecciones generales con un
gobierno débil, bajo presión de candidatos nacionalistas populares. Este
fue, precisamente, el momento en el que sucedió el incidente del jueves
pasado en la islas Senkaku (Diaoyu para Pekín) y que probablemente
ayudó mucho en las urnas tanto al ganador, Shinzo Abe y su Partido
Liberal Democrático, como al Partido por la Restauración, que quedó
tercero pero casi con igual número de escaños que el Partido Demócrata,
la segunda fuerza. Ambos, el PLD y el Partido de la Restauración habían
hecho una campaña de fuerte aformación nacionalista.
La reacción durísima del gobierno japonés del Primer Ministro
Yoshihiko Noda contra China la semana pasada no guardaba proporción con
la política que él mismo había seguido hasta ahora y que le había ganado, precisamente, fama de blando.
No olvidemos que su decisión de nacionalizar parte de las islas en
disputa hace unos meses fue una manera de aplacar a Pekín impidiendo que
el entonces gobernador de Tokio y ahora flamante miembro a la Dieta, el
turbulento nacionalista Shintaro Ishihira, las adquiriera. Pero esa
reacción daba una idea del clima que se ha generado en Japón de un
tiempo a esta parte. Un clima que se explica a partir de la adopción,
por parte del Partido Liberal Demócrata y de Abe en particular,
de un discurso muy nacionalista y la irrupción de Ishihira y sus
aliados como tercera fuerza. El resultado electoral del domingo ha
confirmado la tendencia de la sociedad y de la clase política, pues el
Partido por la Restauración ha obtenido nada menos que 54 escaños, a
sólo tres del Partido Demócrata que ahora ha sido expulsado del poder.
Shinzo Abe había adoptado una línea nacionalista dura desde la oposición, proponiendo cambiar la constitución pacifista
para que las Fuerzas de Autodefensa se conviertan en un ejército
verdadero y dejando que en el programa de su partido se deslizara por
primera vez la posibilidad de tener armas nucleares. Aunque otros temas
parecían más urgentes a inicios de la campaña –la recesión japonesa y la
eterna discusión sobre el gasto en infraestructura, por ejemplo—, la
política exterior pasó a ser determinante al final.
El enfrentamiento no sólo por las islas en cuestión sino, más
ampliamente, por lo que se percibe como el expansionismo chino en el Mar
de China Oriental ha llevado a muchos japoneses a pedir una actitud más afirmativa de cara al gigante que tienen enfrente.
China está explotando gas y petróleo en la plataforma continental de la
costa de Shanghai, que Japón quiere dividir a medias y que Pekín
considera toda suya. También hay consecuencias más al sur, donde China
reclama casi todo el Mar Meridional, lo que la enfrenta a Vietnam,
Filipinas, Indonesia, Taiwán y demás.
Con todo esto China ha ayudado a acelerar en Japón, como lo ha demostrado este campaña, el cuestionamiento de los constreñimientos que se le impusieron tras la Segunda Guerra Mundial y que había aceptado de buena gana durante varias décadas.
No hay riesgo inminente de que el nacionalismo japonés se salga de
control, entre otras cosas porque Abe ya gobernó en 2006 y en ese
entonces tuvo las mejores relaciones con Pekín desde la etapa dorada de
los años 80 y 90. Además, es muy probable que el Partido Liberal
Demócrata, que es una amalgama muy variopinta de corrientes y
tendencias, frene tendencias excesivas si se dieran en el gobierno de
esa misma agrupación.
Mientras tanto, Estados Unidos, el paraguas nuclear de Japón, observa todo esto no sin bastante aprensión.
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