02 diciembre, 2012

EE.UU.: Los problemas revelados por los escándalos

por Gene Healy

Gene Healy es Vice Presidente de Cato Institute.
No puedo comprender ese tipo de regaño de ciertas personas en Washington, DC, quienes consideran que los escándalos políticos son distracciones de “la tarea de gobernar”. Los puestos de primera fila para ver el último escándalo son una de las pocas características a favor de vivir en este miserable pueblo burocrático.
Conforme el deshonrado ex jefe de la CIA, el General David Petraeus, se dirigía a mediados de este mes a testificar en el Congreso acerca del ataque del 11 de septiembre de 2012 al consulado estadounidense en Benghazi, Libia, no quedaba claro si este resultaría ser uno de estos tipos de escándalos.


Con todo el enfoque en “¿quién alteró los puntos de discusión de la CIA?” y “¿Qué sabía Susan Rice [la embajadora de EE.UU. ante la ONU] y cuándo lo supo?” —los republicanos parecen estar pasando por alto las preguntas más fundamentales. Para empezar, ¿qué tal esta?: “¿Para qué estamos en Libia?”
Después de todo, la aventura de 2011 en Libia del presidente Obama, antecedente de la tragedia en Benghazi, fue una guerra innecesaria de acuerdo al mismo secretario de defensa del presidente. “No creo que constituya un interés vital para EE.UU.”, dijo el entonces jefe del Pentágono Robert Gates en el programa de NBC “Meet The Press” conforme volaban los misiles Tomahawk.
Además, es una guerra que el mismo fiscal general del presidente aparentemente cree que fue ilegal. Aunque la Oficina de Asesoría Legal (OLC, por sus siglas en inglés) del Departamento de Justicia aportó una fachada legal para el ataque inicial a Libia, ellos se opusieron conforme la guerra se acercaba al período límite de 60 días para detener la participación en “hostilidades” no autorizadas por el Congreso —en virtud de la Resolución de Poderes de Guerra (WPR, por sus siglas en inglés). La directora temporal de la OLC, Caroline D. Krass, le dijo al presidente que un bombardeo continuo violaría la WPR y el “Fiscal General Eric H. Holder Jr., respaldó la opinión de la Sra. Krass, dijeron funcionarios”, según Charlie Savage del New York Times.
El presidente Obama, sin inmutarse, buscó una segunda opinión y obtuvo una de un asesor más obediente en el Departamento de Estado y continuó bombardeando.
Una guerra ilegal e innecesaria por lo menos merece tanta atención como la que está recibiendo la debacle en Benghazi. Con todos los medios a su alcance, el Congreso debería investigar si la administración deliberadamente engañó al público y debería ver cómo fortalece la seguridad de los diplomáticos estadounidenses.
Pero el Congreso también debe considerar fortalecer la ineficaz Resolución de Poderes de Guerra. El representante Walter Jones (Republicano de Carolina del Norte) ha propuesto legislación que implementaría un recorte automático de financiamiento para las guerras no autorizadas por el Congreso. Tal vez vale la pena escucharlo.
En cuanto al asunto de Petraeus, mi colega Julian Sanchez señala que “el verdadero escándalo aquí podría ser el poder del FBI de realizar búsquedas a ciegas en las comunicaciones más íntimas de los estadounidenses”. Sanchez indica que la Ley de Privacidad en las Comunicaciones Electrónicas (ECPA, por sus siglas en inglés) fue redactada en 1986, “cuando el juego Atari reinaba” y, en virtud de esta, “los investigadores muchas veces ni siquiera requieren de una orden legal de allanamiento —en virtud de la Cuarta Enmienda a la Constitución— para realizar una búsqueda en sus correos electrónicos”. El Senador Patrick Leahy (Demócrata de Vermont) ha propuesto enmendar ECPA para requerir causa probable y una orden legal para realizar búsquedas en correos electrónicos.
El período de Watergate lleno de escándalos —con sus revelaciones de intervenciones en líneas telefónicas sin autorización, de guerras secretas, de abusos de inteligencia y de la obstrucción de la justicia— resultó ser de lo más fascinante y edificante en la historia de EE.UU. Como un beneficio agregado, promovió reformas como la Resolución de Poderes de Guerra, la Ley de Privacidad y la Ley de Vigilancia de Inteligencia Exterior, las cuales, mientras que son imperfectas, por lo menos empezaron a abordar el problema de un poder ejecutivo ilimitado.
En medio del tumulto que rodea las actividades extracurriculares del General Petraeus y el encubrimiento de la administración en el asunto de Benghazi, se está volviendo cada vez más claro que nuestro Estado de Seguridad Nacional/Vigilancia Nacional está una vez más fuera de control. Llevar la cuenta de los puntos y ganar puntos siempre es parte del juego del escándalo; aún así, sería bueno si el Congreso empezara a abordar los problemas más profundos que estos escándalos revelan.

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