El precipicio fiscal depende de la Reserva Federal: ¿Por qué Ben Bernanke controla los destinos de la economía?
Por David Beckworth y Ramesh Ponnuru
The Atlantic - El Instituto Independiente
Las consecuencias económicas del debate sobre el precipicio fiscal no
son tan graves como usted ha venido escuchando. Un supuesto mayormente
no examinado del debate es que el hecho de dirigirnos hacia el
precipicio--es decir, permitir que los recortes impositivos de Bush
expiren en la fecha prevista y dejar que los recortes de gastos que el
Congreso previamente legisló tengan lugar--nos empujará a una nueva
recesión en 2013.
Es un argumento keynesiano familiar. Al escribir sobre el precipicio, Paul Krugman advierte
que “la reducción del déficit presupuestario cuando la economía ya está
deprimida” tornará “más profunda la depresión”. La Directora Gerente
del FMI, Christine Lagarde, ha planteado la misma preocupación,
citando pronósticos de los efectos del precipicio que en sí mismos
están basados en supuestos keynesianos. En esos supuestos, los recortes
de gastos y los aumentos de impuestos deprimen la economía porque toman
el dinero de los bolsillos de la gente. Las personas afectadas gastan
menos dinero, los individuos que habrían recibido sus gastos como
ingresos hacen lo mismo, y muy pronto nos encontramos en otra recesión.
Existen de hecho razones para temer caer por el precipicio. Los
aumentos de impuestos previstos sobre la formación de capital, por
ejemplo, dañarán en el largo plazo a la economía. Sin embargo, la
pesadilla keynesiana sobre el acantilado se encuentra demasiado agitada,
debido a que la Reserva Federal tiene el poder de evitarlo. De hecho,
el Congreso podría reducir el gasto mucho más profundamente de lo que
actualmente está considerando sin arriesgarse a una recesión, al menos
si la Fed actúa de manera apropiada.
El punto debería ser fácil de entender si usted imagina un banco
central que tiene una meta de inflación del 2 por ciento que cumple cada
año. Bajo esas circunstancias, ni el estímulo fiscal ni la austeridad
pueden modificar los niveles de inflación o de producción. Si un
estímulo infla la economía, el banco central tan sólo la desinflaría de
nuevo para alcanzar su objetivo. Si la austeridad contrae la economía,
el banco central tendría que volver a inflarla. La cuantía total de
actividad económica no cambiaría (aunque cuánto de la misma fue dirigida
por actores del sector privado variará).
A la misma conclusión—que los cambios en la posición del presupuesto
federal no pueden afectar al tamaño de la economía en su conjunto—se
llega si el banco central sustituye un objetivo de gasto nominal por una
meta de inflación y la cumple cada año. En el mundo real, por supuesto,
los bancos centrales no alcanzan sus objetivos perfectamente. Ello
tienen, sin embargo, el poder de acercarse, lo que significa que la
política fiscal no puede tener un gran efecto si lo están intentando.
Los Keynesianos a veces admiten este argumento con carácter general,
pero afirman que circunstancias especiales pueden tornar impotentes a
los bancos centrales y crucial a la política fiscal. Tienen en mente una
“trampa de liquidez” en la cual las tasas de interés son demasiado
bajas como para que el banco central las reduzca aún más. Sin embargo,
como le gusta señalar a Scott Summer, economista de la Universidad de
Bentley y bloguero, no hay caso alguno en la historia del mundo en el
que un banco central en un sistema de dinero fiduciario haya intentado
inflar y fracasara. Ben Bernanke tampoco ha afirmado nunca que podría
quedarse sin municiones.
El Banco de Inglaterra demostró claramente el poder de los bancos
centrales para contrarrestar la política fiscal en los albores de la era
Thatcher. En 1981, su gobierno presentó un presupuesto que reduciría
drásticamente el déficit en medio de una recesión. La mayor parte de los
economistas se opusieron a ello basados en fundamentos keynesianos, con
364 de ellos suscribiendo una carta ahora famosa en la que argumentaban
que “no hay base en la teoría económica o evidencia de apoyo” para
ello. No obstante, el gobierno de Thatcher implementó su plan y para
finales de 1981 la economía se estaba recuperando. El Banco de
Inglaterra al mismo tiempo había iniciado un ciclo de relajamiento de la
política monetaria, y los economistas habían subestimado sus efectos.
Algo similar ocurrió en Canadá a mediados de la década de 1990.
Después de pasar varias décadas de déficits presupuestarios que habían
llevado a una relación deuda-PIB del 70 por ciento en 1995, el entonces
ministro de Finanzas, Paul Martin, presentó un plan de presupuesto que
inició media década de reducción del presupuesto federal, principalmente
a través de recortes en el gasto. Este ajuste fiscal llevó a los
excedentes presupuestarios de comienzos de la década de 2000. Al igual
que en el caso británico, el Banco de Canadá relajó la política
monetaria durante el mismo período, compensando cualquier resistencia
fiscal. La economía se desempeñó muy bien.
La economía de los EE.UU. durante los últimos dos años ha exhibido el
mismo patrón. Desde mediados de 2010, el total de los gastos federales
medidos en dólares, ha evidenciado una tendencia a la baja. El déficit
presupuestario como porcentaje de la economía ha caído más de un 2 por
ciento durante este tiempo. Este ajuste fiscal ha tenido lugar en medio
de un aluvión de crisis económicas, incluida la crisis de la eurozona,
las negociaciones en 2011 sobre el techo de la deuda e inquietudes sobre
una desaceleración económica asiática, que han mantenido elevada la
incertidumbre económica. Sin embargo, el gasto nominal ha sido
increíblemente estable, con un crecimiento de alrededor del 4,5 por
ciento al año. La recuperación ha sido lenta, pero la Fed parece haber
impedido que la contracción fiscal y otras crisis económicas le pongan
fin.
También podría contrarrestar los efectos del precipicio fiscal. La
mejor manera en que la Fed podría hacer esto es mediante la explícita
adopción de un objetivo de gasto nominal. Cuanto más creíble sea ese
objetivo, menos tendría que hacer la Fed para alcanzarlo: Las
expectativas del sector privado del gasto futuro influyen poderosamente
en los actuales niveles de gasto. Sabiendo que la Fed hará lo que fuese
necesario, incluidas agresivas operaciones de mercado abierto, mantener
un crecimiento nominal sostenido del PIB generaría confianza y mayor
certeza económica para los hogares y las empresas—con independencia de
si el gobierno estaba recortando el gasto. El efecto debería ser el de
compensar cada dólar de la reducción del gasto público con
aproximadamente un dólar de aumento en el gasto privado.
La Fed no puede deshacer los efectos de las malas políticas que
sanciona el Congreso: No puede, por ejemplo, restaurar los incentivos
para trabajar, ahorrar e invertir si los legisladores los sofocan. Lo
que la Fed tiene el poder de hacer es evitar que la pesadilla keynesiana
tenga lugar. Podríamos caer por el precipicio fiscal y luego entrar en
una recesión. Pero si lo hacemos, será porque la Fed falló en cumplir
con su deber.
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