La gestión de Nicolás Maduro como canciller aunque a algunos sectores
les parezca risible, ha sido destacada si tenemos en cuenta que ha sido
un hombre no preparado académicamente hablando para desempeñar dichas
funciones, siendo además esto el alimento de principal blanco de ataques
por parte de la oposición política venezolana. Destacada por llevar un
tono prudente y mayormente intermediario para operar en el contexto
internacional, y en ocasiones muy puntuales, en el contexto interno.
Políticamente pudiera catalogarse como el canciller mejor dispuesto
para proseguir con los lineamientos estratégicos planteados por Hugo
Chávez. Desde el campo gubernamental ha resultado ser el canciller
ideal, ya que ha logrado conciliar entre la prudencia, incluso más que
muchos de los pocos embajadores actuales que quedan de carrera dentro
del chavismo, y la visión personalista del gobierno, para llevar a cabo
sin vacilaciones, los objetivos planteados en materia de política
exterior. No en vano, ha sido el canciller que más tiempo ha estado
ejerciendo esa función (6 años).
La calificación que se pudiera hacer de la gestión de Nicolás Maduro
como Canciller responde, sin embargo, a los lineamientos personalistas
del presidente. No es una gerencia autónoma de la figura presidencial
como si se puede conseguir en ejemplos de otros cancilleres en la región
latinoamericana.
Más que cosas buenas de su rol como Canciller, habría que destacar el
rol activo e inteligente que ha desempeñado Nicolás Maduro a lo largo
del ejercicio de sus funciones. Llevó adelante
negociaciones para el impulso de esquemas de integración latinoamericano
como es el caso de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del
Caribe (CELAC), la entrada de Venezuela al Mercosur, o el estrechamiento
de relaciones con China y Rusia, trabajo que ya venía cultivando desde
que desempañaba funciones en la Asamblea Nacional.
Ha sido la imagen del gobierno venezolano ante la ausencia de Chávez
en el escenario internacional en el caso de la crisis del Medio Oriente,
específicamente con el caso de Siria, con Irán, o su participación en
la Cumbre de las Américas en abril de este año en Colombia.
La designación de Nicolás Maduro como posible sucesor a Hugo Chávez
en ausencia definitiva, responde más a intereses interno, más que a
cualquier desempeño y rol en la Asamblea Nacional, la cancillería o la
vicepresidencia. Maduro ha sido fiel y ha interpretado muy bien al
presidente de la República a través de los años y desde los distintos
cargos que ha ocupado en esta administración. No en vano fue uno de los
primeros en enterarse de la enfermedad del presidente en el año 2011,
cuando fue diagnosticado de cáncer.
La otra opción hubiese sido abrir resquemor entre el sector militar y los distintos grupos de poder allí existentes.
La designación del actual canciller y
vicepresidente busca más bien acentuar el carácter civil del proyecto,
más que proponer una vigorización del aspecto militarista, al tiempo de
neutralizar otras fuerzas de poder dentro del mismo chavismo.
La figura de Maduro no incomodaría tanto en una eventual ausencia de
Chávez ni dentro del propio chavismo, ni de la oposición (aunque
discrepen sobre esto algunos sectores contrarios al gobierno), como si
pudiera ocurrir con la figura del actual presidente de la Asamblea
Nacional, Diosdado Cabello.
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