14 diciembre, 2012

Populismo religioso

Populismo religioso

Por Óscar Collazos
El Tiempo, Bogotá
En su discurso del martes, el excanciller de Venezuela Nicolás Maduro, a quien Hugo Chávez acaba de señalar como su posible sucesor, invocó a Dios y al Dr. José Gregorio Hernández. Su invocación hace parte de la cadena de oraciones que se han hecho en estos días por la salud de Chávez y de la cual ningún chavista, creyente o no, quiere excluirse.
La religiosidad, instrumentalizada por la política, hace parte ahora del proselitismo chavista. Y es posible que produzca dividendos. El chavismo ha interpuesto la fe, pero, para que esa fe sea duradera, tiene que estar sostenida en un aparato de propaganda, que necesita dos elementos primarios: la sacralización del caudillo y la satanización de sus adversarios.

En un tono progresivamente exaltado, a punto de llegar al clímax de las lágrimas, Maduro fue más religioso que político, más devoto que ciudadano: "Chávez tiene a un pueblo, nos tiene a nosotros y nos tendrá por siempre en esta batalla de victoria en victoria". Prometió, entonces, "lealtad hasta más allá de esta vida". ¿El cielo, la eternidad?
Henry Rangel Silva, candidato chavista a la gobernación de Trujillo, no se quedó atrás y elevó plegarias al santo José Gregorio Hernández. "Unidos al pueblo trujillano y desde lo más profundo de nuestra fe, te suplicamos la sanación del presidente Hugo Chávez Frías", oró el candidato en un tono que no difiere mucho del adoptado por Maduro en su discurso del martes.
Maduro sabe que, en caso de suceder al "comandante supremo", tendrá que emular su estilo. No puede cambiar el ritual. Fue lo que hizo en su discurso del martes el cachorro de príncipe, rodeado de humildes seguidores, chavistas de expresión compungida, que rezaban silenciosamente por la vida del caudillo, esta vez en el momento más difícil de su enfermedad. El presidente encargado no estaba en una tribuna, sino en un altar.
El excanciller fustigó a los "impíos" y enemigos de la "revolución bolivariana", enviándole señales hostiles a la oposición, que saldrá de nuevo a las urnas el 16 de diciembre. No hablaba tanto para los venezolanos: hablaba a los oídos de Chávez, el caudillo enfermo de La Habana; quería decirle que estaba a la altura de la misión asignada.
Si la eternidad es aquello que está más allá de la vida y de lo conocido, con sus "gracias a Chávez eternamente", Maduro cumplía el ritual de convertirlo en una deidad, la única sentada "históricamente" a la diestra de Bolívar. De eso se ha tratado siempre: de la unión de dos construcciones imaginarias: el Libertador y Hugo Chávez Frías, su único sucesor en la Tierra. Para esta empresa, no sirve la razón crítica. Solo sirven la demagogia y la fe.
Maduro quiere probar que está más cerca que Diosdado Cabello del perfil público de Chávez. Diosdado daría una imagen más militarista y se podrían remover en su entorno las aguas podridas de la corrupción. Maduro, en cambio, ha estado en los escenarios internacionales de la diplomacia, cuenta con la simpatía de los hermanos Castro, sus más experimentados socios políticos en la región. Mientras se pueda sostener en la presidencia, será un interlocutor aceptable en los países de América Latina.
Sin embargo, el exaltado, pasional, melodramático, desconcertante y a veces pintoresco estilo de Chávez, al ser adoptado por Maduro, será una escandalosa caricatura del original. Tendrá que parecerse. Se lo impone la naturaleza del caudillismo, fundada en las supersticiones de la fe popular, pero, a medida que intente parecerse más a Chávez, se verá que la copia no tiene la autenticidad del original.

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