Otro día más en México. Otro día
cualquiera. Uno de tantos. Un día en el que se anuncia que la
Federación condonará el pago de impuestos atrasados a los estados. Un
día en el que se da a conocer que los diputados recibirán un bono
navideño por miles de pesos. Un día en el que los altos mandos del SNTE
irán en un crucero de lujo, todo pagado a cuenta del erario. Anuncios
pequeños que revelan errores grandes; hechos intrascendentes que violan
principios básicos; decisiones privadas que afectan la cosa pública.
Historias de funcionarios que se comportan así porque pueden. Porque
pueden.
Hay pocos puestos mejores sobre el planeta que el de un político
mexicano. Un político mexicano no tiene que trabajar para cobrar su
sueldo ni tiene que rendir cuentas para conservarlo. No tiene que
explicar el sentido de su voto en el Congreso ni tiene que estar
presente para otorgarlo. No tiene que responder a las necesidades del
electorado ni establecer una relación con él.
Puede ser abogado privado y político, boxeador y político, playboy y
político, personaje de Big Brother y político, incompetente y político.
Puede presentarse en su oficina o no. Puede presentarse en el Pleno del
Congreso o no. Puede representar a aquellos que lo eligieron o no. Puede
cumplir con el trabajo para el cual supuestamente fue designado o no.
Cobrará su cheque mensual de cualquier manera. Cobrará su bono anual de
cualquier modo. Saltará a otro puesto al final de su periodo,
independientemente de lo que haga o deshaga.
El comportamiento de muchos políticos y de muchos funcionarios en México
revela un problema profundo. Un problema estructural. Un problema
cultural. Pocos saben ser "funcionarios públicos".
Las noticias cotidianas subrayan un hecho insoslayable, irrefutable,
inequívoco: México tiene un sistema político disfuncional poblado de
políticos disfuncionales. Pocos saben ser "servidores públicos". Pocos
saben las responsabilidades que entraña y la rendición de cuentas que
debe – automáticamente – generar ese papel. Pero muchos saben servirse
con la cuchara grande; saben cómo montarse sobre su puesto y
aprovecharlo; saben cómo estirar el erario y exprimirlo. Saben cómo
hacerlo y pueden hacerlo.
En otras latitudes, un funcionario público sirve al público. Así de
fácil; así de sencillo; así de claro.En las democracias funcionales, los
servidores públicos no se otorgan bonos cuantiosos a sí mismos. No
pensarían en hacerlo. No podrían hacerlo. No se les permitiría hacerlo.
Por un lado, se perciben y se saben fiduciarios del erario, no sus
derechohabientes. Por otro, una ciudadanía vigilante alzaría la voz para
criticar la malversación de sus impuestos. Unos poseen mecanismos de
autocontención y otros se erigen en vallas que cumplen con esa función. Y
de esa manera surgen círculos virtuosos de transparencia. Los
ciudadanos escrutinan y los políticos se saben escrutinados; los
funcionarios cumplen su papel y los ciudadanos exigen que lo hagan; los
políticos no se embolsan dinero público y los ciudadanos les recuerdan –
de manera cotidiana -- que es suyo.
Pero la política en México no fue creada para servir a la ciudadanía.
Fue creada para preservar las parcelas de poder de las élites. Fue
institucionalizada para permitir la rotación de camarillas. Fue erigida
para recompensar la lealtad. Fue concebida para proteger a los dueños y a
los productores a costa de los consumidores. Fue construida para
empoderar a los de arriba y mantener callados a los de abajo. Y poco a
poco se convirtió en una kleptocracia rotativa que la democracia ha
hecho poco para desmantelar. De allí su disfuncionalidad. De allí su
rapacidad. De allí su opacidad. De allí su discrecionalidad. De allí que
hoy la clase política se comporte como se comporta. No sabe ni necesita
hacerlo de otra manera. No paga un precio por ignorar a la ciudadanía
de cuyo bolsillo vive.
Pero en México, frente a élites intocables hay ciudadanos tolerantes.
Ciudadanos resignados. Ciudadanos que ven que los políticos toman lo que
no es suyo y deciden hacerlo también. Ciudadanos que contemplan la
conducta de la clase politica y deciden emularla. Ciudadanos que se
resignan frente a los bonos navideños, frente a los cruceros
magisteriales, frente a los impuestos no cobrados, frente a las tarifas
de las telecomunicaciones, frente a los terrores de la telefonía
celular, frente a la anarquía del aeropuerto, frente a la inseguridad,
frente a los muertos. Ciudadanos que deberían ser menos tolerantes pero
no saben cómo; que deberían organizarse pero no saben para qué; que
deberían exigir más pero no saben a quién.
Por eso no sorprende la violencia injustificable ni la frustración
latente. Quienes tienen y ejercen el poder en México están más
preocupados por mantener su franquicia, que por servir a la población.
Están más interesados en otorgarse bonos por su desempeño, que en el
desempeño mismo. Están más empeñados en preservar los privilegios que
les otorga una democracia descompuesta, que en hacer lo necesario por
arreglarla. Y se comportan así porque no hay nada ni nadie que los
detenga, que los cuestione, que los pare, que los sancione, que los
castigue. Se comportan así porque pueden. |
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