Sorpresas. Esto es lo que
anticipan diplomáticos para la primera reunión con los embajadores
mexicanos en el mundo que tendrá el Presidente Enrique Peña Nieto y el
nuevo canciller José Antonio Meade. Pero para esta reunión que se
celebra hace tiempo a principios de cada enero, no habrá demasiadas
sorpresas de lo que ya se pudo ver. Los embajadores ya no tendrán que
defender las razones de la guerra contra todos los cárteles de la droga,
ni aprenderse y aplicar a su mejor entender la dialéctica de ese
conflicto, como lo hicieron durante seis años. Ahora, además de su
trabajo político, tendrán que recuperar el énfasis económico perdido, en
términos reales, desde 1985.
Despojar a Relaciones Exteriores de una de las funciones primarias que
realizan las cancillerías en el mundo fue un error estratégico que
comenzó a la mitad del sexenio de Miguel de la Madrid, cuando en el
cambio económico al modelo neoliberal, una de las subsecretarías que
desaparecieron de Relaciones Exteriores fue la de Asuntos
Multilaterales, que se encargaba de esa materia. De un día para otro, el
subsecretario Jorge Eduardo Navarrete se quedó sin trabajo, y el
Gobierno mexicano, como lo consolidó el Presidente Carlos Salinas,
injertó la economía al aparato productivo de Estados Unidos.
Se mantuvo así durante el gobierno de Ernesto Zedillo y en el de Vicente
Fox se profundizó el desastre de la política exterior. Con Jorge
Castañeda, su obsesión de una reforma migratoria total –su famosa
descripción de "la enchilada completa" en Los Angeles Times-, y su
debilidad por Washington, la Cancillería se convirtió en una dependencia
de caprichos. Ernesto Derbez, quien lo sustituyó, ya le había quitado
desde el principio de ese gobierno –cuando fungía como Secretario de
Economía-, todas las negociaciones económicas multilaterales.
Esa época, se espera, dejarla atrás. La Cancillería tomará un nuevo rol
protagónico que la saque del marasmo de Patricia Espinoza, posiblemente
la secretaria más mediocre que se recuerde en décadas, y regrese a una
política exterior activa y dinámica, que obligue al avestruz a sacar la
cabeza de la tierra, como estuvo los seis años de gobierno de Felipe
Calderón, donde siempre fue relegada, sin oponer resistencia, a que los
temas importantes se vieran en otras áreas de la administración federal.
A veteranos del Servicio Exterior no les han gustado los nombramientos
que ha hecho Meade en la Secretaría, algunos de los cuales los
consideran una ofensa para la diplomacia mexicana. Se quejaron desde los
primeros cambios, al integrar ex funcionarios de Hacienda –de donde
saltó Meade- a la diplomacia. Respingaron aún más fuerte con el
nombramiento de Sergio Alcocer Martínez Castro como subsecretario para
América del Norte, y de Juan Manuel Valle Pereña, como jefe de la
Agencia Mexicana de Cooperación Internacional para el Desarrollo.
En el caso de Alcocer Martínez Castro pudieran tener razón, pues no
figura nada en su currículo de conocimiento en materia bilateral. Es
ingeniero y reconocido experto en resistencia de estructuras en sismos,
cuyos análisis y criterios fueron incorporados al reglamento sísmico de
la ciudad de México. El punto de contacto con Meade es que trabajó con
él como subsecretario de Energía, por lo que lo conoce perfectamente,
como sucede también con Valle Pereña, que fue jefe de la Unidad de
Banca, Valores y Ahorro de Hacienda, cuando Meade fue secretario, y su
subalterno en la Financiera Rural.
Meade incorporó en dos áreas estratégicas a expertos en planeación y
ejecución financiera, despojándolas de su característica meramente
diplomática. Hay un golpe de timón muy fuerte en la cancillería,
matizado sólo por la designación de Carlos de Icaza como subsecretario
del ramo –en la gira del Presidente electo Peña Nieto por Europa, fue el
único embajador presente en las conversaciones con el líder del país- y
la ratificación de Juan Manuel Gómez-Robledo en la de Asuntos
Multilaterales y Derechos Humanos. Los dos son diplomáticos ampliamente
reconocidos, pero su prestigio no ha tamizado las crítica dentro del
Servicio Exterior por los nombramientos. Pero no es un asunto de
nombres, sino de diseño. Quizás, parafraseando a Georges Clemenceau,
quien llevó a Francia a la victoria en la Primera Guerra Mundial, la
diplomacia es demasiado importante para dejársela a los diplomáticos.
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