Decía Benjamín Franklin que sólo
hay dos certezas con las que el hombre puede contar: la muerte y los
impuestos. Pues en México es más probable fallecer que pagar impuestos;
es más predecible evadir al fisco que cumplir las obligaciones que se
tienen con él. Aquí impera un equilibrio fiscal ineficaz, precario e
injusto. Aquí el Estado recauda poco y gasta mal. Aquí se gasta más de
lo que se obtiene y el resto se cubre con la renta petrolera. Y además
existen amplios espacios para la corrupción para quienes están
conectados con el poder. Somos un país de lagunas y huecos y privilegios
y evasiones. Somos un país rico con un Estado pobre.
Como lo explica Carlos Elizondo en su nuevo libro, Con Dinero y Sin
Dinero, tenemos un Estado frágil con una baja capacidad recaudatoria.
Tenemos un Estado ineficiente con una baja capacidad para hacer que se
cumpla la ley. El Estado quiere cobrar y no puede. Necesita recaudar y
no logra hacerlo. Pero al mismo tiempo gasta mucho y de mala manera.
Desviando recursos y politizándolos. Beneficiando a ciertos grupos y
premiándolos. Los burócratas y los líderes sindicales y los oligarcas
empresariales y los dirigentes políticos se benefician de un equilibrio
inequitativo pero autosustentable. Un equilibrio perverso pero
autoperpetuable. Y lo que ha permitido la prolongación de este pacto
precario ha sido el petróleo. Lo que ha financiado la brecha entre
ingreso estatal y gasto público ha sido su venta. El petróleo subsidia,
el petróleo compra tiempo, el petróleo hace posible el statu quo.
Nuestro pacto fiscal – el "contrato" entre ciudadanos y gobierno que
especifica quién paga y cómo se gasta lo cobrado – es un pacto de una
sociedad desigual. Unos no pagan impuestos mientras que otros no
alcanzan su potencial por los malos servicios públicos que el Estado
pobre provee. Unos se apropian de la riqueza mientras otros no tienen
acceso a ella. Unos doblan la ley mientras otros padecen su
inexistencia. Unos se aprovechan de la renta petrolera para no aumentar
los impuestos mientras otros han visto cómo una burocracia privilegiada
se la ha comido. Unos se aprovechan de los agujeros en la ley
tributaria, mientras otros son víctimas de su aplicación selectiva.
Los impuestos financian la modernidad, y por ello México no logra
alcanzarla. Los impuestos financian la prosperidad y por ello parece tan
distante. En nuestro país los servicios públicos son pobres e
insuficientes. Escuelas públicas con malas instalaciones y malos
maestros. Policías mal pagados y mal entrenados. Infraestructura pública
exigua y de baja calidad. Territorios dominados por la violencia que el
Estado no logra controlar. Todos estos problemas producidos por nuestro
pésimo pacto fiscal. Por unos impuestos insuficientemente recaudados,
por un gasto ineficientemente asignado, por unos recursos públicos
lamentablemente distribuidos. Por un Estado que no tiene la legitimidad
para exigir más cuando gasta tan mal.
De allí que la respuesta no reside en tan sólo aumentar la recaudación,
como muchos piensan. De allí que la solución no se encuentra tan sólo en
extender el IVA a medicinas y alimentos, como muchos sugieren. Sin un
buen gasto público no hay argumentos convincentes para incrementar los
impuestos y no tiene sentido hacerlo. Sin una verdadera rendición de
cuentas sobre cómo se usa cada peso adicional, no habrá manera de exigir
a los mexicanos que lo paguen. Porque el dinero extra que traería
consigo la reforma fiscal contemplada y cacareada se puede gastar mal.
De allí la urgencia de romper el pacto prevaleciente, basado en pocos
impuestos, mal gasto y abuso de la renta petrolera.
Y ello requeriría racionalizar el gasto antes que insistir en el aumento
a la recaudación. Requeriría airear, transparentar, y fiscalizar lo que
se gasta antes de cobrar lo que se quiere de más. Requeriría mirar más
allá de asegurar la prudencia macroeconómica basada en ingresos bajos y
recaudación pobre. Requeriría pensar en una solución audaz que rompa el
equilibrio estancador en el cual se encuentra el país. Requeriría que el
gobierno de Enrique Peña Nieto dijera cómo va a evitar el despilfarro y
la corrupción que caracteriza al gasto público antes de anunciar que
elevará los impuestos.
Escribía Christopher Caldwell en el Financial Times que el gobierno es
"algo que hace un presupuesto". Pero el Gobierno mexicano lo ha podido
elaborar cada año de manera tramposa. Durante décadas el gobierno ha
encubierto su debilidad recaudatoria vendiendo petróleo. Ha podido,
gracias a ello, cobrar poco y gastar mal. Sigue prevaleciendo la
práctica de devorar todos los recursos fiscales posibles, gracias a la
opacidad del gobierno y a la desconfianza de los ciudadanos. Ahora que
Peña Nieto hace tantas promesas, es importante comprender que muchas de
ellas implican aumentar el gasto público. Cosa que no se podrá hacer si
el Estado no recauda más. Cosa que jamás logrará si no convence a los
mexicanos de suscribir lo que argumentaba el jurista Oliver Wendell
Holmes: "A mi me gusta pagar impuestos. Con ellos compro civilización". |
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