Argentinos: De libres a plebeyos
Si
la mayoría de los argentinos se dieran cuenta en lo que se ha
convertido su país, no resistirían las ganas de echarse a llorar. Abrir
los ojos por un minuto, ver el lugar que ocupamos en el mundo, comparar
lo que fuimos con lo que somos y tomar noción de lo que podríamos ser,
desvelaría a más de uno.
Esta
afirmación no la hago desde un pedestal de pedantería, sino desde la
simple observación y la comparación. La preocupación que muchos
compatriotas tienen hoy por nuestro país no es menor, pero muchos de
ellos todavía creen que en Argentina quedan aun algunos rasgos de lo que
alguna vez fue un país de libres e iguales, dónde la prosperidad y la
dignidad eran realidades.
La
situación del país es hoy muy distinta. Los valores que forjaron una
nación sobresaliente han desaparecido, y con ellos, se han desvanecido
nuestras libertades, el respeto por el prójimo, los buenos modales, y el
amor por la libertad.
El
gran protagonista de esta decadencia ha sido, sin lugar a dudas, el
Peronismo. Este movimiento canalizó resentimientos y los convirtió en un
modo de vida. Descendiente del Fascismo, basó su discurso en el
nacionalismo y el populismo. Hizo uso de los éxitos de la Constitución
alberdiana para fomentar la idea de superioridad del ser argentino,
aniquilando así la verdadera razón de los grandes logros de la joven
nación, su sistema republicano liberal.
Una
vez que se confundió la superioridad del sistema con la superioridad
del ser humano por el solo hecho de haber nacido dentro de una frontera
específica, el resto de las contradicciones vinieron por añadidura.
El
foco de la educación dejó de ser la excelencia y pasó a ser la
idolatría al líder peronista y su mujer, Eva Perón. Los niños de primer
grado debían repetir “Evita y Perón me aman”. Como dice el dicho,
“miente, miente, que algo quedará”, y fue eso lo que sucedió en
Argentina. La mentira fue reemplazando a la verdad hasta instaurarse
como la madre del pensamiento medio.
Los
sesenta años que dividieron al primer gobierno de Perón con el
Kirchnerismo, incluyeron distintas etapas en la historia del país.
Gobiernos democráticos, guerrilla terrorista marxista, dictaduras
militares, el advenimiento de la democracia nuevamente, pero nunca más,
la prosperidad y la libertad que precedieron a Perón.
En
la etapa posterior a la última dictadura militar, la mentira se termina
de consumar. Los argentinos se olvidan definitivamente de Alberdi y la
república, para embanderar a Raúl Alfonsín cómo prócer de la democracia,
la cual muchos confunden con republicanismo. Los guerrilleros
marxistas se convirtieron en adalides de los Derechos Humanos y las
ideas de izquierda en el padrenuestro de la clase media.
Las
consecuencias del cambio de paradigma tuvieron sus impactos más
inmediatos sobre la economía, pero no logró reflejarse rápida y
contundentemente sobre la sociedad y sus modos. Este fue un proceso
lento.
Este
nuevo rumbo ideológico que habían emprendido los argentinos, se
impregnó en todos los ámbitos de la sociedad y propagó ideas falsas, que
fueron tomadas como verdades absolutas. Cualquiera que se anime a
contradecir dichas ideas, es condenado socialmente y calificado incluso
de insano. Es muy difícil encontrar un ámbito educativo dónde se puedan
refutar o debatir estos postulados; todo debe admitirse sin chistar, si
no se quiere ser víctima de la burla de catedráticos y alumnos.
Estas
ideas que parecieran tener un eco casi unánime en toda la sociedad, son
esencialmente socialistas y responden a una contradicción constante.
Nada causa más orgullo en nuestro país que saber que Ernesto Guevara fue
argentino, incluso la comunidad homosexual argentina levanta la bandera
de este falso héroe, negando así el odio que él les tenía. El
antiamericanismo es irracional, y al mismo tiempo las ganas de sacarse
una foto en el Rockefeller Center es incontenible. Consumir la
tecnología, moda y medicina de los norteamericanos es prioridad para los
argentinos, pero eso no quita que en el pensamiento popular se tenga la
idea, y se lo diga a viva voz, que los norteamericanos son estúpidos.
Incluso
los referentes de DDHH en Argentina han sido personajes con pasados y
presentes oscuros, que contradicen el aprecio a la humanidad
constantemente. Entre estos ejemplo, tenemos a la idolatrada Hebe de
Bonafini, fundadora de ¨Madres de Plaza de Mayo¨, quién festejó los
ataques terroristas contra el World Trade Center aquel 11 de septiembre
negro.
Las
banderas de la hoz y el martillo son moneda corriente en universidades y
manifestaciones, por lo general, expuestas junto al símbolo de la paz.
El dinero es visto como el mal de todos los males, pero la ostentación
es un signo cultural muy de moda.
Muchos
también creen que la revolución francesa fue previa a la revolución
americana y que esta última tiene más que ver con los tiranos que con
las libertades.
Estas
confusiones, entre muchas otras, son consecuencia directa de años de
adoctrinamiento que usa como fuente de alimentación el ego. Para
explicar esto, la manera más práctica es observar al argentino medio
actuar en un país extranjero. Todo lo atropella y habla a los gritos.
Cuando dice la palabra ¨Argentina¨ espera ansioso los halagos que cree
debe recibir, pero queda estupefacto cuando se da cuenta que muchas
veces no se conoce, ni siquiera, la ubicación geográfica del país.
La
sensación que se percibe cuando muchos argentinos exponen sus ideales,
es que en los límites fronterizos se levantó una gran muralla y que
nosotros creamos nuestra propia realidad imaginaria para escapar a los
sentimientos encontrados que dejó el hecho de haber sido grandes y haber
caído torpemente en el abismo. Esta ficción disfrazada de ideología
entra constantemente en contradicción con las acciones de los
individuos, pero a pesar esto, siguen sosteniendo efusivamente la
mentira.
La
contradicción constante obtuvo finalmente una voz que transformaría las
prédicas constantes de los argentinos en realidad. Néstor Kirchner,
quién comienza su presidencia con un apoyo del 22% del electorado, supo
interpretar perfectamente cuál era el discurso que debía instalar. Supo
también, que aunque muchos dijeran no estar de acuerdo con él, en el
fondo aplaudirían sus manifestaciones.
Y así sucedió, las políticas de izquierda que caían simpáticas a la mayoría de los argentinos iban a materializarse finalmente.
La
bandera del socialismo, el ataque a la prensa, confiscación de fondos
jubilatorios, la estatización de Aerolíneas Argentinas, el reclamo por
Malvinas, ex guerrilleros en el Congreso y en el Ministerio de Defensa,
subsidios a malos actores, a científicos que nunca descubrieron nada y a
intelectuales que defienden el ¨modelo¨ de gobierno oficial; planes
sociales, fútbol ¨gratuito¨ que se paga con impuestos, fondos de
provincias que desaparecen, presidentes que se niegan a dar conferencias
de prensa, un pueblo que los justifica, sindicalistas y empresarios
socios de la corrupción, estudiantes con morral, barba y tatuaje del
¨Che¨ que acuden a la agresión cuando el argumento se les termina,
funcionarios que cierran las importaciones a la tecnología pero que
traen de sus viajes oficiales al primer mundo toda la línea de
computadoras Apple, y la repetición constante de las mentiras
articuladas por agentes del gobierno. Todo esto, fue avalado por el
53.75% de los argentinos habilitados para votar.
En ese porcentaje podemos encontrar, casi sin excepción,
contradicciones constantes. Ellos suponen que el dinero es el principio
de todo mal y odian a los ricos, sin embargo, cuando justifican su
voto, la única razón que consideran es la mejoría en su propia economía,
y no les molesta en absoluto el majestuoso enriquecimiento de la
familia presidencial. Odian a Estados Unidos y pregonan que la educación
estatal Argentina es la mejor, pero aplauden que la hija de la Presidente
acuda a estudiar a una universidad privada en New York y viva en un
piso frente al Central Park. Hablan del monopolio mediático, y cuando
nombran a dicho monopolio, enumeran distintas empresas de medios que
responden a distintos dueños. Dicen que hay que vivir de lo ¨nuestro¨,
pero son justamente ellos quienes viven de lo ajeno. Si alguien no
coincide con sus ideas o modelo de país, no intentan debatir,
simplemente se agrupan y a los gritos intentan refutar todo pensamiento
crítico al grito de ¨fachistas¨ y ¨gorilas¨. Ellos se autodenominan
seres pensantes y pacíficos, quienes no crean eso, explican, están
corroídos y alienados por los medios que no son afines al gobierno. Se
dicen mayoría, y creen que eso les daría derecho a manejar las vidas de
las minorías, pero en realidad fueron diez millones que hoy pretenden
decidir sobre la vida de los otros treinta millones.
Estas
contradicciones no son casuales, son simplemente la causa del
despilfarro de dinero que el Kirchnerismo vino haciendo todos estos
años. En este grupo tenemos subsidiados, nuevos empleados públicos,
hijos y familiares de funcionarios que conocieron la buena vida desde
que parte de los impuestos pasan a sus bolsillos.
Todo
esto fue posible por una única razón, el precio de las commodities, que
dieron a Argentina una oportunidad histórica de desarrollarse tanto
económica como socialmente. Tuvimos la oportunidad que las villas
miserias desaparezcan, que la industria se desarrolle, de atraer
inversión de todo tipo y alentar la competencia, de federalizar el
territorio, de tener ciudadanos emprendedores y ricos, que no necesiten
las migajas del estado. Pero no, mientras los productores trabajaron
para aprovechar esa gran oportunidad, los Kirchner y sus secuaces se
dedicaron a dilapidar en militancia y propaganda, se dedicaron a
intimidar a quienes trabajan y a reducir libertades.
Hoy, Argentina es líder en inflación. Sus ciudadanos son
monitoreados si intentan comprar dólares. La fuga de capitales no se
detiene, y a pesar de los controles, el Banco Central debe intervenir
día a día para que el precio del dólar no se dispare, sin poder siquiera
así, controlarlo.
El
narcotráfico ya asomó sus narices de manera contundente, y vamos rumbo a
ser el próximo México. Desde el gobierno dicen que ahorrar en dólares
no conviene, pero el Ministro de Economía y la Presidente tienen sus
ahorros en esa moneda.
Las
contradicciones y resentimientos de la mayoría de los argentinos,
encontraron lugar en el Kirchnerismo. Tuvieron la fortuna de encajar en
un contexto económico internacional inmejorable para nuestro país. Esta
situación les dio letra y más soberbia. Vuelan sobre su ego, porque
creen haber descubierto alguna fórmula que todavía no logran entender,
pero que les permite vivir sin trabajar. Allá, compenetrados en su ¨yo¨
supremo, negando la inflación y la fuga de capitales, votaron eufóricos
por el modelo que les dio alas. Todo tipo de improperios fueron enviados
a la oposición vencida. Los festejos duraron varias horas. Cuando la
fiesta terminó y la resaca de la victoria no había desaparecido aun, la
poca confianza en el peso argentino llevó a la ciudadanía a una nueva
contradicción, hacer colas para obtener dólares.
Aquella
“mano invisible” que depositó en las urnas el aval a la intervención
suprema del gobierno en la vida de las personas, queda hoy estupefacta
cuando intenta comprar cien dólares y un agente impositivo, sin mucha
explicación, se lo niega.
Mientras
tanto, los que votaron al socialismo opositor, se quejan que no existen
contrapesos que defiendan a los individuos y sus libertades, sin darse
cuenta que lo que exigen es opuesto a la ideología que avalan.
Los libros, las experiencias de otros países y del nuestro,
demuestran que el socialismo no es sinónimo de individualidad y que la
única garantía de libertad es tener un sistema institucional
republicano, dónde la separación de poderes funcione y las libertades de
las minorías no puedan ser eliminadas por ningún resultado electoral
contundente.
Aprender
de la historia es la vía fácil, pero si esto no sucede, los pueblos que
pusieron en la mesa de apuestas su propia libertad a cambio de
satisfacer caprichos momentáneos, estarán condenados a vivir como
plebeyos.
El
futuro de Argentina y sus ciudadanos ha sido echado a suerte. Las
mayorías decidieron que las minorías no importan. Tal vez, cuando sea
demasiado tarde, muchos despierten del letargo, y coincidirán con San
Agustín, quién sostuvo, que “nadie puede ser perfectamente libre, hasta
que todos lo sean”.
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