18 enero, 2013

Chile: La crisis del pensamiento papanatas – por Ascanio Cavallo

Werner-ChileLos asesinatos de Werner Luchsinger y Vivian Mackay en Vilcún, en la noche del jueves, son el suceso de violencia política más grave ocurrido en Chile desde el crimen de Jaime Guzmán. Hay alguna semejanza entre ambos: grupo organizado, plan territorial, asalto planificado, intentos repetidos y, lo que es más visible, un cálculo político sobre la relativa indefensión de las víctimas.
En las horas siguientes se ha desplegado una especie de repertorio simbólico de interpretaciones sobre el crimen. Predomina en él la línea papanatas, que antepone el contexto y la historia al hecho criminal y que lo justifica con esos datos, que por sí mismos son dudosos. Entre los papanatas siempre figuran, por desgracia, figuras notables, inteligentes, incluso especialistas. La inteligencia es muchas veces ciega ante el mal.


La línea papanatas aparece en todos los grandes crímenes de la historia y la han practicado con el mismo ceño adusto la derecha y la izquierda, desde Auschwitz hasta el Gulag, desde los paredones cubanos hasta la Dina. La verdadera dimensión moral del pensamiento papanatas se aparece como un escalofrío cuando se siente el viento helado de, digamos, Dachau o Pisagua.
Pues bien: el pensamiento papanatas de hoy en Chile –más cargadito a la izquierda, pero predominante en jóvenes, estudiantes, intelectuales, bienpensantes, buenas personas, pequeñoburgueses pretende que en La Araucanía ocurre algo complejo, de lo cual la violencia de Vilcún es una especie de símbolo. Nadie se atreve a decir qué pueden simbolizar dos cadáveres quemados.
Pero, OK, hay que formularse lo que parece ser la pregunta de fondo: ¿Qué es lo complejo que hay en La Araucanía, la única región de Chile donde siempre ganó Pinochet y que ha sido una especie de propiedad electoral de la derecha? Por fortuna o por desgracia, la historia moderna de La Araucanía no se inicia con Elicura Chihuailaf, sino con Emilio Antilef, la mascota indígena del pinochetismo en los 80. Así que empecemos por esto: en La Araucanía no hay forma histórica de hacerse el progresista.
Y entonces, ¿qué hay hoy en ese lugar tan extraño? Esto: una ley indígena diseñada con el tipo de intenciones que pavimentan el camino del infierno y peor ejecutada, una zona sin jóvenes, donde es más atractivo emigrar que permanecer, un área donde los verdaderos poderosos han puesto como contrafuertes a los pequeños agricultores, la región de belleza más arrebatadora y cruel de Chile y un territorio con un Estado ausente, en el que un puñado de audaces (¿20, 50, 100?) ha tomado las armas para iniciar su propia versión de “todas las formas de lucha”.
Una de las cosas curiosas del crimen de Luchsinger-Mackay es que está rodeado de interpretaciones papanatas y no ha aparecido ninguna versión valiente.
Nadie lo reivindica como un hecho necesario. Nadie dice que fue cometido en nombre de algo superior al crimen mismo. Nadie le da una traducción política. Es sólo eso: un asesinato en descampado, como el de A sangre fría, en el mejor de los casos una venganza, es decir, una vergüenza.
El único testimonio de que debió ocurrir algo tremendo es un sujeto herido, un hombre joven de cuyas luces es lícito dudar, un “comunero” (esta es una palabra instalada por el pensamiento papanatas, que cambia a un ciudadano con derechos igualitarios por una especie
de minusválido con derechos restringidos) de capacidades intelectuales que parece difícil relevar, un muchacho que aquella noche debió estar rodeado de cabezas de bala mejor dotados que él. No hay que engañarse: esa noche no había allí nadie razonable, nadie que merezca ser reivindicado por el contexto o la historia, ni por ningún
componente del pensamiento papanatas. Sólo había una banda de asesinos. Por eso que nadie lo reivindica. Por eso no hay épica ni héroes.
Siempre en estos casos el líder del pensamiento papanatas es el gobierno. Por prudencia, por temor, por inseguridad, por lo que sea. En 1991, el pensamiento papanatas dominó en el gobierno de Patricio Aylwin por varias horas después del asesinato de Jaime Guzmán. Pero ese era un gobierno con gentes inteligentes y alguien dijo, en algún momento: “No, no. Este es el último crimen, o es el primero de una serie interminable”. En concordancia con esa lógica, el gobierno asedió a los grupos violentistas, cazó a sus peores dirigentes y no hubo más asesinatos. Punto.
Algún día se sabrá si ha habido gente inteligente en el gobierno de Sebastián Piñera. Por ahora, tiene que despejar algunas dudas que ya no son tales: 1) en La Araucanía hay un terrorismo que ya ha escalado hacia el asesinato; 2) los terroristas nunca son muchos, pero suelen estar rodeados de equipos políticos y jurídicos más cínicos que sus adversarios; 3) los fiscales regulares han demostrado ser más inútiles que eficaces; y 4) hay un costo político grande por afrontar.
La alternativa es sencilla: plegarse al pensamiento papanatas. Al gobierno le llegó la hora de tomar la decisión más inesperada, difícil y jodida de las que cabía imaginar.

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