por Carlos Alberto Montaner
Carlos Alberto Montaner es periodista cubano residenciado en Madrid.
A la memoria de Humberto Medrano, decano de los periodistas demócratas cubanos.
El procedimiento más socorrido de los cómicos y de los políticos para
captar la atención es dar buenas y malas noticias. Como el cuento
machista e irreverente del soldado severamente herido por una mina. Se
lo escuché a un candidato muy serio que trataba de explicar el problema
de la perspectiva.
“Mi capitán —le dijo el médico a un oficial famoso por su donjuanismo
incorregible—, tengo una noticia muy mala que darle, pero seguida de
una muy buena. La mala es que la explosión le voló las piernas. (El
capitán solloza). La buena es que, como usted soñaba, su miembro, al
fin, le llega al suelo” (El capitán sonríe).
El candidato no salió electo.
En América Latina hay varias noticias buenas. La más notable es que hay una reducción de los índices de pobreza.
“Sólo” un 30% de la población latinoamericana es pobre. Eso significa
que 174 millones de personas de casi 600 son pobres. La mala noticia es
que los índices de pobreza en América Latina, medidos por el ingreso,
dejan muchos interrogantes.
De acuerdo con un informe del Banco Mundial, en América Latina un
individuo forma parte de las clases medias cuando tiene un ingreso
diario de entre 10 y 50 dólares. Cuando apenas alcanza entre $4,50 y
$10, subsiste en un nivel muy vulnerable. Los que sólo reciben menos de
$1,25 diarios (unos 75 millones) son indigentes extremos.
La buena noticia es que casi todos los países latinoamericanos han
visto crecer los sectores sociales medios, pero la mala es que todavía
—salvo en Argentina, Uruguay y Chile— América Latina no es un universo,
realmente, de clases medias.
No es sencillo definir cómo es el mundillo en el que habitan esas
hipotéticas clases medias, pero se trata de personas con acceso a
alimentación suficiente, agua potable, vivienda (alquilada o propia)
razonable, vestido, servicios sanitarios, salud, educación,
electricidad, comunicaciones, transporte, justicia y seguridad
(protección policiaca).
La mala noticia es que una parte sustancial de los latinoamericanos,
incluso para aquellos que se consideran clases medias, no tienen
cubiertas esas necesidades mínimas, ni siquiera en los países más ricos
del continente.
No creo que los mexicanos, bolivianos, brasileros, argentinos,
ecuatorianos, venezolanos, colombianos, centroamericanos —exceptuados
costarricenses y panameños— económicamente considerados como clases
medias, den por hecho que cuentan con seguridad y justicia como parte de
la convivencia habitual.
La buena noticia es que cada vez más latinoamericanos se educan, lo
que explica, en parte, la reducción de la pobreza. La mala es que la educación pública deja mucho que desear en todos nuestros países, de acuerdo con las pruebas de contraste.
Nuestros estudiantes de 15 años están bastante por debajo de la media
de los países desarrollados en las tres materias que suelen medirse:
comprensión de lectura, matemáticas y ciencias.
La buena noticia es que cada vez hay más graduados universitarios en
América Latina en cada una de las aproximadamente 4.000 universidades
públicas y privadas con que contamos. La mala es que ninguna de ellas
está entre las 100 mejores del mundo y apenas hay investigación original
en esos recintos.
Como escribía el profesor Carlos Malamud en Infolatam, un enorme país
como Brasil, con casi 200 millones de habitantes, tiene menos
publicaciones científicas que la pequeña Singapur, que sólo cuenta con 5
millones.
La buena noticia es que América Latina crece en el terreno económico
por el precio de las exportaciones de minerales y productos agrícolas.
La mala es que, mientras no seamos capaces de crear un tejido
empresarial productivo y variado, innovador y moderno, que le agregue
valor a la producción y pueda competir con China y con el primer mundo,
nuestras economías estarán sujetas a bandazos y peligrosas oscilaciones.
¿Comenzaremos en el 2013 a cambiar esta realidad? No lo sé. A mi
juicio, Chile es el único país latinoamericano que parece dirigirse al
modelo de comportamiento de las naciones del primer mundo. Pero todavía
nos falta una generación para poder comprobarlo.
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