Jorge Zepeda Patterson
El fracaso del PAN no sólo estriba en que
perdió la presidencia; corre el riesgo de haber perdido a sus militantes. O
peor aún, haber extraviado su mercado político natural, la derecha ideológica,
a manos del PRI. Y me parece que de las tres pérdidas la última es la más
grave.
Salir derrotado en las elecciones
presidenciales, se vale, como dijo estos días Felipe Bravo Mena, ex dirigente
de este partido. De cualquier manera, el PAN no se iba a quedar 50 años. Lo que
duele de su derrota es que haya sido por las malas razones. Y eso no lo dijo
Bravo Mena.
Si el PAN hubiese perdido porque fracasó en
el intento de poner en práctica las banderas enarboladas durante décadas de
lucha como oposición, habría sido una derrota más que honrosa. Si hubiese
intentado el combate a la corrupción y a la desigualdad y la profundización de
la democracia, el PAN habría caído con la frente en alto. Y más importante aún;
pese al descalabro habría dejado una administración pública más limpia y un
andamiaje institucional más transparente y democrático.
El problema es que el PAN cayó porque terminó convertido en una mala copia
del PRI. Sabíamos que no tenía el oficio de los priístas; lo
que no sabíamos es que tenía las mismas mañas. A eso me refiero cuando afirmo
que cayó por las malas razones.
La pérdida de militantes es menos grave.
Todo indica que su patrón de afiliación terminará en torno al medio millón de
personas (entre adherentes y militantes), tres veces menos de los que tenía
hace una semanas.
Pero el PAN nunca ha sido un partido de masas, sino de simpatizantes
en las urnas. De hecho la espuma que se adhirió en los últimos
años tenía que ver más con el interés por un puesto político que por una
identidad partidista o ideológica.
Justamente por ese motivo, lo verdaderamente
preocupante para el PAN es que el PRI también amenaza con arrebatarle la
simpatía del votante de derecha.
Si el PAN pierde eso se queda sin nada: sin banderas legítimas,
sin militantes suficientes y sin atractivo para el votante natural de derechas.
Desde luego que para un ciudadano
ideológicamente muy conservador, católico activo y creyente, y opositor a la
intervención del Estado en la vida pública, el PAN seguirá siendo la primera
opción electoral. Pero ahora con reservas: ni siquiera con ese programa
ideológico el PAN fue consecuente cuando se convirtió en gobierno.
De hecho fueron los presidentes priístas
tecnócratas (Miguel de la Madrid, Carlos Salinas y Ernesto Zedillo) quienes
privatizaron una porción de la administración pública y redujeron efectivamente
el peso del Estado mexicano. Ni Fox ni Calderón profundizaron lo que habían
iniciado los tres primeros.
El problema para el PAN es que el PRI que
llegó al poder proviene de la derecha empresarial. El grupo Atlacomulco, al que
pertenece Peña Nieto, ha sido la fracción priísta más cercana a la iniciativa
privada desde los tiempos del profesor Carlos Hank González.
Los descendientes de este último ilustran el
perfecto maridaje entre los negocios y la política: un nieto se llama
justamente Carlos Hank González, pero el González no es de los Hank sino de la
hija de Roberto González el recién fallecido dueño de Banorte y Maseca. Y qué
decir de Jorge Hank Rohn, propietario de la mayor cadena de casinos del país y
aspirante a la gubernatura de Baja California.
En otras palabras, Peña Nieto fue el
verdadero candidato de la iniciativa privada incluyendo al empresariado medio.
Este sector que fortaleció al neopanismo de los años ochentas y noventas en el
norte, hoy estaría con el PRI. Fue tan ineficiente el PAN en materia económica,
en sanear el ambiente comercial y productivo o en incentivar la verdadera
competencia, que hoy en día ha perdido la simpatía de aquellos que comulgan con
la iniciativa privada.
Esto es muy peligroso para el PAN. Las
elecciones no se ganan con el exclusivo apoyo del viejo mocho o la ama de casa
moralina opuesta al aborto. Por lo demás, los bastiones regionales panistas
ubicados en el Bajío y el Norte del país han sido los más flagelados por la
inseguridad y el predominio del narco tráfico que padecimos con el
calderonismo. La población civil tiene pocas razones en estas zonas para
simpatizar con el PAN que se acaba de ir.
En suma, el PAN se ha convertido en un espejismo de lo que fue.
Eso es peligroso para el país. La mayor parte del territorio es bipartidista en
realidad: el sur y el centro se debaten entre PRI y PRD; el Norte y el
Occidente entre el PRI y el PAN.
El desplome de este último deja al tricolor
como partido único en amplias regiones de México. Y peor aún, lo deja como
fuerza predominante del centro y de la derecha ideológica. Demasiado poder para nuestra endeble
democracia. ¿No cree usted?
No hay comentarios.:
Publicar un comentario