REFLEXIONES LIBERTARIAS
REVOLUCIÓN LIBERAL PARA MÉXICO
Ricardo Valenzuela
“Gobernadores corruptos: ¿hasta cuándo? La corrupción genera ganancias superiores a los dividendos que el país capta como producto de la extracción del petróleo y gas cada año.”
Por: Sinembargo
“El inmoral e irresponsable ejercicio del poder por
parte de gobernantes que se han servido con el cucharón, bien merece un espacio
sobresaliente dentro de la conocida praxis del borrón y cuenta nueva”.
José Rubinstein
Creo poder afirmar con
autoridad, que gran parte de mi vida la
he dedicado a rastrear los eventos que plantaron la semilla de la libertad en
lo más profundo de mi ser, la semilla que me llevó a desertar una prominente
carrera en el mundo de las finanzas en el México de las complicidades. El
México en el cual los negocios y los tratos se manejaban como el divertido
juego de nuestra infancia, mecano, en el cual, siguiendo las instrucciones
enlistadas en el manual, podíamos, sin temor a equivocarnos, construir bellos
castillos y enormes edificios que se perdían en las alturas, pero castillos de
sueños y edificios de cimientos arenosos. Ese afán me llevó también a desertar
mi país en busca de potreros más amplios, sin cercos ni alambres que limitaran
el galope de mis sueños.
Una de las agresiones más
comunes que siempre recibo desde mi debut como columnista, es mi falta de
autoridad para publicar críticas de mi país, por el hecho de no vivir el 100%
de mi tiempo en él. Sin embargo, si no hubiera consumado mi “retirada” a
principio de los años 80, no hubiera tenido la oportunidad de conocer el
verdadero mundo de la libertad para entender que, cuando Hayek escribió su gran
libro, “El Camino Hacia la Servidumbre,” describía el México que yo abandonaba
y en los siguientes años, se sumergiría en el centro de un remolino que
apuntalaba la tormenta incubada durante el desarrollo de su toda su historia y,
que paso a paso, había evolucionado hasta que le explotara en sus manos.
En un mundo de tinieblas, como
en el que viví durante años, jamás hubiera tenido la oportunidad de ver la luz
como no la ven los millones de mexicanos que todavía anhelan y esperan el
arribo de ese padre con mal gesto y rienda dura, para el control de nuestro
destino. El padre generoso y regañón, despiadado a veces, pero promotor de lo
igualitario, repartidor de lo que no es suyo. Esa entidad orgánica y
jerarquizada obra de los tomistas en la cual las voluntades del gobernante y la
colectividad deben de armonizarse en interés de la “felicidad ciudadana”. Ese
nebuloso ser protector, planificador, benefactor. Ese ser supremo al que
invocan los mexicanos más que a su Dios para la solución de sus problemas,
desgracias y necesidades. Ese místico y omnipotente ser al que llamamos Estado.
Al abandonar mi país cargaba en
mi equipaje la idea de libertad a la mexicana. Éramos libres porque nos
podíamos pasar los semáforos en rojo sin consecuencias, porque nos
estacionábamos en doble fila, y no pasaba nada, porque, cuando apenas teníamos
15 años, consumíamos cerveza sin que se nos exigiera identificación. Éramos
libres porque podíamos comprar la ausencia de la opresión estatal, armar
esquemas mágicos como el Fobaproa, o castigar las deudas del Banco Ejidal con
cargo al erario. Éramos libres porque no teníamos la molestia de elegir a
nuestros gobernantes; nos los daban hechos. Nos sentíamos libres al afirmar de
los políticos: “que roben pero que no molesten”.
Los mexicanos siempre pensamos
que por el hecho de no tener barrotes éramos libres. Porque la justicia estaba
de venta, éramos libres; porque a diferencia de Cuba, podíamos abandonar el
país, teníamos libertad. Sin embargo, siempre fuimos prisioneros de un sistema
que nos hizo dependientes en todas las avenidas de nuestra convivencia social.
Un sistema que controlaba el orden político, económico, social, nuestra
educación, las comunicaciones, nuestra atención a la salud. Escogía también a
ganadores y perdedores en ese diabólico rompecabezas de cartas marcadas. Pero aun
más grave, durante siglos hemos también sido rehenes de ciertas creencias
religiosas que nos aprisionaron a base de culpa, y nos convencieron de que
nuestro destino no era de forma alguna emergente de nuestra voluntad—nuestro
futuro ya estaba decidido de forma irreversible.
Mi despertar se dio hace ya
muchos años. Mi encuentro con la verdadera libertad se hizo realidad cuando
cara a cara pude ver su verdadera esencia, pude beber de la fuente del
liberalismo, pude conocer al concepto del individuo soberano, el estado
subordinado. Entendí la sumisión que debe haber del Estado a su creador, el
hombre, quien poseía derechos naturales anteriores a él, los derechos
naturales. Me di así a la tarea de llevar a mi país ese evangelio, el de la
verdadera liberación los mexicanos. Mis palabras se perdían en el viento de los
callejones del estatismo, en las plazas del colectivismo y la demagogia, en las
veredas del igualitarismo, de la dependencia y resignación.
Después de tantos años afirmo:
Cuando era un aguerrido chamaco
y prácticamente vivía en los ranchos de mi abuelo, me impresionaba cuando, al
campear con los vaqueros, encontrábamos algún novillo engusanado tan enfermo
que casi no podía caminar. De inmediato lo lazábamos para curarlo. Al tumbarlo
aparecía ante mi vista un enorme volcán de pestilentes gusanos devorando al
animal. Esa es la forma que todavía veo la política mexicana. Vampiros chupando
la sangre del animal, pero dejando la suficiente para que permanezca vivo y
seguirlo devorando. Y lo más grave, pareciera ser que no hay veneno para esta
plaga.
México necesita un participante
político diferente, una suma de voluntades ajena a la vieja y nueva estructura
que sigue aprisionando al país. Un movimiento para aportar al cóctel ideológico
de México los verdaderos conceptos del liberalismo y honorabilidad. No los
expuestos de forma ingeniosa en películas como “México Ra, Ra, Ra”, en la cual
su protagonista expresaba su libertad orinándose desde un puente en los autos
que cruzaban el periférico.
Ideas que promuevan la
liberación del individuo de ese estado inepto y corrupto que, en manos de quien
caiga, permanece inerme puesto que los cambios han sido solo cambios de de
partidos, de rostros, palabras y promesa. Ya no dicen Revolución, ahora dicen
Reforma. Ideas que promueven el hombre ya no cambie su dignidad por migajas, su
libertad por una línea de interminables horas en un cochambroso hospital del
Seguro Social. Su responsabilidad por un aula en la cual le despiertan odios,
resentimientos y, sobre todo, la avenida para encomendar su vida a ese nebuloso
ser: El Estado.
Cuando la tiranía se convierte
en ley, la rebelión se convierte en una obligación. Ya no queremos el borrón y
cuenta nueva. Es hora de la verdadera liberación de México; la liberación mental
de las cadenas que han producido obras como la de Harrison; “Subdesarrollo es
un Estado Mental.”
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