04 enero, 2013

Semblanza de la Argentina 'K': Mi visita a Calafate

Semblanza de la Argentina 'K': Mi visita a Calafate

Una tensa amabilidad es el común denominador en el trato, amabilidad tan amistosa como forzada.  Todos nombran a la presidente. Es una suerte de referencia turística: “cerca del hotel de la presidente, lejos de la casa de la presidente, el otro hotel de la presidente, el que le adjudican pero que no es de la presidente, los custodios de la presidente,  la hostería de la presidente”.
Nadie la critica. En principio. Sobra cautela en los lugareños y las ganas de dar su opinión compite con el temor reverencial a la dueña del pueblo. "Este desarrollo tiene 10 años" repiten como una plegaria. "La ruta al glaciar era de ripio hasta que Néstor se ocupó de pavimentar". "El intendente también está con el proyecto nacional y popular". Los Kirchner son omnipresentes aunque la preferencia por el ex presidente es decidida y explícita. "El iba al centro y saludaba a los viejitos de a uno" dicen con nostalgia quienes lo conocieron. 

Esa es, en esencia, la superficie. Cuando preguntamos por las tierras fiscales, uno solo contestó "los periodistas mienten"; para el resto fue la apertura del grifo. Coincidieron en que "ellos" las administran y reparten a "piacere".  La versión del taxista K difiere; él explicaba que "cualquiera va al municipio, pide tierras y le dan, con la única condición de ser residente de Calafate". Cuando le puntualicé que la señora no lo es, se erizó y en aras de la información preferí obviar el detalle y continuar la charla. Ni qué mencionarle el precio vil con que fueron adquiridas las grandes extensiones de la familia presidencial.
El resto admitió que el reparto es arbitrario y que los "amigos" suelen tener más suerte que los demás. Lo cierto es que la única manera de recibir tamaña bicoca en Calafate es residir allá por cinco años, ponerse en la fila, extender la mano y esperar el gesto bondadoso del señor feudal.
La gente milita en el Frente para la Victoria. Muchos van a los actos que se organizan en Calafate y aún en Río Gallegos pero hay "pica" con "La Cámpora". La militancia sureña no digiere la forma en que los integrantes del movimiento nac&pop ingresan a la política. "En Gallegos les copamos los actos" dicen con orgullo. Se nos hizo difícil entender la diferencia entre unos y otros pero ellos la ven clarísima: "nosotros somos FPV" dicen dando a entender que los otros son el subgrupo del subgrupo. Como auténticas Matryoshkas, el PJ sería la muñeca grandota que contiene al kirchnerismo, que contiene a La Cámpora.
Ese submundo político convive con el aluvión de turistas extranjeros y nacionales que inundan la zona. Se escucha una simpática mezcla de idiomas y eso barniza el pueblito de un agradable aire de informalidad manifiesta.
Las maravillas del paisaje son una garantía de satisfacción aunque los precios son escandalosamente elevados y el dólar corre casi como moneda de curso legal. Las ventajas de la SUBE no alcanzan esos lares y cualquier viajecito en taxi de algunas cuadras puede costar unos 50 argentinos.
El turismo latinoamericano no tiene nada que envidiar en número al europeo. Me interesó, por razones obvias, conversar con venezolanos. En un principio lucen un inquietante parecido con los lugareños del Calafate en tanto les cuesta comentar su verdadero sentir respecto de su mandamás, Hugo Chávez. Nadie se anima a criticarlo hasta que se les ofrece un puente de comprensión. Hace más años que a nosotros que se les instaló un caudillo y el temor no es incomprensible.
Ellos nos explicaron la conveniencia de que Chávez llegue con vida al 10 de enero pues la Constitución prevé dos tipos de ausencias: definitiva o transitoria. En el caso de la primera, esto es, si el impedimento para asumir fuera permanente (por ejemplo, la muerte del futuro presidente) la autoridad está obligada a convocar a elecciones dentro de los siguientes 30 días.  Pero si ese impedimento es transitorio (una enfermedad encuadra en ese concepto) o sea que existe la posibilidad de que la asunción se realice, la Constitución amplía los plazos: 90 días en un principio con opción a otros 90. Trasladada la ley al caso concreto, esa cláusula le da a la actual administración seis meses para seguir gobernando sin necesidad de llamar a elecciones ni forzar legislación alguna para mantener este "status quo". No es poca cosa.
Sin embargo, un mes, tres o seis los venezolanos saben que hay chavismo para rato con o sin Chávez. Cuando se les hace el paralelo con el peronismo asienten desanimados. Aprendieron que el populismo más que cara tiene mañas y que si las caras no se repiten las mañas, sí. Ellos, como los argentinos, han visto llegar para quedarse los planes de asistencia, el reparto de favores, la arbitrariedad, los personalismos, el fogoneo del enfrentamiento interno, la descalificación y el acoso a los opositores, la pérdida progresiva de las libertades y el consecuente deterioro general de la calidad de vida.
Ellos saben que en Venezuela conviven dos países irreconciliables y que, para salir del estancamiento, uno deberá derrotar al otro y en eso están mejor que nosotros porque muchos argentinos siguen sin identificar que la perversidad del peronismo pone un velo sobre las opciones para que los distraídos se sigan confundiendo. Cada vez que flaquean sus fuerzas, los peronistas se comen los glóbulos rojos de alguna fuerza sana y siguen con vida. Lo hizo el peronismo menemista con la UCeDé, el peronismo aliancista con el radicalismo y la izquierda, y el peronismo kirchnerista con la transversalidad. En 2003 abrieron la interna y desde entonces obligan al país entero a participar del proceso en el que dirimen sus camorras. Sin embargo, hay quienes todavía creen en la existencia de un peronismo menos letal que el gobernante. No se dan cuenta o no quieren reconocer que el peronismo es uno solo y genéticamente letal.
Cristina usa el Tango 01 para hacer el pool con Máximo y Menem se construyó una pista de aterrizaje en la puerta de su casa. Pero no son Cristina o Menem los indecentes (o también) sino la filosofía que abrazan. El peronismo es venal y desconoce límites. Antes de él, el argentino reconocía la frontera que separa el bien del mal y si la transgredía era a conciencia sabiendo que estaba transitando el camino equivocado. El peronismo desdibujó ese límite y ahora la sociedad pisa los canteros sin ruborizarse, porque todos lo hacen y nadie señala la inconducta. Hay un permiso tácito para la inmoralidad. Es la única explicación posible para la tolerancia infinita que la sociedad le tiene a la escandalosa corrupción política y el rechazo por las figuras que proponen terminar con el sistema prebendario y las vagancias.
Mi vuelo de regreso a Buenos Aires estaba anunciado en hora pero el intempestivo aterrizaje del avión presidencial alteró los cronómetros. Ella y un nutrido grupo de privilegiados demoró a unos 300 pasajeros de dos aerolíneas distintas. No fue más que otra demostración de ese coctel de prepotencia y malos modales del que hacen gala nuestros funcionarios. El ejercicio del poder no es para cualquiera.
Cuando el rápido operativo terminó y la presidente desapareció rauda en la caravana de camionetas que esperaban sobre la pista al pie del avión a tan ilustre comitiva, volvió la calma. "Me tomo unas gotas de Reliverán y sigo" dijo en tono audible un mozo que apenas pasaba los 20 años. Me reí, claro, de la ocurrencia, cargada de espontaneidad juvenil pero un erizo me llamó al orden. "Algo no está bien" pensé casi inmediatamente. Nada demasiado bueno puede salir de una juventud desmotivada y resentida con su dirigencia. Ese chico convive con una incomodidad profunda. Me pregunté quién estará trabajando por sus sueños y por los  millones de otros sueños atrapados en un sistema que sólo produce insatisfechos o acomodados.
Pensé en Cristina Kirchner y supuse que el enojo permanente que manifiesta tiene que ver  con la comprobación diaria del rotundo fracaso de su gestión. Me pregunté si en algún momento de lucidez reconocerá que su capacidad no está a la altura de sus responsabilidades y que parte de su incompetencia queda demostrada en la pésima elección que hace de colaboradores, y algo me dijo que no.
Mientras en Tango 02 se alejaba vacío y nos llamaban a embarcar, miré a mi alrededor. Me despedí de los empleados del aeropuerto con quienes habíamos entablado una inesperada y empática conversación y enfilé hacia mi asiento sin más norte que la rutina. Y sentí pena por el mozo, por el país y por mí.
Calafate, 2 de enero, 2013

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