Lo siento por Santos, pero las Farc no necesitan correr si como van solo obtienen ganancias.
Hay un error en el editorial de EL TIEMPO del viernes. Lo titularon
‘Midiendo el aceite’. Sostenía que las Farc se lo están midiendo a
Santos con las acciones violentas de los últimos días. Pues para mí que
se equivocan. Se lo midieron hace rato.
Por eso ‘Márquez’ y sus muchachos debieron matarse de risa con los
aspavientos que hizo el Gobierno esta semana a causa de los secuestros, y
con el jueguito de policía bueno (Santos) y policía malo (Vargas
Lleras). Porque si estaban tan indignados, como quisieron aparentar, y
si pensaban que era el colmo de la afrenta secuestrar a dos policías, la
siguiente pregunta que cabría sería: ¿Y ahora qué?
No hubo que esperar ni 24 horas para conocer la respuesta: ahora, a seguir tragando.
Si cuando tuvieron motivos para dar una palmada en la mesa, así fuera
para marcar territorio, no lo hicieron -aquel mentiroso “no tenemos
secuestrados”-, ¿por qué encarnar en este preciso momento el papel de
indignados?
Las Farc nunca se comprometieron a no raptar uniformados. En su
comunicado de hace meses, donde afirmaban que no volverían a secuestrar,
solo mencionaron los extorsivos. Pero como había que hacerles la ola
para dar a entender que la banda terrorista ya era buena, que estaba
dada la única condición impuesta por Santos (no secuestros) para sacar
la famosa llave, desde el propio Gobierno tergiversaron el documento. Y,
no contentos con ese disparate, les taparon después la dolorosa mentira
de que no tenían secuestrados (y la siguen tapando).
Y eso para mí es lo grave. Porque que las Farc continúen su barbarie
es lo que esperamos, la única razón por la que están sentados.
No llegaron a La Habana por representar al pueblo, ni por sus ideas
vanguardistas para el agro o porque alguien los haya elegido en las
urnas, ni siquiera por la Marcha Patriótica -movimiento que se mueve al
son de los fusiles-, sino por haberse convertido en una organización
criminal tan poderosa y experimentada, con cabecillas que envidiarían
los capos de la mafia mexicana, que no pueden rendirlos a bala. Y porque
Juan Manuel Santos ha hecho del proceso de paz su única bandera.
A estas alturas parece evidente que el mandatario del Buen Gobierno,
educado en Harvard, entre otras prestigiosas universidades, no pudo
adelantar las grandes reformas estructurales que requiere Colombia. Y no
querrá exhibir al término de su mandato, como logros destacados, que
vendemos más carbón y oro que nunca, que el petróleo es la principal
fuente de ingreso y que regalan viviendas a los pobres, como Chávez. Con
eso ni se pasa a la Historia ni se da el gran salto hacia adelante que
hace que un país abandone la senda del subdesarrollo.
Por ende, solo le queda La Habana. Y ‘Márquez’ lo sabe y lo utiliza.
Recuerden que, sin siquiera sentarse, ya les hicieron dos concesiones
vitales: estatus de fuerza política con más poder de decisión y voz que
varios partidos democráticos, y una plataforma para contarle al mundo
que no son terroristas sino revolucionarios.
Ahora buscan ser fuerza beligerante y para eso secuestran policías y
engordarán el campo de concentración con militares. Presionarán un canje
y cuando lo hagan tendrán voces respaldándolos, gentes que aceptan la
ignominia de llamar “presos políticos” a los terroristas y “prisioneros
de guerra” a nuestros guardianes.
Lo siento por Santos, pero las Farc no necesitan correr si como van
solo obtienen ganancias. Firmar un acuerdo requerirá un segundo mandato y
que Chávez y Fidel desaparezcan y se pongan en riesgo sus santuarios.
Nota: tercer aporte glorioso de las Farc al desarrollo agrario:
destruir decenas de pueblos campesinos de zonas apartadas, entre los
años 1999 y 2002, con la irracional oleada de tomas a sangre y fuego.
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