No sólo los impuestos no
deben subir. Deben bajar tanto como sea posible, porque esa es una condición
indispensable para que detone la prosperidad y se alcance el desarrollo. Hay
que decirlo con claridad: México debe volverse un paraíso fiscal.
Ninguna nación, de las hoy
consideradas desarrolladas, accedió al desarrollo con altas cargas fiscales. Todas
fueron en su momento paraísos fiscales y aquellas que aún mantienen impuestos
bajos, siguen prosperando más y mejor que los infiernos fiscales.
El mejor ejemplo de un
paraíso fiscal es Hong Kong. Entre 1950 y 2008 su PIB per cápita creció casi
cuatro veces más que el de las 12 principales economías europeas, antes
de 1990 su PIB per cápita superó al de Europa y es actualmente uno de los cinco
mayores del mundo, por encima del de Estados Unidos, Francia y Alemania, con
todo y que carece de petróleo. Asimismo, de ser hace 60 años una de las
jurisdicciones más pobres del mundo, hoy tiene un Índice de Desarrollo Humano
por encima del Francia y Dinamarca.
¿Por qué y cómo fue posible
este “milagro”? Porque Hong Kong mantuvo por décadas una carga fiscal inferior
al 15% como proporción del PIB, de la misma manera en que lo hicieron las otras
naciones que accedieron antes al desarrollo, entre mediados del siglo XIX y
principios del XX.
Ese no fue el único factor,
claro está. También hay otras tres condiciones para lograr el desarrollo y
sostener la prosperidad: respeto estricto a los derechos de propiedad; amplia
libertad económica (escasa intromisión del Estado en la economía) y estado de
derecho efectivo.
En contraste, el crecimiento
de las economías de Europa se fue tornando cada vez más lento, producto de las
crecientes cargas fiscales –que de hecho minaban los derechos de propiedad-
para sostener un esquema de Estado de “bienestar” (hoy en agonía) y
regulaciones cada vez más opresivas y absurdas.
La
marcha de Estados Unidos al infierno fiscal
Uno de los efectos de los
infiernos fiscales es que las personas busquen por todos los medios evitar que
el Estado les confisque sus ingresos en forma creciente.
Por sólo hablar, como ejemplo, de la experiencia de íconos de la
cultura pop, el actor francés Gerard Depardieu renunció a la nacionalidad
francesa para adoptar la rusa en un intento de escapar del expolio fiscal
(aunque en su caso saltó del sartén ¡para caer en la lumbre!). Antes, Eduardo
Saverin, el cofundador de Facebook, se exilió a Singapur (otro paraíso fiscal y
ejemplo de prosperidad), harto de ser bolseado por el gobierno estadounidense.
A inicios de los años setenta del siglo XX y para resistir al expolio, los
Rolling Stones abandonaron Inglaterra y se fueron por un tiempo a Francia.
Antes expresó su indignación contra tasas de impuesto al ingreso ¡de hasta el
95%!, el beatle George Harrison mediante la canción Taxman, que
es un himno contra la opresión fiscal.
En tiempos más recientes y de
manera más callada, empresarios y muchas personas talentosas y que hacen una
gran aportación a la sociedad, han encontrado refugio en los llamados paraísos
fiscales, tan demonizados por los estatistas. Ellos no hacen sino lo que
cualquier persona con amor propio haría: tratar de evitar que les roben el
producto de su esfuerzo.
Pero no sólo hay estos
esfuerzos de autodefensa más allá de las fronteras del país donde se vive, sino
dentro del propio país. Los inversionistas en California se han visto obligados
migrar a otros estados de la Unión Americana, porque el impuesto local al
consumo, sumado al federal, les confisca el 51,9% de sus ingresos (la tasa del
impuesto federal es de 38.6% y la estatal es de 13.3%, la más elevada del
país). Y ¿A dónde están migrando los californianos? A Texas, donde la tasa
local al ingreso es cero. Entre 2004 y 2010, 185 mil californias cambiaron su
residencia a Texas y el flujo sigue, con todo que aún en Texas a los
contribuyentes estadounidenses los alcanza la larga garra del fisco federal.
Si los políticos mexicanos
tuvieran un poco de visión, si de veras les interesa reducir y erradicar la
pobreza en México, tendrían que sacar la lección de ello. Si México
ofreciera tasas de impuestos mucho más bajas que las estadounidenses o
europeas y si regresara a una carga inferior al 15% del PIB (ahora rebase el
25%), entonces habría una avalancha de capitales del mundo hacia nuestro país.
En el estatismo desenfrenado de Barack Obama México ha tenido un aliado
valioso, el cual no se ha sabido aprovechar.
Tanto para lograr acceder al
desarrollo como para mantener un crecimiento sostenido y generalizado de la
prosperidad, el recurso más valioso y escaso es el capital, que no es otra cosa
que la riqueza que crea más riqueza.
Los bajos impuestos no es el
único imán para los capitales. Para atraerlos, además debe haber plenas
garantías para la propiedad privada, las mínimas regulaciones posibles y en
general amplia libertad económica, así como un estado de derecho efectivo, que
garantice tanto la seguridad pública como el expedito cumplimiento de los
contratos en casos de litigio.
Si en México se trabajara en bajar los impuestos y en todo lo
demás, la economía mexicana estaría creciendo a tasas del doble de las actuales
y en unas pocas décadas accedería al desarrollo.
Por eso la lucha contra el
alza de impuestos es tan importante. No se trata sólo de impedir el
empobrecimiento que alza acarrearía. Este movimiento legítimo de corte
esencialmente defensivo debe preparar el terreno para uno de tipo ofensivo,
tendiente abatir el gasto público y el expolio fiscal, para por esa vía superar
la pobreza.
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