Perdiendo la libertad en la Argentina
Editorial -
La Nación
La negación de la realidad por parte de sus
gobernantes es, sin duda, uno de los peores problemas que puede sufrir
una sociedad. Por momentos, la reacción de quienes gobiernan la
Argentina se asemeja a la de aquella persona que, según un cuento, vivía
alejada de toda civilización urbana y que cuando viajó a una gran
ciudad y visitó su zoológico, al ver un elefante, de cuya existencia no
tenía noticias, exclamó: "¡Este animal no existe!". También recuerda a
la actitud de los habitantes de un pueblo que veían pasar al rey y, en
medio de elogios a su vestimenta, no se animaban a advertirle que en
realidad estaba desnudo.
Los argentinos recibimos diariamente por los muchos
medios oficiales un claro mensaje contradictorio y negador según el cual
no existe la inflación del 25 por ciento anual.
Los economistas o consultores que transmiten esa realidad son multados,
prohibiéndoseles investigar o medir la evolución de los precios. La
única inflación que hay que mirar es la de un dígito anual, de la que da
cuenta el nada creíble Instituto Nacional de Estadística y Censos
(Indec).
Tampoco existe, según el relato oficial, la
inseguridad: aunque los muertos se multipliquen en nuestras calles, el
crimen no existe; es tan sólo una mera sensación
. La droga, que nos ha carcomido y amenaza con seguir haciéndolo, no es
combatida con mínima seriedad. Las sospechas de corrupción política en
torno de ese mercado ilegal no ceden, en tanto los radares que iban a
cuidar nuestras fronteras y los aviones que iban a hacer efectivo ese
control brillan por su ausencia. Pero la droga no existe para la
"realeza" que nos gobierna.
Según la misma visión oficial, los trenes, al menos hasta la tragedia de Once, funcionaban maravillosamente. En el vergonzoso discurso de los funcionarios, los
muertos son culpa de los maquinistas, los subsidios fueron totalmente
invertidos en infraestructura ferroviaria y el tren bala es una realidad
inminente, como los millones de las prometidas inversiones chinas o de
los negocios con Angola.
Se nos explica desde la cadena oficial, en forma
didáctica, que estamos creciendo, que nuestra economía florece y que
nuestra percepción de una realidad distinta es obra de la propaganda de
los medios "destituyentes".
Debería recordarse que nuestros gobernantes se llenaron
la boca hablando de la "soberanía energética", olvidando que hasta no
hace mucho teníamos superávit energético y hoy un fuerte déficit, o que
el gas que antes exportábamos a Chile ahora lo importamos de Bolivia y
de Venezuela con un costo equivalente a más de un tercio de nuestras
exportaciones de soja. Del mismo modo que estábamos primeros en
exportaciones de carne y de trigo, y hoy estamos por debajo de Brasil y
de Uruguay.
Se nos dijo que las restricciones a las importaciones y
que las retenciones a las exportaciones agrícolas apuntaban a "cuidar
la mesa de los argentinos". Sin embargo, el precio del pan y de
productos esenciales de la canasta familiar se ha multiplicado desde
entonces. La inflación sacude la mesa familiar y mucho más en el caso de
los sectores más humildes.
El oficialismo se muestra empeñado en evitar que
alguien le diga al rey que está paseando desnudo y pareciera que parte
de la sociedad acepta el irreal mensaje con resignación suicida.
No contentos con apoderarse del fútbol, que declaman
gratuito y para todos, y de machacarnos con propaganda política en el
espectáculo más caro a los argentinos -caro en todo sentido, pues antes
lo pagaban los anunciantes y ahora nos cuesta a todos los
contribuyentes-, el Gobierno se ha apoderado de gran parte de los medios
televisivos y radiales, que cantan a una sola voz con un orquestado
coro de obsecuencia y falsedad. No existe el elefante y el rey no está
desnudo. El periodista que se sale del libreto es inmediatamente
desplazado. Algo parecido sucede con no pocos medios gráficos que han
sido cooptados o comprados con publicidad oficial.
Los medios independientes, que logran ver el elefante y
gritan que el rey está en verdad desnudo, son privados de toda
publicidad oficial; los millones son para los que tienen tiradas de
apenas 10.000 ejemplares, y las monedas, o ni siquiera ellas, son para
los que tienen cientos de miles de lectores. Los obsecuentes se
enriquecen y repiten el discurso falaz; los que buscan la verdad son
asfixiados de todos los modos posibles.
El último golpe es muy grave. A pesar de que para "el
relato" supuestamente no existe la inflación, se ha instalado un
polémico control de precios. Cualquiera diría que, con una inflación
oficial de poco más del 9% anual, esto no sería necesario, pero la
mentira no tiene límites, y la verdadera intención se lee en letras de
molde. Primero, se quitó a los medios independientes la publicidad
oficial; ahora, se limita la publicidad privada con una medida
aberrante, que prohíbe efectuar publicidad en los diarios a los
supermercados y a las grandes cadenas de electrodomésticos, sin norma
alguna que lo fundamente. El daño es importante. Sin ingresos
publicitarios, los medios se debilitan y el estrangulamiento a la
palabra libre se acentúa. De seguir así, la mentira terminará por
imponerse si las voces de la verdad son silenciadas.
Porque detrás de la ley de medios impulsada por el
oficialismo no está el pluralismo de voces, sino la construcción de un
conglomerado de medios al servicio del grupo gobernante. Y porque detrás
de la pregonada "democratización" de la Justicia sólo existe la
intención de someter a los jueces a los designios políticos del Poder
Ejecutivo.
No podemos ahorrar, no podemos comprar moneda
extranjera para viajar, no podemos importar ni siquiera medicamentos,
vamos a hacer las compras y cada vez compramos menos y nos dicen que son
los empresarios inescrupulosos o la prensa destituyente los que nos
están engañando. ¿Qué nos pasa a los argentinos?. Pues que estamos
perdiendo la libertad. Y sin prensa independiente terminaremos por
perder la capacidad de opinar, de criticar y de pensar. Nos habremos
sometido al modelo, definitivamente.
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