por Guillermo Cabieses
Guillermo Cabieses es profesor de los cursos de Economía y Derecho
en la Universidad de Lima y de Derecho y Análisis Económico del Derecho
en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Es Máster en
Derecho (LL.M.) por la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago y
abogado por la Universidad de Lima.
A un emperador romano le pidieron que actúe como juez en una
contienda de canto entre dos participantes. Luego de escuchar al primer
concursante el emperador decidió darle el premio al segundo asumiendo
que éste no podía cantar peor que su predecesor. Sin embargo, como es
evidente, podría ser un error ya que el segundo participante pudo ser
inferior al primero. Esta leyenda la cuenta y comenta Peter Boettke, en su libro, Living Economics,
haciendo notar sus semejanzas con la teoría de las fallas de mercado.
Esta teoría comete el mismo error que el emperador asumiendo que el sólo
hecho de que se demuestre que el mercado ha fallado (concepto de por sí
discutible), es suficiente para optar por una alternativa, la intervención estatal, sin que se hayan sopesado sus méritos.
Esto responde a una visión romántica que se tiene de la política y su
quehacer en la economía; es una creencia común que es función del
Estado remediar todos los males y que los políticos son los llamados a
hacerlo, dotados de una supuesta sabiduría que el voto popular les
concede; sabiduría que además les permite alcanzar, a través de sus
decisiones, el bienestar social.
Sin embargo, ni es función del Estado corregir al mercado, ni es
labor de los políticos procurar el bienestar social. Como bien nos ha
enseñado el economista James Buchanan —quien
lamentablemente falleció en el mes de enero del 2013—, en la política,
como en todo en la vida, no existe la perfección.
Buchanan reventó la burbuja de aquéllos que creían que el Estado
estaba en capacidad de lograr el bienestar social, criticando esa visión
romántica que se tiene de la política. Su tesis se fundamenta en tres
proposiciones: (i) no existe tal cosa como el bienestar social, existe
el bienestar de los individuos y ese se logra permitiéndoles perseguir
sus propios fines; (ii) incluso si existiese tal cosa como el bienestar
social este no sería alcanzable porque las sociedades no elijen, elijen
los individuos; y, (iii) los individuos que se desenvuelven en el sector
político, al igual que todos los demás, actúan racionalmente y basan
sus decisiones en sus propios análisis de costos y beneficios.
En estos tres principios se basa la Teoría de la Elección Pública (“Public Choice”), de la que Buchanan (junto con Gordon Tullock)
es el principal exponente. Esta teoría nos permite entender que el
proceso de elección democrática se rige por las reglas del mercado,
explicando por qué los políticos hacen tantas promesas cuando están en
campaña que luego incumplen; también nos permite comprender porque los
grupos de intereses logran que las leyes sean de costos difundidos, pero
beneficios concentrados. Después de todo, los grupos de intereses son
los que financian las campañas de los políticos).
Buchanan nos habla de la política sin romance, la desnuda del ropaje
sensiblero que lleva de disfraz, enseñándonos que los políticos, al
igual que todos los demás, persiguen sus propios fines y por su sola
elección no son divinamente iluminados, ni dotados de sabiduría o
desinterés. Tampoco son poseídos por un demonio o espíritu del mal. Son
personas que, como cualquier individuo, actúan sobre la base de sus
propios intereses.
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