18 marzo, 2013

Colombia: Se fue el pirómano – por Salud Hernández-Mora


Su desaparición será beneficiosa para la paz de Colombia. Las Farc y el Eln ya saben que su santuario no será eterno y con unos Castro octogenarios, tampoco Cuba les durará mucho.
No tenemos nada que agradecerle por el proceso de paz. Chávez fue un pirómano que alimentó el fuego de las Farc, les proporcionó un santuario, los cubrió con una áurea de fuerza política y los financió –según consta en los correos de ‘Raúl Reyes’–. Si un buen día decidió convertirse en bombero por considerar que ya era hora de que no siguieran dando bala, no fue por amor a los colombianos o por oposición a la lucha armada, sino por descubrir que los venezolanos de las regiones fronterizas rechazaban sus nexos con una guerrilla con la que él se identificaba.


Su desaparición será beneficiosa para la paz de Colombia. Las Farc y el Eln ya saben que su santuario no será eterno y con unos Castro octogenarios, tampoco Cuba les durará mucho. Si no aprovechan la ocasión única de un gobierno debilitado, cuya principal carta es cederles lo que pidan a cambio de una migaja, tendrán que despedirse de las Harley y esconderse en guaridas profundas. En unos años habrá un presidente venezolano de la oposición persiguiéndolos por los rincones de su territorio y una Cuba por fin democrática que acatará las circulares rojas de Interpol (patética declaración de Raúl Castro, 85 años, de no aspirar a un nuevo mandato. Puede que ni concluya su periodo).
Con la muerte de Hugo Chávez se cierra un capítulo nefasto de la historia del país vecino y de la región latinoamericana. Su megalomanía y su desmedida ambición de poder le hicieron dilapidar su innegable carisma y liderazgo y la mejor bonanza petrolera que haya existido.
Pudo impulsar el desarrollo de su país para convertirlo en una nación moderna, de instituciones sólidas, que cerrara la indignante brecha social, capaz de despegarse de la dependencia del crudo. Pero optó por el camino fácil de la república bananera, de la economía del subsidio, de la permisividad con la insaciable corrupción de los afines, la del gobierno dictatorial y populista que se fue adueñando del Estado de Derecho hasta asfixiarlo.
Aniquiló la inversión extranjera, ahuyentó a los emprendedores venezolanos y los cambió por mayores importaciones pagada con petrodólares. Y lo que para mí es el peor legado que deja, el que encuentro imperdonable: sembró el odio entre los venezolanos, lo azuzó cada día de sus catorce años de mandato con toda suerte de amenazas, improperios y atropellos a los contrarios, hasta dividir su nación en dos mitades que se antojan irreconciliables.
Su histriónica despedida, con una sala plagada de sátrapas y corruptos como Obiang, Lukashenko o Ahmadineyad, fue el lógico colofón a su despótico gobierno. Ojalá un día en América Latina enterremos para siempre los chavismos, los castrismos y demás autoritarismos intolerables. Necesitamos más Bachelets y Lulas y menos Chávez.
NOTA: Veo a Santos y a su gabinete desorientados y despegados del sentir de los colombianos. Fieles a su indeleble sello cachaco, se pegaron a la Federación de Cafeteros, gobernada desde hace lustros por burócratas con responsabilidades raquíticas y salarios abultados –¿60 millones mensuales para el presidente?–, con gerencias jalonadas de inversiones ruinosas por las que nunca respondieron ni siquiera con el cargo.
Una vez más, el Gobierno reculó y se tragó sus palabras. Tildó a los manifestantes de uribistas, guerrilleros o polistas, y calificó la protesta de injusta. Pero en menos de dos semanas dieron un giro radical y prometieron cerca de un billón de pesos en subsidios, demostrando que su política económica, como tantas otras, se mueve al vaivén de la presión de la calle o las encuestas.
Preocupante, porque si Santos quiere reelegirse y su única carta ganadora es el proceso con las Farc, firmará en blanco.

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