Contra los derechos humanos
Por Alvaro Vargas Llosa
Bajo el radar, está en marcha una operación para debilitar el sistema
institucional y jurídico que protege los derechos humanos en América
Latina. La operación la encabezan los países de la izquierda autoritaria, y la centro izquierda y la centro derecha los dejan hacer.
Me refiero al Sistema Interamericano de Protección de Derechos Humanos,
cuyas columnas vertebrales son una comisión (CIDH) con sede en
Washington y un tribunal con sede en Costa Rica. Ambos organismos
pertenecen a la Organización de Estados Americanos (OEA), pero –y ésta
es la madre del cordero— funcionan con autonomía con respecto a dicha
organización y por tanto frente a los gobiernos del hemisferio. Como
parte de este entramado, hay una urticante Relatoría Especial que se
ocupa de la libertad de expresión.
A ningún país, de izquierda o derecha, le gusta la CIDH porque se mete con casi todos a partir de casos que plantean los ciudadanos.
Desde la centro derecha, Colombia ha tenido choques con la CIDH por los
atropellos cometidos por los militares en el combate contra el
narcoterrorismo. Desde la centro izquierda, Brasil no toleró que la CIDH
dictara una medida cautelar contra la construcción de una represa en la
Amazonía. Pero es desde la izquierda chavista que han venido los
cuestionamientos más sistemáticos. Hugo Chávez denunció la Convención
Americana sobre Derechos Humanos (por cuya vigencia vela la CIDH) y
Ecuador ha usado como pretexto para pedir una revisión total del Sistema
Interamericano el que la Relatoría Especial para la Libertad de
Expresión criticara el acoso judicial contra el diario El Universo.
Bajo presión, la OEA emprendió el año pasado un proceso
de consultas para reformar la CIDH, que tendrá su momento cumbre en una
Asamblea General Extraordinaria este 22 de marzo. Lo mejor que puede
pasar es que se adopten las propuestas de reforma presentadas por la
propia CIDH para salvar su propio pellejo, y lo peor, que se adopten
ciertas medidas que proponen los países de la izquierda autoritaria que
en la práctica la desdentarían.
Entre las distintas propuestas de los países que más atropellos han cometido están el recorte de competencias de la CIDH (por ejemplo emitir medidas cautelares), el traslado de la sede del organismo nada menos que a Argentina, aliada militante de quienes más la atacan, y la limitación del financiamiento autónomo de la Relatoría que se ocupa de la libertad de expresión.
Los errores y excesos cometidos por la CIDH en ciertos
casos pesan, en la balanza, mucho menos que sus aciertos. Y, lo que es
quizá más importante, ella es un referente para todas esas víctimas
actuales o potenciales que en ciertos países poco democráticos la tienen
como el recurso último contra la desesperanza. Me consta lo que
significó para quienes en los años 90´ acudían a ella, o intentaban
hacerlo, para denunciar la implacable aplanadora que era el régimen
peruano de entonces contra todo esfuerzo por defender los derechos
humanos y la libertad de expresión.
Hoy, para los venezolanos, los ecuatorianos y otros
pueblos, el Sistema Interamericano es una de las escasísimas zonas de
eso que llamamos "comunidad internacional" que ha
intentado protegerlos de los abusos de poder sistemáticos. Aunque
pertenece a la OEA, por ser autónoma la CIDH ha podido sustraerse al
deprimente juego político que ha reducido a letra muerta la Carta
Democrática Interamericana, suscrita a la caída del gobierno peruano de
Fujimori con la idea de que nunca más los países del vecinario
permitieran la transformación de una democracia en un gobierno
dictatorial. Mientras la OEA avaló en gran parte la metamorfosis que
llevó a las democracias mediocres, pero democracias al fin y al cabo, a
volverse regímenes autoritarios o semi autoritarios, la CIDH y la
Relatoría Especial salvaron el honor procurando hacer su trabajo.
No extraña que quieran neutralizar a esa institución.
Y no extraña que países democráticos que han avalado desde la
OEA los atropellos a la legalidad en los países vecinos estén encantados
de desdentar a la CIDH, que también les ha sido incómoda. Pero si ello
acaba ocurriendo, tarde o temprano los países democráticos del
continente estarán más expuestos a que allí también, un buen día, el
caudillismo populista o el autoritarismo con charreteras se hagan
fuertes.
Ojalá que el 22 de marzo haya suficientes gobiernos
dispuestos a pelear para impedir que la Declaración Americana de los
Derechos y Deberes del Hombre y la Convención Americana sobre Derechos
Humanos se vuelvan humor negro.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario