El Perfecto Idiota Indigenista
Por Luis
Agüero Wagner
Dijo
Voltaire que la idiotez es una enfermedad extraordinaria, dado que no es el
enfermo el que sufre por ella, sino los demás, y es el caso de los indígenas
paraguayos condenados a un infortunio perpetuo por las ONG que dicen defender
su causa.
El Premio Nóbel de literatura peruano Mario Vargas Llosa, recordaba divertido sobre su obra “Pantaleón y las visitadoras”- una deliciosa sátira sobre la vida sexual en el ejército peruano- que un militar de la amazonía peruana declaró en una oportunidad que el libro en cuestión no mencionaba ni la milésima parte de lo que realmente sucedía en dichos cuarteles.
El Premio Nóbel de literatura peruano Mario Vargas Llosa, recordaba divertido sobre su obra “Pantaleón y las visitadoras”- una deliciosa sátira sobre la vida sexual en el ejército peruano- que un militar de la amazonía peruana declaró en una oportunidad que el libro en cuestión no mencionaba ni la milésima parte de lo que realmente sucedía en dichos cuarteles.
Algo
similar podríamos decir sobre las idioteces que describen su hijo Álvaro junto
a Plinio Apuleyo y Carlos Alberto Montaner en su libro humorístico “El Manual
del Perfecto Idiota Latinoamericano” y en su segunda parte “El regreso del
idiota”, donde se omiten sinnúmero de categorías con las que también quienes
creen en los indigenistas paraguayos enriquecen la biodiversidad de la idiotez
en el subcontinente.
Debe
decirse a favor de la dinastía Vargas Llosa que en varios de sus textos, ya sea
sobre la realidad o de ficción, el primer Vargas ha abordado con bastante
profundidad el tema del indigenismo como utopía arcaica, lírica, anti-histórica
y poco realista, sugiriendo que la asimilación a la modernidad es la única vía
para los pueblos originarios, a quienes intereses creados impiden convertirse
en hombres de nuestro tiempo. Abogan en favor de las tesis de Vargas Llosa
realidades concretas que son fáciles de advertir en las “espontáneas” protestas
de indígenas en Paraguay. Hace poco se leía la palabra “Etnocidio” en un cartel
que indígenas sostenían al tiempo que cortaban una ruta, vocablo que requiere
una elaboración mental ajena al alcance de los manifestantes. Se hace evidente
la “ficción política” de la que habla Vargas en estas paradojas que, como
sabemos, solo son verdades que se ponen patas para arriba para llamar la
atención.
En
Paraguay el indigenismo de las ONG no solo se apropia del sufrimiento indígena
para instrumentarlo en beneficio de sus objetivos políticos, también lo hace
por puros intereses crematísticos.
Basta
mencionar el caso del ex director del INDI bajo el gobierno de Lugo, Oscar
Ayala, cabeza visible de la ONG Tierra Viva, la cual es conocida por recibir
fondos de Diakonía, Acción Ecuménica Sueca, Organización Inter eclesiástica de
Cooperación y Desarrollo-ICCO de Holanda, Programa Noruego para los Pueblos
Indígenas, Pan para el Mundo de Alemania y de otros organismos para proyectos
específicos como de Intermon-Oxfam de España e Internacional Work Group for
Indigenous Affairs de Dinamarca, Fondo de Desarrollo de Canadá, Misereor de
Alemania y Embajada británica de Asunción. En años anteriores, Tierra Viva
reportó gastos por valor de casi 300.000 dólares en su funcionamiento, aunque
su actividad se reducía a “asesorar” a grupos indígenas para recuperar sus
tierras, proceso en el cual terminaba siempre pagando el estado paraguayo sumas
multimillonarias. Lo que es peor, documentos prueban de manera inequívoca
sobrefacturaciones de tierras por varios millones de dólares en apenas una
transacción.
Vargas
Llosa también indica lo absurdo de considerar a los nativos latinoamericanos de
ascendencia europea, que hace cinco siglos son parte importante de la población
americana, como extraños a su propia realidad. Ello no le impide reconocer la
confusión y falta de armonía implícitas en la hibridación. Señala que la
reconstrucción de un paraíso perdido por los indígenas a la llegada de los
europeos a América no es histórica, sino mítica e ideológica. En su obra, el
Nóbel nos recuerda que el Perú con el que se encontró Pizarro no fue la arcadia
descrita por los indigenistas, sino un país desgarrado por sangrientas guerras
civiles debido a las disputas por la sucesión del trono. Vargas Llosa trata de
demostrar que, independientemente de lo bienintencionado e inspirador que pueda
ser el discurso indigenista para la gente indígena que ha sido oprimida y
marginada durante siglos, uno no debería romantizar la historia precolombina ni
crear falsas fantasías sobre un mundo que, desde la perspectiva ética de hoy en
día, no fue ni tan pacífico ni tan idílico.
Vargas
Llosa reconoce el positivo en la revaloración de las culturas indígenas que
implica el indigenismo honesto, pero condena el extremismo que, cuando se usa
como instrumento de poder, puede acercarlo al racismo y a la intolerancia
democrática. En último término, para él, el indigenismo sigue siendo un mero
producto de mitificaciones e idealizaciones a-históricas. Sindica sin
ambigüedades a los indigenistas como peligrosos fundamentalistas, dado que
pueden acabar creyéndose las propias ficciones y utopías ideológicas que
fabrican para justificar sus crímenes. El desorden político y social puede
crearse a partir de esas ideas, como algunos brotes incipientes de violencia lo
han demostrado en Paraguay. En lo que respecta a su descripción del indigenismo
como ficción ideológica para justificar crímenes, la realidad del indigenismo
en Paraguay aboga en su favor. En este medio se trata de una simple coartada
para justificar sobrefacturaciones, sobre valuaciones y malversaciones de
fondos por parte de ONG tan desprestigiadas, que una institución tan
conservadora y decadente como la iglesia católica se ha referido a ellas en
clave peyorativa. Francisco, el primer papa latinoamericano de la historia,
advirtió ya en su primer día de pontificado, que la Iglesia corre el riesgo de
convertirse en una ONG si se aleja de los preceptos de Jesús. No cabe duda que
sus orígenes han ayudado al pontífice a conocer no sólo la realidad
latinoamericana, sino la realidad de las ONG que se dedican a captar fondos con
supuestos fines altruistas y contribuyen así a sumar la “inmoral, injusta e
ilegítima” deuda social. Poco dirán estas sutilezas para personajes convencidos
de sus “nobles” motivaciones, como las auto-nominadas autoridades de la
“sociedad civil”.
Como
alguna vez lo expresa el escritor e historiador inglés Tony Judt: La mayor
ventaja de la acción pública es su capacidad para satisfacer esa vaga necesidad
de una meta y un significado más altos en las vidas de hombres y mujeres. Pero
abducidos por el anhelo de interés y provecho propio, se oscurecen las razones
para el altruismo o incluso el buen comportamiento.
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