Nunca sabremos qué México habría heredado a
su sucesor; en cuatro meses, un cambio impensado; comienza a recuperarse el
tiempo perdido
por Francisco Bustillos
La tarde del 23 de marzo de 1994, 19 años atrás, un “asesino solitario” cambió
el rumbo del país asestando un balazo en la cabeza a Luis Donaldo Colosio, que
veía un México “con hambre y con sed de justicia… de gente agraviada por las
distorsiones a la ley de quienes deberían servirla. De mujeres y hombres
afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas
gubernamentales”.
Nunca sabremos qué
México habría heredado a su sucesor; su asesinato, no aclarado aún, a pesar de
la verdad jurídica del “asesino solitario”, le
impidió convertir su discurso en realidad.
Los priístas,
encabezados por César Camacho, lo recordaron el pasado sábado.
El país ha cambiado
desde su muerte, pero no tanto como prometió en los 100 días de su campaña.
De entonces a la
fecha, el PRI perdió el poder y lo recuperó tras 12 años de alternancia que de
poco o nada sirvió. Enrique Peña Nieto heredó de los panistas un país en peor situación que como Ernesto Zedillo lo
dejó a Vicente Fox.
LA REVOLUCIÓN DE PEÑA NIETO
En escasos casi 4
meses de gobierno, Peña Nieto protagoniza una revolución impensada por sus
contrincantes de candidatura y de campaña presidencial.
Los resultados, a la
vista, dejan en claro que la campaña mediática implementada para evitar que el
entonces gobernador del Estado de México fuese candidato y, después, Presidente
fue mera guerra sucia, planeada y operada por sus contrincantes.
Nada queda de los
infundios de entonces, por ejemplo, que era producto del monopolio televisivo.
La iniciativa de
Reforma en Telecomunicaciones y su aprobación, por la Cámara de Diputados, es
el mayor mentís que pudieran recibir los promotores de aquellos infundios,
muchos de origen priísta.
Colosio fue objeto de
campañas similares, orquestadas, en aquella época, por Manuel Camacho y Marcelo
Ebrard. No le concedían mayor mérito que el cariño del Presidente Salinas, al
que correspondía con lealtad a prueba de todo.
Colosio era mucho más
que sólo un político que había ganado el cariño y la confianza de Carlos
Salinas.
Llegó al equipo del
brazo de Rogelio Montemayor y su iniciación se dio en el grupo de Camacho;
destacó por su empecinamiento en ser candidato a diputado por el distrito
correspondiente a su natal Magdalena de Kino, Sonora.
Una vez que lo
consiguió, su futuro estaba claro, en especial cuando Salinas le confió la
coordinación de su campaña. Luego vendría el crecimiento como presidente del
PRI y secretario de Desarrollo Social.
Al igual que con Peña
Nieto, sólo para Camacho no fue evidente que el candidato presidencial del PRI
sería Luis Donaldo; le compitió hasta el último minuto; providencialmente, se
rindió pocas horas antes de que Colosio fuese asesinado en Lomas Taurinas.
Su reacción ante el
“destape” de Colosio y su ofrecimiento posterior, como una especie de candidato
alterno en pleno aprovechamiento de su condición de negociador de la paz en
Chiapas sin goce de sueldo, crearon la percepción, sin duda injusta, de que
algo tuvo que ver con el magnicidio.
En un clima adverso,
adjudicado, por él, al entonces gobernador del Estado de México, Emilio
Chuayffet, arribó al velatorio en Félix Cuevas, en donde Diana Laura le hizo
saber que su presencia no era bien vista por la familia Colosio.
Fue el ex secretario
particular de Luis Donaldo, Alfonso Durazo, quien le comunicó la decisión de la
viuda. Paradójicamente, con los años, Durazo y Camacho hicieron pareja al lado
de Andrés Manuel López Obrador.
Para los
historiadores están el voluminoso expediente que difundió la PGR sobre el
magnicidio, así como decenas de libros y millares de testimonios en el
Internet.
A menos que alguien
guarde información incuestionable para difundirla en el futuro, nunca sabremos si Luis Donaldo fue víctima de una
conspiración de poderes que lo consideraron peligroso para su permanencia, o si
lo ejecutó un desequilibrado en búsqueda de notoriedad.
Lo que está a la
vista son las consecuencias.
SEXENIOS DE OPERETA Y TRAGEDIA
Su lugar fue ocupado
por quien, conforme a las versiones de los colosistas, estaba a punto de quedar
fuera del equipo, Ernesto Zedillo, que fungía de coordinador de la campaña.
Zedillo, conforme a
la leyenda urbana tejida a su alrededor, comprometió la alternancia con Bill
Clinton a cambio de salvar su gobierno (naufragante por el “error de
diciembre”) con un préstamo de 50 mil millones de dólares, o por odio al
priísmo.
Lo cierto es que,
seis años después, el PRI desalojó Los Pinos y dio paso a un sexenio de opereta, al que le siguió otro de tragedia.
El PRI tardó en
aprender a vivir en la orfandad. Fracasó, estrepitosamente, en el primer
intento de recuperar la Presidencia, más por su división interna que por sus
contrincantes.
Pudo desperdiciar la
segunda oportunidad, pero, para su fortuna, Peña Nieto se apoderó del PRI y de
la candidatura. Era el único que podía ganar y así lo entendió la inmensa
mayoría del priísmo.
No se equivocaron;
los resultados están a la vista. En 110 días, el marco jurídico ha cambiado.
Las reformas se suceden y habrá más si persiste el espíritu del Pacto por
México.
Ignoro si el México
que vislumbraba Colosio es el que construye Peña Nieto, pero, por lo menos, se
está recuperando el tiempo perdido con Fox y Calderón, y por el PRI y el PRD
también.
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