Dictaduras del Siglo XXI | ||||
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CARLOS ALBERTO MONTANER
“Porque
el presidente de la República, escúcheme bien, no es sólo el jefe del
Poder Ejecutivo, es jefe de todo el Estado ecuatoriano y el Estado
ecuatoriano es Poder Ejecutivo, Legislativo, Judicial, Electoral,
Transparencia y Control Social, superintendencias, Procuradorías,
Contraloría, todo eso es el estado ecuatoriano”.
Es decir, en el mejor de los casos, el presidente
Rafael Correa no tiene la menor idea de qué es una República, ni para
qué se constituyó esa forma de gobierno.
Ignora que una República es un peculiar diseño del sector público,
concebido para fragmentar y limitar la autoridad de los mandatarios, es
decir, de aquellos a los que les hemos dado un mandato, con el objeto de
proteger los derechos sociales y políticos de los individuos.
Correa
no sabe que la conducta de un presidente republicano debe ceñirse al
cumplimiento de la ley escrita, como establece el derecho público.
Ese presidente sólo puede hacer lo que la ley le autoriza o le exige.
En el modelo republicano, en cambio, la sociedad civil puede hacer todo aquello que la ley no le prohíbe.
Son dos ámbitos de actuación diferentes.
Pero hay otra posibilidad: que el presidente Correa
sepa exactamente lo que es una República, mas no se perciba a sí mismo
como un gobernante republicano constreñido por la Constitución y por las
leyes, sino como un autócrata benevolente legitimado por el voto
popular.
Es decir: más o menos el tipo de déspota ilustrado
desplazado del poder cuando se sustituyó el llamado “antiguo régimen”,
desde fines del siglo XVIII a la primera mitad del XIX.
O sea, los personajes contra los que lucharon Jefferson, Washington, Bolívar, San Martín, Sucre y el resto de los libertadores.
¿Por qué Correa no cree en la eficacia de la
estructura republicana y ha vuelto al despotismo ilustrado, ahora
santificado por la mayoría de los electores en las urnas?
Porque, ciertamente, en Ecuador y en casi todo el
continente sudamericano las Repúblicas no rindieron los mismos
resultados que, por ejemplo, en Estados Unidos o Canadá.
Cuando comenzó el siglo XX, los países
latinoamericanos tenían, como promedio, entre un 10 y un 20% del
Producto Interno Bruto per cápita de Estados Unidos.
Cien años más tarde, al despuntar el siglo XXI, la diferencia seguía siendo más o menos la misma.
América Latina, claro, había prosperado, pero su
nivel de desarrollo continuaba siendo proporcionalmente similar con
respecto a Estados Unidos o Canadá.
Ya sé que Canadá no es formalmente una República, sino una monarquía parlamentaria, pero esa diferencia tiene poca importancia.
Lo esencial es que se trata de un Estado de Derecho
en el que los gobernantes ejercen su autoridad dentro de los límites
impuestos por leyes forjadas dentro de los esquemas morales de las
democracias liberales. Si el Jefe del Estado es un presidente electo o
una remota reina apoltronada en Londres, es un dato menor.
Sigo.
¿En qué se equivoca Correa?
En que el atraso relativo de América Latina no se
debe a la inadecuación del diseño republicano, sino a que muchos de sus
antecesores en el ejercicio del poder también ignoraron la premisa
básica e ineludible de las Repúblicas: todos los ciudadanos deben
colocarse bajo el imperio de la ley. Ningún ciudadano está por encima de
ella.
En nuestras repúblicas, con frecuencia, los
gobernantes ignoraban este precepto esencial y con ello invalidaban las
virtudes del modelo republicano.
La malversación, la apropiación indebida de los
caudales públicos, el nepotismo, la venta de influencias, las presiones a
los poderes judicial y legislativo, todo ello en medio de la impunidad
total, dio como resultado el divorcio entre la sociedad y el Estado.
Nuestros pueblos dejaron de percibir al Estado como
un instrumento libre y soberanamente segregado por las personas para
administrar la convivencia, y pasaron a verlo como un surtidor de
privilegios, generalmente enemigo de los intereses generales de las
gentes.
Por eso a la mayoría de los electores, con
frecuencia, no le importaba que los golpes militares demolieran los
fundamentos republicanos o las guerrillas y los terroristas de izquierda
atacaran por el flanco contrario.
Es una lástima que el presidente Correa no haya
entendido que su mejor aporte al pueblo que lo eligió no es fomentar un
modelo asistencialista-clientelista que inevitablemente acabará
empobreciendo al país, sino echar las bases para que, realmente,
fructificara la República.
Si no fuera una persona tan arrogante le recomendaría
que leyera atentamente este libro de su compatriota Osvaldo Hurtado.
Aprendería unas cuantas cosas fundamentales.
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