por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
El karma es un concepto que tiene varias interpretaciones en las
religiones indias, pero que en general representa el mecanismo que
controla el proceso de causa y efecto en todas las áreas de la vida. En
algunas de estas religiones, la divinidad está metida en este mecanismo,
provocando arbitrariamente el efecto cuando se da una causa, de tal
forma que a veces el efecto es de una forma y a veces de otra. Depende
de la suerte. Muy comúnmente, el mecanismo de causa y efecto es el
mecanismo a través del cual la divinidad castiga o premia las acciones
de las personas.
En otras religiones, el karma es totalmente impersonal —es
simplemente el mecanismo por el cual las acciones generan sus naturales
consecuencias, sin intervención directa de la divinidad.
Expresado de esta manera, el karma se vuelve una manera comprimida de
decir que uno se encuentra en la vida con lo que uno busca, pero quizás
de una forma inesperada. Un caso muy claro es la aparición de las
empresas Alba en El Salvador.
Por muchos años, ha predominado en el país la idea de que el gobierno debe "crear incentivos" para la inversión,
que es un eufemismo usado para referirse a subsidios gubernamentales
para las empresas o cualquier otro tipo de privilegios útiles para subir
la rentabilidad de las empresas.
Esto, por supuesto, liga el poder político con el poder económico,
por las dos vías: la que lleva del poder político al poder económico, y
la que va del poder económico al poder político. A cualquiera se le
ocurre que si una empresa está haciendo mucho dinero porque el gobierno
le da privilegios, estos privilegios pueden obtenerse capturando el
poder político. De igual forma, a cualquiera se le ocurre que si estos
privilegios son tan apreciados, los funcionarios que los conceden pueden
cobrar por ellos de varias maneras, para su propio peculio o para
financiar partidos políticos. Es obvio, entonces, que mientras más poder
tenga el gobierno para otorgar privilegios, más grande será la
tentación de usar al gobierno para generar redes de clientelismo.
Es decir, al darle al gobierno el poder de otorgar privilegios se
genera un mecanismo por el cual redes de políticos y empresarios, o de
empresarios-políticos, o de políticos-empresarios, se apoyen mutuamente
en detrimento de los intereses de las mayorías —porque los privilegios
siempre se dan a costa del pueblo consumidor y pagador de impuestos.
Esto, que es tan claro, se ha ignorado por mucho tiempo, por siempre
realmente, a pesar de que algunas voces, incluyéndome a mí, hemos
puntualizado que la intervención del estado en el comportamiento de la
economía no sólo es ineficiente (las empresas privilegiadas no tienen
que ser eficientes para tener utilidades) sino que también generan
oportunidades para corrupción y formación de redes
clientelistas (el político da los privilegios y el privilegiado financia
al político). Pero estos razonamientos se han perdido en el vacío
porque los interesados han convencido al pueblo de que estos
"incentivos" son lo moderno, lo último en la tecnología económica.
Afortunadamente, en nuestra economía no hay muchas oportunidades para
los privilegios, pero sí las hay en ciertos sectores que maneja
directamente el gobierno (como la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del
Río Lempa — CEL) y en sectores en los que el gobierno otorga cuotas de
producción o subsidios (como el azúcar, el arroz y similares).
En este momento, muchas décadas, quizás siglos, después, entra al
estrado el Alba y se expande a sectores en los que el gobierno
interviene y puede otorgarle privilegios. Las gremiales empresariales
comienzan a denunciar que la intervención estatal en la economía para
dar privilegios no sólo puede causar graves distorsiones económicas sino
que también genera los incentivos para la corrupción y el clientelismo.
La mayor parte del pueblo salvadoreño ha reaccionado con el esperable
cinismo, acusando a las gremiales de que ahora protestan porque los
privilegios van a otros. Y, como hacen siempre los cínicos, el pueblo se
ha dado vuelta para seguir con sus ocupaciones. Es el karma, podría
haber dicho el pueblo, porque realmente lo es.
Esperable o no, este cinismo es fatal para el país porque es lo que
hace que el karma nos persiga. El progreso nos eludirá mientras sigamos
pensando que el que algo que está mal en este momento es permisible
porque alguien más lo hizo antes. El decir que todos lo hacen justifica
las acciones de los que lo hacen, les lava la cara, y deja al pueblo en
la misma triste condición en la que estaba.
Es necesario identificar el verdadero problema, que es que existan
estas oportunidades de lucrar económicamente de privilegios otorgados
por el gobierno. Que Alba haya aparecido y quiera aprovecharse de estas
circunstancias es una consecuencia, no la causa del problema, y el que
los de Alba sean chavistas no es el problema, sino que cualquiera,
chavista o budista o cristiano, pueda beneficiarse económicamente a
costa del pueblo.
Lo que hay que lograr no es que Alba se vaya del país, sino que Alba,
y todos los demás, compitan por nuestros mercados con base en la
eficiencia, no en favores otorgados por el gobierno. Hay muchas empresas
que lo hacen, la mayoría. Las que no lo hacen, deben aprender a
hacerlo. Y el pueblo debe dejar de chuparse el dedo, creyendo que los
privilegios son "modernos", y lo "último en la tecnología económica".
Sí, seguro, para los privilegiados.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario