12 marzo, 2013

El Alba y el karma salvadoreño

por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
El karma es un concepto que tiene varias interpretaciones en las religiones indias, pero que en general representa el mecanismo que controla el proceso de causa y efecto en todas las áreas de la vida. En algunas de estas religiones, la divinidad está metida en este mecanismo, provocando arbitrariamente el efecto cuando se da una causa, de tal forma que a veces el efecto es de una forma y a veces de otra. Depende de la suerte. Muy comúnmente, el mecanismo de causa y efecto es el mecanismo a través del cual la divinidad castiga o premia las acciones de las personas.


En otras religiones, el karma es totalmente impersonal —es simplemente el mecanismo por el cual las acciones generan sus naturales consecuencias, sin intervención directa de la divinidad.
Expresado de esta manera, el karma se vuelve una manera comprimida de decir que uno se encuentra en la vida con lo que uno busca, pero quizás de una forma inesperada. Un caso muy claro es la aparición de las empresas Alba en El Salvador.
Por muchos años, ha predominado en el país la idea de que el gobierno debe "crear incentivos" para la inversión, que es un eufemismo usado para referirse a subsidios gubernamentales para las empresas o cualquier otro tipo de privilegios útiles para subir la rentabilidad de las empresas.
Esto, por supuesto, liga el poder político con el poder económico, por las dos vías: la que lleva del poder político al poder económico, y la que va del poder económico al poder político. A cualquiera se le ocurre que si una empresa está haciendo mucho dinero porque el gobierno le da privilegios, estos privilegios pueden obtenerse capturando el poder político. De igual forma, a cualquiera se le ocurre que si estos privilegios son tan apreciados, los funcionarios que los conceden pueden cobrar por ellos de varias maneras, para su propio peculio o para financiar partidos políticos. Es obvio, entonces, que mientras más poder tenga el gobierno para otorgar privilegios, más grande será la tentación de usar al gobierno para generar redes de clientelismo. Es decir, al darle al gobierno el poder de otorgar privilegios se genera un mecanismo por el cual redes de políticos y empresarios, o de empresarios-políticos, o de políticos-empresarios, se apoyen mutuamente en detrimento de los intereses de las mayorías —porque los privilegios siempre se dan a costa del pueblo consumidor y pagador de impuestos.
Esto, que es tan claro, se ha ignorado por mucho tiempo, por siempre realmente, a pesar de que algunas voces, incluyéndome a mí, hemos puntualizado que la intervención del estado en el comportamiento de la economía no sólo es ineficiente (las empresas privilegiadas no tienen que ser eficientes para tener utilidades) sino que también generan oportunidades para corrupción y formación de redes clientelistas (el político da los privilegios y el privilegiado financia al político). Pero estos razonamientos se han perdido en el vacío porque los interesados han convencido al pueblo de que estos "incentivos" son lo moderno, lo último en la tecnología económica. Afortunadamente, en nuestra economía no hay muchas oportunidades para los privilegios, pero sí las hay en ciertos sectores que maneja directamente el gobierno (como la Comisión Ejecutiva Hidroeléctrica del Río Lempa — CEL) y en sectores en los que el gobierno otorga cuotas de producción o subsidios (como el azúcar, el arroz y similares).
En este momento, muchas décadas, quizás siglos, después, entra al estrado el Alba y se expande a sectores en los que el gobierno interviene y puede otorgarle privilegios. Las gremiales empresariales comienzan a denunciar que la intervención estatal en la economía para dar privilegios no sólo puede causar graves distorsiones económicas sino que también genera los incentivos para la corrupción y el clientelismo. La mayor parte del pueblo salvadoreño ha reaccionado con el esperable cinismo, acusando a las gremiales de que ahora protestan porque los privilegios van a otros. Y, como hacen siempre los cínicos, el pueblo se ha dado vuelta para seguir con sus ocupaciones. Es el karma, podría haber dicho el pueblo, porque realmente lo es.
Esperable o no, este cinismo es fatal para el país porque es lo que hace que el karma nos persiga. El progreso nos eludirá mientras sigamos pensando que el que algo que está mal en este momento es permisible porque alguien más lo hizo antes. El decir que todos lo hacen justifica las acciones de los que lo hacen, les lava la cara, y deja al pueblo en la misma triste condición en la que estaba.
Es necesario identificar el verdadero problema, que es que existan estas oportunidades de lucrar económicamente de privilegios otorgados por el gobierno. Que Alba haya aparecido y quiera aprovecharse de estas circunstancias es una consecuencia, no la causa del problema, y el que los de Alba sean chavistas no es el problema, sino que cualquiera, chavista o budista o cristiano, pueda beneficiarse económicamente a costa del pueblo.
Lo que hay que lograr no es que Alba se vaya del país, sino que Alba, y todos los demás, compitan por nuestros mercados con base en la eficiencia, no en favores otorgados por el gobierno. Hay muchas empresas que lo hacen, la mayoría. Las que no lo hacen, deben aprender a hacerlo. Y el pueblo debe dejar de chuparse el dedo, creyendo que los privilegios son "modernos", y lo "último en la tecnología económica". Sí, seguro, para los privilegiados.

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