Por Víctor Pavón
Víctor Pavón es Decano de Currículum UniNorte (Paraguay) y autor de los libros Gobierno, justicia y libre mercado y Cartas sobre el liberalismo.
Mucho se dirá sobre el señor Hugo Chávez. De su vida
se encargarán sus acólitos y biógrafos, después de todo fue un
dirigente importante de Venezuela y mentor de toda una línea de
pensamiento que muchos desean emular porque en el fondo les encantaría
ser como Chávez, líder encantador de masas y distribuidor de riqueza —la
de los demás por supuesto— jamás la del selecto grupo que ostenta el
poder.
Pero prefiero referirme a Chávez como el director de una estrategia
basada en el sentimiento anti política. Esto debe servir de ejemplo a
nuestros políticos aquí en Paraguay para que no cometan o mejor dicho no sigan cometiendo los mismos errores que hicieron de Chávez el líder mesiánico que fue.
Esto del sentimiento anti política no es difícil de entender si lo
ubicamos a Chávez en sus inicios y cuáles fueron las señales que él vio.
Ocurre que antes que aparezca Chávez los políticos venezolanos se
encargaron de hacer tabla rasa de lo que significan las promesas
electorales, algo que suena demasiado conocido por aquí. Se promete de
todo, pero los resultados no llegan, y no llegan porque los que prometen
mienten. Si ni siquiera saben el qué de sus propuestas, cómo pedirles
el cómo de sus soluciones.
Y así le fue a la democracia venezolana. Anquilosada en una burocracia
infernal en la que unos pocos se beneficiaron de las mieles del poder,
el pueblo se dio cuenta que la cura debía venir a través de alguien que
les dijera que desalojaría a aquellos mentirosos que le prometieron un
mejor bienestar. Y ese hombre fue Hugo Chávez. Este se dio cuenta que el
sistema se había deteriorado a tan punto que con la corrupción imperante, la gente no se veía representada por sus dirigentes que los defraudaba hasta el hartazgo.
Lo que sucedió en 1998, año en que Chávez asume el gobierno, no fue
más que el resultado de ese sentimiento anti política que permitió el
advenimiento de un gobierno —el chavismo— que posteriormente también le
mentiría a la gente. Solo que esta vez la mentira iría aliada del
resentimiento o de la revancha hacia aquellos que más tienen o mejor
dicho, hacia aquellos que le criticaban al Chávez mesías; la prensa
libre, el empresariado genuino y mucha gente común que enseguida se
percató que eso de la revolución bolivariana era un cuento para seguir
haciendo lo mismo.
Bajo este escenario donde la política es vista como una riña en un
bar, donde nadie en el fondo está lo suficientemente cuerdo como para
creerle, Chávez además de avanzar hacia el control del poder, también
fue desaprovechando oportunidades. Como sabemos, Venezuela nada en
petróleo.
En el año 1998 en que Chávez asume el gobierno el precio del petróleo
estaba en nueve dólares el barril y luego en el 2008 llegó a 126
dólares, precio que le permitió no solo sentirse el redentor del pueblo
sino que también le dio la oportunidad de exportar sus ideas a otras
latitudes del continente.
Sin embargo, no solo de petróleo vive el hombre. De la mano de Chávez, Venezuela cayó en lo que se conoce como la “maldición de los recursos naturales”,
situación que involucra a muchas naciones bendecidas por los recursos
de la naturaleza pero que se dilapidan por la corrupción y el populismo
de los malos gobiernos. De este modo, aun teniendo la gran ventaja de un
Estado venezolano que se sobre alimentaba de los multimillonarios
ingresos del negocio del petróleo, la pobreza crecía en proporción a
aquellas entradas de dinero.
Mientras que el Poder Judicial compuesto de jueces que le respondían a
Chávez —porque así fue diseñada en la nueva Constitución bolivariana—
se ocupaban de apañar sus caprichos expropiando propiedades y atacando
la libertad de prensa, la gente vivía en la más absoluta falta de
garantías.
El sentimiento anti política es perjudicial en cualquier parte. Esto
Chávez lo sabía y lo supo impulsar. Si la gente ya no cree en la
política como un medio para lograr mejores oportunidades porque se
percata que el buen gobierno basado en el imperio de la ley ha sido
reemplazado por el gobierno de los peores y más corruptos es porque los
mismos políticos se han encargado de mentirnos y defraudarnos tantas
veces como lo quisieron.
Este sentimiento anti política ya está instalado en Paraguay. Está
ocurriendo. Los malos políticos son responsables de ello. No hay que
dejar que sigan avanzando. Mientras tanto empecemos por tomar en cuenta
la buena sugerencia de Thomas Jefferson: el precio de la libertad es la
eterna vigilancia.
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