por Axel Kaiser
Axel Kaiser es Director Ejecutivo de la Fundación para el Progreso (Chile).
Las palabras y conceptos, explicó el filósofo marxista Louis Althusser,
pueden servir como verdaderos "explosivos o venenos" y su captura
constituye una parte esencial de la estrategia revolucionaria
anticaptialista. Probablemente no exista un concepto más nocivo para la
estabilidad y prosperidad de una sociedad en el sentido de Althusser que el de "justicia social".
A pesar de haber sido una de las causas centrales en la ruinosa
crisis actual de las sociedades occidentales, la idea de justicia social
se presenta aun por sus partidarios —los más de ellos bien
intencionados— como un principio de incuestionable validez ética y como
la aspiración máxima de un orden económico y social. Convertido en
dogma, basta su invocación para dividir el mundo entre buenos y malos,
siendo sus partidarios los primeros y sus detractores los segundos.
Una discusión de fondo, sin embargo, permite esclarecer el carácter
profundamente inmoral de esta idea asi como su potencial destrucivo y
falaz fundamentación. En su formulación clásica, la idea de justicia
social apunta a la redistribución de riqueza. Supone
que es injusto que algunos tengan más riqueza y oportunidades que otros y
apela a la corrección de la injusticia —o desigualdad— mediante la
intervención estatal.
Para los partidarios de la justicia social, una sociedad de personas
libres que transan voluntariamente en un mercado abierto y competitivo
conduce a resultados injustos toda vez que unos obtienen y transfieren a
su descendencia mayores ventajas que otros. A la base de la idea de
justicia social se encuentra así la antigua creencia de que el mercado
es un juego de suma cero donde unos ganan a expensas de
otros. Pues si pensáramos lo contrario, esto es, que la ventaja de unos
se explica por haber incrementado el bienestar de los otros, entonces
difìcilmente podría argumentarse que los resultados de un orden de
mercado libre son indeseables y menos aun injustos si estos han
respondido a acuerdos libres y honestos entre sus participantes. Y este
es exactamente el caso en un orden de mercado. En él, especialmente los
más desaventajados en una sociedad ven incrementado su estándar de vida
de manera sustancial gracias a la creación de riqueza lograda por los más aventajados.
Los Steve Jobs, Bill Gates y Andrew Carnegie de este mundo —todos
quienes partieron desde abajo por lo demás— crearon su riqueza mejorando
de paso la calidad de vida de todos nosotros. Gracias a ellos y a gente
como ellos, millones de personas que fueron pobres ya no lo son y los
que continúan en la pobreza tienen mejores oportunidades que nunca para
salir adelante.
El justiciero social no lo ve así. Para él, la sociedad ha sido
injusta con los menos aventajados y estos merecen ser compensados por el
mero hecho de su desventaja. En esta lógica, la sociedad es algo
distinto al conjunto de individuos que la integra: esta tiene una
inteligencia propia y una voluntad propia que determina los resultados
del mercado en favor de unos y en perjuicio de otros. De ahí que la
injusticia sea "social". Pero la verdad es que la sociedad no puede ser
injusta porque no existe como tal. Solo las personas concretas pueden
ser injustas, no las abstracciones. Si eso es así, entonces la justicia
social consiste en un espejismo que, al pretender resolver una
injusticia inexistente mediante el uso de la coerción estatal, se
termina transformando ella misma en una fuente de injusticia por
excelencia. Pues como hemos visto, en el fondo la idea de justicia
social supone que el actuar de las personas, aun siendo libre y honesto,
puede ser injusto si sus resultados conducen a la desigualdad. Y puesto
que mientras haya libertad esos resultados siempre serán desiguales,
entonces la búsqueda de justicia social no terminará hasta haberla
estrangulado completamente y el espacio de cooperación voluntaria haya sido reemplazado enteramente por coacción estatal.
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