por Manuel Hinds
Manuel Hinds es ex Ministro de Finanzas de El Salvador y co-autor de Money, Markets and Sovereignty (Yale University Press, 2009).
Una de las tragedias más grandes de la América Latina
es nuestra incapacidad de llamar a las cosas por lo que son y así
aprender de nuestros errores. Víctimas de una incurable cursilería
intelectual, preferimos hablar con eufemismos y evitar los hechos y los
razonamientos que nos pueden enfrentar con nuestras realidades. No es
extraño, entonces, que repitamos nuestros errores una y otra vez, no año
con año sino siglo con siglo.
Este es el caso de nuestra tendencia a caer bajo la férula de ridículos caudillos
que a través de extraer para su propio beneficio la riqueza existente
en la región y bloquear la generación de nueva riqueza han asegurado por
dos siglos que seamos siempre pobres. Por dos siglos desde nuestra
independencia, la región ha criado tirano tras tirano a todo lo largo y
ancho del continente. Todos —desde Juan Manuel Rosas y el Dr. José
Gaspar Rodríguez de Francia que gobernaron por décadas en Argentina y
Paraguay en los primeros años después de la independencia, hasta Rafael
Carrera, Anastasio Somoza, Juan Domingo Perón, Getulio Vargas, Fidel
Castro y Hugo Chávez— todos han escalado el poder y han justificado su
tiránico control de la sociedad pintándose a sí mismos como los
abanderados de los pobres, de la democracia y de la dignidad
latinoamericana. Todos, todos, han prometido un milagroso salto hacia el
desarrollo, logrado sin ningún esfuerzo de la población.
Ninguno ha cumplido con lo que ha prometido. Sus legados económicos
han sido países quebrados por las políticas populistas que han aplicado
por décadas enteras. Sus legados políticos han sido sociedades
resquebrajadas por las políticas divisivas que les han permitido a los
tiranos dominar al pueblo, poniendo a los pobres contra los ricos, a los
empresarios contra los trabajadores, a los de izquierda contra los de
la derecha. Esto ha pasado tantas veces que da vergüenza que siga
pasando.
En cualquier parte del mundo uno esperaría que si algunos ciudadanos
cayeran ante los engaños de algún estafador populista, los otros
ciudadanos aprenderían rápidamente a no caer ellos mismos en la misma
trampa. No en Latinoamérica. Aquí la gente sigue cayendo siglo tras
siglo en la misma estafa, adorando a los caudillos hasta ser totalmente
esquilmados, para luego adorar al siguiente que, igual que el anterior,
promete e incumple sus grotescas promesas.
Nada más claro que el caso de Hugo Chávez, que acaba
de morir dejando a Venezuela en una profunda crisis política y
económica a pesar de que el país ha sido beneficiario de un
extraordinario boom en los precios del petróleo. Para tener una idea de
lo que ha sido el boom que benefició a Chávez, sólo note que los
ingresos por exportaciones de petróleo en los cuarenta y un años de 1962
a 2003 totalizaron 464 mil millones de dólares, mientras que en sólo
ocho años, de 2004 a 2011, totalizaron 474 mil millones, 10 mil millones
más. El promedio anual de 1994 a 2003 fue de 19 mil millones por año;
de 2004 a 2012, 59 mil millones.
Con esos volúmenes de recursos se requiere un talento muy especial
para hacer lo que Chávez hizo —dejar a Venezuela pobre y endeudada. Con
todo el dinero que entró a Venezuela, el ingreso per cápita real
(ajustado por la inflación) y ajustado por el poder de compra del dólar
bajó 1,8 por ciento de 2007 a 2011 (sí, bajó en vez de subir), mientras
que dicho ingreso subió un 11,5 por ciento en el resto de América
Latina. La tasa de inflación es 30 por ciento, y la tasa de cambio en el
mercado negro es de más de 20 Bolívares por dólar cuando la tasa
oficial es de 6,25. Venezuela se encamina a un desastre económico. Nadie
sufre estos problemas más que los pobres.
Y sin embargo, en las notas escritas sobre la muerte de Chávez, es
muy común leer que "era un defensor de los pobres", "que tenía una gran
visión para la región", y que "puso en alto la dignidad de América
Latina". Esto es lo que Chávez decía de sí mismo. Pero todo esto
contradice la realidad. A los pobres les quitó el beneficio de 474 mil
millones de dólares, que se los tiró en promover su imagen y su poder
político en Venezuela y en los gobiernos y partidos políticos
extranjeros que servilmente lo adoraban; su visión de Latinoamérica
nunca pasó de ser un modelo de "Chávez manda-tú obedeces"; y lo que hizo
con respecto a la dignidad venezolana y latinoamericana fue hundirla,
no ponerla en alto. La dignidad de los pueblos no se eleva gritando
insultos y dando viento a envidias y resentimientos. Menos aún se eleva
engañándolos y dejándolos como tontos que creen lo que los tiranos dicen
de sí mismos aunque contradiga la realidad. El servilismo que Chávez
fomentó es lo contrario de la dignidad.
Peor aún, hay muchos que se maravillan de las escenas de lágrimas y
gritos de dolor que profieren los que van a ver el cadáver de Chávez,
interpretando esto como prueba de que el pueblo lo quería mucho. Estos
deberían de ver los videos que existen de los funerales de Rafael Trujillo, el siniestro tirano de República Dominicana que dejó un legado terrible para su país (los videos están disponibles en YouTube). En esos funerales, como en los de Getulio Vargas, y como en los de cualquier tirano que como Chávez y Kim Jong II
de Corea del Norte ha muerto en el poder (dejando herederos con los que
hay que quedar bien), la gente se ha desbordado histéricamente.
¿Debemos creer que Rafael Trujillo y Kim Jong II fueron grandes hombres
para sus países, que levantaron su dignidad, que amaron a los pobres, y
que sus pueblos los amaban porque las turbas se lamentaron
espectacularmente por sus muertes?
En "La ideología germánica", Marx escribió un párrafo burlándose de
la credulidad de los que creen todo lo que les dicen en contra de lo que
muestra la realidad: "Mientras que en la vida ordinaria cualquier
tendero puede perfectamente distinguir entre lo que alguien profesa ser y
lo que realmente es, nuestros historiadores no han ganado siquiera esta
trivial habilidad. Toman a cada época por lo que dicen de sí mismas y
creen que todo lo que ella dice e imagina sobre sí misma es verdad".
Eso es lo que pasa a los latinoamericanos. Toman a cada caudillo por
lo que dice de sí mismo y creen que todo lo que ellos dicen e imaginan
sobre ellos mismos es verdad. La verdadera pregunta que debemos hacernos
ante la muerte de Chávez no es qué de bueno tenía si tanta gente le
creyó sino por qué los latinoamericanos no han ganado lo que Marx llamó
la trivial habilidad de distinguir entre lo que alguien profesa ser y lo
que es, a pesar de que por la falta de esa habilidad la región ha
vivido capturada por una legión de ridículos dictadores que no han
dejado progresar a la región. Si no adquirimos esa habilidad, pasaremos
otros dos siglos en el subdesarrollo, llevando dictadores al poder y
buscando qué de bueno pueden tener para así justificar nuestra falta de
inteligencia en dejarlos que nos exploten.
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