por Malou Innocent
Malou Innocent es analista de política exterior del Cato Institute.
En su quinto discurso acerca del Estado de la Unión, el presidente Barack Obama
tocó todos los principales puntos de discusión que todos esperaban que
hiciera. Lo que no dijo, sin embargo, debería preocupar a muchos
estadounidenses. Numerosas encuestas muestran que la mayoría de los
estadounidenses quieren que las tropas estadounidenses salgan de Afganistán “lo más pronto posible” (en inglés). Los estadounidenses también dicen que su país no tiene la responsabilidad de involucrarse en Siria (en inglés) y en el Oriente Medio (en inglés), y están a favor de sustanciales recortes a un gasto militar históricamente alto
(en inglés). En estas tres cuestiones, sin embargo, Obama no fue lo
suficientemente lejos e incluso fue en la dirección opuesta.
Ciertamente, la política exterior no siempre debe
fluctuar con los vientos políticos predominantes. Pero los intereses del
pueblo estadounidense, sin duda, merecen ser escuchados.
En cuanto a Afganistán, Obama se comprometió a reducir la presencia de
EE.UU. a la mitad, trayendo a casa 34.000 soldados para principios del
año que viene. Por supuesto, no especificó cuántos soldados se
mantendrán allí a partir de entonces. En mayo pasado, él y el presidente
Hamid Karzai firmaron un acuerdo de alianza estratégica a largo plazo
que comprometió a EE.UU. con la seguridad económica y militar de
Afganistán —hasta 2024. En ausencia de un acuerdo de estatus de
fuerzas, y de una resolución sobre el tema de si las tropas
estadounidenses serán inmunes del sistema judicial afgano, el tamaño
exacto de la presencia residual de EE.UU. sigue siendo turbia.
Sin embargo, el comandante en jefe podría haber aclarado por qué EE.UU. debería mantenerse en Asia Central
durante otra década. Él debería haber explicado qué intereses vitales
estadounidenses están siendo atendidos y qué aspecto de la seguridad
nacional de EE.UU. estaría en juego una vez que nos vayamos. Con los
planificadores de la política exterior presionando por un compromiso
abierto, alegar que la guerra terminará en 2014 es flagrantemente falso.
Acerca de futuras intervenciones militares de EE.UU.,
el presidente tuvo razón al afirmar que “no es necesario que enviemos a
decenas de miles de nuestros hijos e hijas al extranjero u ocupar otras
naciones”. Pero su siguiente promesa de “ayudar a países como Yemen,
Libia y Somalia a velar por su propia seguridad”, estuvo mal definida y
es peligrosa. La razón: Obama no expuso qué conjunto de condiciones
justificarían la “ayuda” de EE.UU., en momentos en que el país debería
ser más selectivo sobre dónde decide intervenir.
En pocas palabras, si intervenimos en Yemen, ¿por qué no en Pakistán? Si
intervenimos en Somalia, ¿por qué no en Haití? Si intervenimos en
Libia, ¿por qué no en Zimbabwe, o en otra docena de países más a lo
largo de África? Lo que Obama no mencionó fue un principio limitante
sobre cuándo y dónde EE.UU. no comprometería los recursos
escasos. Los estadounidenses merecen saber qué condiciones merecerían la
ayuda de EE.UU., y lo que el presidente está dispuesto a sacrificar
para proporcionarla.
Además, el presidente no ha propuesto una alternativa sustantiva para atender los recortes automáticos y generales. De hecho, él ha evitado cualquier crítica del gasto militar,
diciendo que “los recortes repentinos, considerables y arbitrarios
pondrían en peligro nuestra preparación militar”. La realidad, sin
embargo, es que incluso con los recortes automáticos, el presupuesto
base del Pentágono se mantendrá muy por encima del promedio posterior a
la Guerra Fría, y simplemente caerá al nivel de gasto de 2007. Por otra
parte, si Obama podría hacer lo que quisiera en esta área, veríamos
menos recortes al Pentágono de los que se darán en virtud de los
recortes automáticos, o aumentos de impuestos para cubrir la diferencia.
Con el gasto militar alcanzando casi el 20 por ciento del gasto federal
total, los estadounidenses están en lo cierto al exigir que tales
figuras se reduzcan. EE.UU. es responsable de aproximadamente la mitad
del gasto militar del mundo y gasta más en su ejército que todas las
otras economías industriales avanzadas. Sólo el año pasado, los
estadounidenses gastaron $729.000 millones (en inglés) en las fuerzas armadas y en seguridad internacional, y casi $930.000 millones
(en inglés) incluyendo los departamentos de Asuntos de Veteranos y
Seguridad Nacional. Un gasto cercano a un billón de dólares anuales no
ayudará a salvaguardar la seguridad financiera de nuestro país,
probablemente una idea central del discurso de Obama.
Desafortunadamente, los políticos de ambos partidos parecen creer que el
gasto refleja una medida precisa de la efectividad militar, mientras
que los estadounidenses comprenden intuitivamente que la fuerza no está
en función de cuánto gastamos. Es hora de que los políticos reconsideren
cómo EE.UU. se relaciona con el mundo, y reconozca que hay formas más
pacíficas, más efectivas, y menos costosas de proteger el poder y la
influencia de EE.UU. en el extranjero y de cumplir con nuestros
objetivos de seguridad.
Los comentaristas elogiaron a Obama por su elocuencia en todo desde combatir el cambio climático y reducir la violencia de armas (en inglés) hasta la creación de empleos y el aumento del salario mínimo (en inglés). Lo que se olvidaron de comentar fue el Estado de Guerra
—el elefante en la habitación. Los estadounidenses buscan frenar la
ambición sin límites de sus líderes para resolver cada conflicto civil
en el extranjero y mantener niveles históricamente altos de gasto
militar. Después de haber sufrido más de una década de guerra permanente
y de haber estado al borde del colapso financiero, los estadounidenses
han manifestado una y otra vez su oposición al estatus quo. Merecen ser
escuchados.
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