21 marzo, 2013

El Estado de guerra de Barack Obama

por Malou Innocent
Malou Innocent es analista de política exterior del Cato Institute.
En su quinto discurso acerca del Estado de la Unión, el presidente Barack Obama tocó todos los principales puntos de discusión que todos esperaban que hiciera. Lo que no dijo, sin embargo, debería preocupar a muchos estadounidenses. Numerosas encuestas muestran que la mayoría de los estadounidenses quieren que las tropas estadounidenses salgan de Afganistánlo más pronto posible” (en inglés). Los estadounidenses también dicen que su país no tiene la responsabilidad de involucrarse en Siria (en inglés) y en el Oriente Medio (en inglés), y están a favor de sustanciales recortes a un gasto militar históricamente alto (en inglés). En estas tres cuestiones, sin embargo, Obama no fue lo suficientemente lejos e incluso fue en la dirección opuesta. Ciertamente, la política exterior no siempre debe fluctuar con los vientos políticos predominantes. Pero los intereses del pueblo estadounidense, sin duda, merecen ser escuchados.


En cuanto a Afganistán, Obama se comprometió a reducir la presencia de EE.UU. a la mitad, trayendo a casa 34.000 soldados para principios del año que viene. Por supuesto, no especificó cuántos soldados se mantendrán allí a partir de entonces. En mayo pasado, él y el presidente Hamid Karzai firmaron un acuerdo de alianza estratégica a largo plazo que comprometió a EE.UU. con la seguridad económica y militar de Afganistán —hasta 2024. En ausencia de un acuerdo de estatus de fuerzas, y de una resolución sobre el tema de si las tropas estadounidenses serán inmunes del sistema judicial afgano, el tamaño exacto de la presencia residual de EE.UU. sigue siendo turbia.
Sin embargo, el comandante en jefe podría haber aclarado por qué EE.UU. debería mantenerse en Asia Central durante otra década. Él debería haber explicado qué intereses vitales estadounidenses están siendo atendidos y qué aspecto de la seguridad nacional de EE.UU. estaría en juego una vez que nos vayamos. Con los planificadores de la política exterior presionando por un compromiso abierto, alegar que la guerra terminará en 2014 es flagrantemente falso.
Acerca de futuras intervenciones militares de EE.UU., el presidente tuvo razón al afirmar que “no es necesario que enviemos a decenas de miles de nuestros hijos e hijas al extranjero u ocupar otras naciones”. Pero su siguiente promesa de “ayudar a países como Yemen, Libia y Somalia a velar por su propia seguridad”, estuvo mal definida y es peligrosa. La razón: Obama no expuso qué conjunto de condiciones justificarían la “ayuda” de EE.UU., en momentos en que el país debería ser más selectivo sobre dónde decide intervenir.
En pocas palabras, si intervenimos en Yemen, ¿por qué no en Pakistán? Si intervenimos en Somalia, ¿por qué no en Haití? Si intervenimos en Libia, ¿por qué no en Zimbabwe, o en otra docena de países más a lo largo de África? Lo que Obama no mencionó fue un principio limitante sobre cuándo y dónde EE.UU. no comprometería los recursos escasos. Los estadounidenses merecen saber qué condiciones merecerían la ayuda de EE.UU., y lo que el presidente está dispuesto a sacrificar para proporcionarla.
Además, el presidente no ha propuesto una alternativa sustantiva para atender los recortes automáticos y generales. De hecho, él ha evitado cualquier crítica del gasto militar, diciendo que “los recortes repentinos, considerables y arbitrarios pondrían en peligro nuestra preparación militar”. La realidad, sin embargo, es que incluso con los recortes automáticos, el presupuesto base del Pentágono se mantendrá muy por encima del promedio posterior a la Guerra Fría, y simplemente caerá al nivel de gasto de 2007. Por otra parte, si Obama podría hacer lo que quisiera en esta área, veríamos menos recortes al Pentágono de los que se darán en virtud de los recortes automáticos, o aumentos de impuestos para cubrir la diferencia. Con el gasto militar alcanzando casi el 20 por ciento del gasto federal total, los estadounidenses están en lo cierto al exigir que tales figuras se reduzcan. EE.UU. es responsable de aproximadamente la mitad del gasto militar del mundo y gasta más en su ejército que todas las otras economías industriales avanzadas. Sólo el año pasado, los estadounidenses gastaron $729.000 millones (en inglés) en las fuerzas armadas y en seguridad internacional, y casi $930.000 millones (en inglés) incluyendo los departamentos de Asuntos de Veteranos y Seguridad Nacional. Un gasto cercano a un billón de dólares anuales no ayudará a salvaguardar la seguridad financiera de nuestro país, probablemente una idea central del discurso de Obama.
Desafortunadamente, los políticos de ambos partidos parecen creer que el gasto refleja una medida precisa de la efectividad militar, mientras que los estadounidenses comprenden intuitivamente que la fuerza no está en función de cuánto gastamos. Es hora de que los políticos reconsideren cómo EE.UU. se relaciona con el mundo, y reconozca que hay formas más pacíficas, más efectivas, y menos costosas de proteger el poder y la influencia de EE.UU. en el extranjero y de cumplir con nuestros objetivos de seguridad.
Los comentaristas elogiaron a Obama por su elocuencia en todo desde combatir el cambio climático y reducir la violencia de armas (en inglés) hasta la creación de empleos y el aumento del salario mínimo (en inglés). Lo que se olvidaron de comentar fue el Estado de Guerra —el elefante en la habitación. Los estadounidenses buscan frenar la ambición sin límites de sus líderes para resolver cada conflicto civil en el extranjero y mantener niveles históricamente altos de gasto militar. Después de haber sufrido más de una década de guerra permanente y de haber estado al borde del colapso financiero, los estadounidenses han manifestado una y otra vez su oposición al estatus quo. Merecen ser escuchados.

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