21 marzo, 2013

El infeliz aniversario de la guerra en Irak

por Gene Healy
Gene Healy es Vice Presidente de Cato Institute.
Alrededor de las 9:30 PM el 19 de marzo de 2003, la fase de fuego de la Operación Iraquí Libertad empezó, con un infructuoso “ataque de decapitación” dirigido al alto mando iraquí, incluyendo a Saddam Hussein. Poco después, el presidente George W. Bush dijo a los estadounidenses en un discurso transmitido en televisión nacional que habíamos iniciado una guerra “para desarmar Irak, para liberar a su pueblo y para defender al mundo de un gran peligro”.
Diez años después, el futuro de la “libertad iraquí” continúa siendo incierto en el mejor de los casos, pero es evidente que no hubo mucho que desarmar y que el mundo nunca estuvo ante tal grave peligro”.


¿Qué nos ha costado la guerra en Irak y qué lecciones, si es que alguna, hemos aprendido?
Responsabilizar por la guerra únicamente a los neoconservadores deja libres de culpa al resto y me parece que muy ligeramente. La prisa de 2002-2003 para ir a la guerra fue una irresponsabilidad de ambos partidos.
En 2002, muy pocos de nuestros representantes electos estaban interesados en hacer sus averiguaciones básicas antes de ejercer la responsabilidad solemne que la Constitución le otorga al congreso en el poder de “declarar guerra”. Desde fines de septiembre de 2002 en adelante, copias de la Estimación de Inteligencia Nacional acerca de Irak (92 páginas) estuvieron disponibles para cualquier miembro del congreso o del senado que quisiera leerlo. Solo unos pocos lo hicieron. El entonces senador John Kerry, Demócrata de Massachusetts, y Hillary Clinton, Demócrata de Nueva York —nuestra actual Secretario de Estado y su antecesora— no se encontraban entre los seis senadores que se tomaron el tiempo de leer el reporte antes de votar a favor de la guerra. El senador Jay Rockefeller, Demócrata de West Virginia, explicó que ausentarse para ir al cuarto seguro para leer el reporte —una corta caminata a través del área del Capitolio— no es “algo fácil de hacer” y que los reportes son “una lectura extremadamente densa”.
La inteligencia de Washington no se comportó de mejor forma. En un artículo reciente para la revista The New Republic, “A vísperas del desastre”, John B. Judis describe “lo que era oponerse a la guerra en Irak en 2003”. Solitario: “dentro del Washington político, era difícil encontrar personas con ideas afines” que se opusieran a la guerra. “Tanto los principales diarios nacionales —el Washington Post y el New York Times (que publicaba los reportajes de Judith Miller)— estaban tocando los tambores de guerra”, de la misma manera en que lo estaban haciendo gran parte de los mandamases de los centros de investigación de Washington.
Sin embargo, no todos. En un debate sobre Irak en 2002 con el ex director de la CIA James Woolsey, William Niskanen, en ese entonces mi colega del Cato Institute, argumentó que “una guerra innecesaria es una guerra injusta” y de la cual llegaríamos a arrepentirnos de haber librado.
Niskanen tenía razón. Un nuevo reporte del Watson Institute para Estudios Internacionales en la Universidad Brown calcula los costos de la misma: la muerte de alrededor de 4.500 soldados, un costo presupuestario eventual de alrededor de $3,9 billones y más de 130.000 civiles muertos como “daño colateral”.
El ornitólogo aficionado, el senador John McCain (Republicano de Arizona) llamó al pacífico senador Rand Paul (Republicano de Kentucky) un “pájaro loco” por hacer preguntas acerca del poder ilimitado del presidente para iniciar una guerra. Aún así, Paul se impuso en la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC), ganando la encuesta sobre las opciones para la presidencia.
El Christian Science Monitor reporta acerca de otra encuesta realizada a los participantes de la CPAC, en la cual “solo 34 por ciento dijo que EE.UU. debería adoptar un papel más muscular [en el extranjero]; 50 por ciento dijo que EE.UU. debería retirarse, dejando que más aliados se ocupen de las zonas problemáticas”. George Will reportó esta semana en el programa “This Week” de ABC que lo que él vio en la CPAC fue “el auge de la rama libertaria del republicanismo, la cual tiene un efecto en la política exterior que es el abandono de la construcción de naciones y otras ambiciones en el extranjero que nunca permitieron al Estado en casa”.
Bill Niskanen, quien murió el año pasado con 78 años, nunca se cansó de recordar a los conservadores que la guerra es un programa estatal —y es uno particularmente destructivo.
Puede ser que ese mensaje finalmente está llegando a la gente.

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