por Juan Ramón Rallo
Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
En 1998, cuando Hugo Chávez llegó al poder, la renta
per cápita venezolana era de 1.809 bolívares; en 2012, cerró en 2.024
bolívares equivalentes (eliminando el efecto de la inflación). Así pues,
la era Chávez, ese paradigma del socialismo del siglo XXI, se ha
saldado con un crecimiento de la renta real por ciudadano del 0,8%
anual. Durante ese mismo período, otras economías menos glamurosamente
bolivarianas han crecido entre tres y cuatro veces más: Chile lo ha hecho al 2,8%, Colombia al 2,2%, Perú al 3,6% y Uruguay al 2,3%. Si efectuamos la comparativa en dólares internacionales, Venezuela
tenía en 1998 una renta per cápita similar a la chilena y a la
uruguaya, al tiempo que casi duplicaba la peruana y la colombiana; hoy,
la renta chilena es un 50% superior a la venezolana y la uruguaya la
supera en un 20%, mientras que la peruana y la colombiana sólo se hallan
ya un 20% por debajo. Acaso alguien crea que medir los logros de estos
países por tan crematísticas magnitudes resulta parcial e injusto, pero
lo cierto es que la mejora de todos los restantes indicadores sociales
(pobreza, alfabetización, esperanza de vida, mortandad infantil,
salubridad, etc.) que obviamente han tenido lugar se retrotraen en el
fondo a tan singular hecho: sus ciudadanos son más ricos y, como son más
ricos, viven mejor en sus muy variadas facetas.
Sucede, sin embargo, que el crecimiento de Venezuela, a diferencia de
los otros cuatro países, se ha producido a lomos del pelotazo
petrolero, es decir, de los muy extraordinarios ingresos derivados de
sus exportaciones de crudo. Merced al estallido de los precios del oro
negro (que se han multiplicado por más de diez desde 1998), los ingresos
netos del país a cuenta de su exportación se dispararon durante los
gobiernos de Chávez hasta cotas jamás vistas. En 2006, por ejemplo,
equivalían al 40% del PIB, lo que hubiese permitido repartir un cheque
de 4.500 dólares internacionales a cada venezolano. Un notable
empujoncito del que no han disfrutado ni Chile, ni Perú, ni Uruguay
(Colombia, en cambio, cuenta con unos ingresos netos por crudo
inferiores al 8% del PIB). Difícil, pues, que creciendo América Latina a
las mayores tasas del último medio siglo y contando con unas regalías
petroleras propias de un emirato árabe, el nivel de vida de los
venezolanos no haya experimentado una cierta mejora en estos catorce
años a pesar de las disparatadas y bravuconas intervenciones del
neosocialista régimen populista bolivariano.
Mas el verdadero fracaso de la política económica chavista no debería
medirse por los diferenciales de renta per cápita con sus vecinos, sino
por cómo el hiperintervencionista modelo bolivariano ha socavado las
bases de la prosperidad futura de los venezolanos. Lejos de tratar de
capitalizar las superlativas rentas petroleras en agrandar el patrimonio
privado de los ciudadanos, Chávez optó por crear un Estado asistencial
de cuyas dádivas dependiera el precario bienestar de esos ciudadanos: no
buscó propietarios sino siervos de la gleba. Así, mientras que en estos
catorce años el peso del sector público se ha mantenido estable en
Chile (23% del PIB), Colombia (28%), Perú (19%) y Uruguay (33%), en
Venezuela ha pasado del 28% del PIB en 1998 al 44% en 2012: o dicho de
otro modo, mientras que el más acelerado crecimiento de la renta per
cápita de los países no bolivarianos se ha quedado en los bolsillos y
patrimonios de sus familias y empresas, en la república chavista casi la
mitad de esa renta la ha terminado manejando el Estado. En este
sentido, su tridente confiscatorio con el que ha fustigado a los
venezolanos en aras de un Gobierno gigantesco han sido las
nacionalizaciones (el famoso exprópiese), los elevados impuestos (la
presión fiscal ha aumentado un 50% con respecto a 1998) y la
absolutamente disparatada inflación (el IPC ha aumentado un 2.000% y el
bolívar ha perdido más del 75% de su valor frente al dólar).
A diferencia de Chile o Perú, Venezuela no ha visto cómo su clase
media se agrandaba y enriquecía, logrando así una mayor autonomía
personal y financiera. Por el contrario, lo único que ha engordado
Chávez ha sido un todopoderoso Estado cuyo propósito esencial era evitar
la promoción social y económica de sus ciudadanos dentro del mercado
para perpetuar su poder merced a sus redes clientelares dentro del
Estado. En el fondo, pues, el socialismo del siglo XXI no se diferencia
tanto del socialismo del siglo XX: ambos ambicionan construir un Estado
que lo cope todo sobre los cimientos de la rapiña universal de una
población pauperizada y dependiente de las migajas que éste tenga a bien
repartirles.
A estas alturas, por consiguiente, el auténtico cambio económico
necesita Venezuela tras la muerte de Chávez no es tanto que el país
crezca unas décimas más que Perú o Colombia, sino que los frutos de esa
expansiva creación de riqueza redunden en una sociedad más libre y más
autónoma de un Estado con orwelliana vocación fagocitadora. Desde 1998,
las rentas del petróleo y el saqueo de la acosada clase media se han
dirigido en esencia a reforzar sus estructuras de control económico y
social, en erigir una autocracia del petrobolívar y del exprópiese.
Ojalá que, tras década y media, las cosas comiencen a cambiar y
Venezuela cambie de rumbo para terminar convirtiéndose en otro Chile (o
en otra Suiza, Nueva Zelanda o Singapur) y no en otra Cuba.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario