La muerte de Hugo Chávez, un líder de mil perfiles
Por Emilio Cárdenas
La Nación
esde los días de Simón Bolívar, ningún otro venezolano tuvo el enorme impacto político - interno y externo- que lograra Hugo Chávez. Cuando el fragoroso huracán que fuera su vida finalmente amainó, el recuerdo de Hugo Chávez contiene mil perfiles. Hay ciertamente muy distintas formas de recordarlo. Como déspota revolucionario; populista pragmático; obsesivo del poder, con una sed que sólo apagara la muerte; caudillo autoritario; encantador de serpientes; generador genial de esperanzas; revanchista insaciable; y algunas más.
Con un discurso irrespetuoso, agresivo, descalificador e
intolerante a la vez, dividió a su pueblo y a la región toda, como
nunca hasta ahora. Sembró odios y resentimientos. Promovió las
divisiones y las confrontaciones, como si ni hubiera otra forma de
relacionarse, haciendo con todo esto escuela en la región. Para ello
recurrió caprichosamente al flujo de los inmensos recursos financieros
provistos por los hidrocarburos venezolanos.
A lo que agregó la perversión -abierta y total- de la
política y el coqueteo con la corrupción. Y todo lo cubrió con una tenue
hoja de parra, presuntamente democrática. Cuando lo cierto es que
concentró todo el poder institucional en sus manos y sometió a la
justicia; restringió la libertad de expresión e información;
y renunció a la protección de los derechos humanos y de las libertades
individuales que contiene el Pacto de San José de Costa Rica, lo que -a
nivel regional, por cierto- no es muy diferente a darle la espalda
impunemente a la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Con un discurso
irrespetuoso, agresivo, descalificador e intolerante a la vez, dividió a
su pueblo y a la región toda, como nunca hasta ahora
Para todo ello Chávez se apropió -hasta el delirio- de la figura de Simón Bolívar y estableció una dependencia personal directa con Fidel Castro,
dedicando constantes elogios hiperbólicos a una revolución claramente
fracasada como es definitivamente la cubana, a la que Chávez mantuvo con
vida con el apoyo de los recursos venezolanos. Predicó siempre la
idolatría respecto de quienes, bien o mal, lo acompañaron
ideológicamente y, en paralelo, demonizó despiadadamente a quienes, en
cambio, no comulgaban con él.
Difundió incansablemente su discurso único. Lo hizo con
un estilo demagógico, disfrazado hábilmente de redentor. Fue, en rigor
un ovillo de contradicciones cada vez que ello le convino, el mejor
ejemplo de lo cual es probablemente la relación bilateral con su vecina
Colombia.
Su vida fue, en verdad, una expresión de antipolítica
que aprovechó audazmente la larga deuda que Venezuela mantenía con sus
millones de excluidos. Por Chávez eso ganó elecciones sembrando
esperanzas, método que le sirvió para, además, transformar un ambiente
generalizado de apatía política, en un agitado mar de fervor
personalista.
El gran interrogante es si su legado ideológico prevalecerá sobre el tiempo
Llevado por un fulgor casi mesiánico, Chávez se nutrió
siempre de la confrontación. Así alimentó su insaciable apetito de
poder. Imprudente muchas veces y hasta tosco en su andar, no vaciló en
caer en la vulgaridad si ella servía a sus propósitos.
No obstante, su vida se apagó. Inexorablemente. Como la
de todos. Dejó al irse un legado que, para algunos, puede resultar
atractivo y que para otros, es tan sólo una expresión de su vértigo por
la omnipotencia con el perfil típico de los dictadores.
El gran interrogante es si su legado ideológico
prevalecerá sobre el tiempo. Esto es, si trascenderá o si, en cambio,
terminará, como tantas utopías, desfigurado por el mero paso del tiempo,
que es lo más probable.
Por la sensibilidad del tema, esta nota fue cerrada a comentarios.
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