06 marzo, 2013

La muerte de Hugo Chávez, un líder de mil perfiles

La muerte de Hugo Chávez, un líder de mil perfiles


Por Emilio Cárdenas
La Nación
esde los días de Simón Bolívar, ningún otro venezolano tuvo el enorme impacto político - interno y externo- que lograra Hugo Chávez. Cuando el fragoroso huracán que fuera su vida finalmente amainó, el recuerdo de Hugo Chávez contiene mil perfiles. Hay ciertamente muy distintas formas de recordarlo. Como déspota revolucionario; populista pragmático; obsesivo del poder, con una sed que sólo apagara la muerte; caudillo autoritario; encantador de serpientes; generador genial de esperanzas; revanchista insaciable; y algunas más.


Con un discurso irrespetuoso, agresivo, descalificador e intolerante a la vez, dividió a su pueblo y a la región toda, como nunca hasta ahora. Sembró odios y resentimientos. Promovió las divisiones y las confrontaciones, como si ni hubiera otra forma de relacionarse, haciendo con todo esto escuela en la región. Para ello recurrió caprichosamente al flujo de los inmensos recursos financieros provistos por los hidrocarburos venezolanos.
A lo que agregó la perversión -abierta y total- de la política y el coqueteo con la corrupción. Y todo lo cubrió con una tenue hoja de parra, presuntamente democrática. Cuando lo cierto es que concentró todo el poder institucional en sus manos y sometió a la justicia; restringió la libertad de expresión e información; y renunció a la protección de los derechos humanos y de las libertades individuales que contiene el Pacto de San José de Costa Rica, lo que -a nivel regional, por cierto- no es muy diferente a darle la espalda impunemente a la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Con un discurso irrespetuoso, agresivo, descalificador e intolerante a la vez, dividió a su pueblo y a la región toda, como nunca hasta ahora
Para todo ello Chávez se apropió -hasta el delirio- de la figura de Simón Bolívar y estableció una dependencia personal directa con Fidel Castro, dedicando constantes elogios hiperbólicos a una revolución claramente fracasada como es definitivamente la cubana, a la que Chávez mantuvo con vida con el apoyo de los recursos venezolanos. Predicó siempre la idolatría respecto de quienes, bien o mal, lo acompañaron ideológicamente y, en paralelo, demonizó despiadadamente a quienes, en cambio, no comulgaban con él.
Difundió incansablemente su discurso único. Lo hizo con un estilo demagógico, disfrazado hábilmente de redentor. Fue, en rigor un ovillo de contradicciones cada vez que ello le convino, el mejor ejemplo de lo cual es probablemente la relación bilateral con su vecina Colombia.
Su vida fue, en verdad, una expresión de antipolítica que aprovechó audazmente la larga deuda que Venezuela mantenía con sus millones de excluidos. Por Chávez eso ganó elecciones sembrando esperanzas, método que le sirvió para, además, transformar un ambiente generalizado de apatía política, en un agitado mar de fervor personalista.

El gran interrogante es si su legado ideológico prevalecerá sobre el tiempo
Llevado por un fulgor casi mesiánico, Chávez se nutrió siempre de la confrontación. Así alimentó su insaciable apetito de poder. Imprudente muchas veces y hasta tosco en su andar, no vaciló en caer en la vulgaridad si ella servía a sus propósitos.
No obstante, su vida se apagó. Inexorablemente. Como la de todos. Dejó al irse un legado que, para algunos, puede resultar atractivo y que para otros, es tan sólo una expresión de su vértigo por la omnipotencia con el perfil típico de los dictadores.
El gran interrogante es si su legado ideológico prevalecerá sobre el tiempo. Esto es, si trascenderá o si, en cambio, terminará, como tantas utopías, desfigurado por el mero paso del tiempo, que es lo más probable.
Por la sensibilidad del tema, esta nota fue cerrada a comentarios.

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