26 marzo, 2013

La tormenta que se divisa

Ricardo Pascoe Pierce

La tormenta que se divisa
Aveces los estados eufóricos no sólo obnubilan la vista ante los problemas que se ciernen sobre un país, sino que incluso sirven para negar la realidad misma. En los grandes momentos de la historia de los países suelen enfrentar dilemas que pueden definir su futuro dependiendo del curso de las decisiones que se tomen. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Gran Bretaña enfrentó un debate protagonizado por sus principales líderes políticos acerca de la caracterización del régimen fascista en Alemania y, por tanto, cómo lidiar con el fenómeno: negociar una paz en condiciones inciertas o entrar en una guerra cuyo desenlace era igualmente incierto.


México se encuentra ante ese dilema en torno a su futuro, próximo y lejano. Y el tema es cómo enfrentar la presencia de los cárteles del narcotráfico en nuestro territorio. El dilema está planteado en los términos reminiscentes de Gran Bretaña antes de la guerra mundial: negociar una pax narcotiana con los cárteles o enfrentarlos con la guerra implacable, ambas estrategias de desenlace incierto. También ambas estrategias tienen implicaciones para el futuro de México. Son momentos de dilema pues, como sucede en estos casos, no hay lugar para una estrategia “intermedia”.
El PRI se encuentra, en este momento, con la vista obnubilada por una euforia ante su victoria electoral y el regreso al gobierno federal. Un ejemplo de ello es la manera en que está llenando a las embajadas y cónsules de sus militantes, sin recato alguno. Pero más grave es el dilema en torno al narcotráfico, pues hay una decisión de Estado que debe tomarse, y que se está evadiendo, y no reacciona ni con la fuerza ni la contundencia requerida. Tan obnubilado está, que ha perdido noción de la realidad misma, pues ya piensa como lo hacen los partidos en el gobierno: que el poder nunca se perderá y, por tanto, no hay que contemplar el mañana.
En el PRI subsisten dos tendencias ante el dilema de qué estrategia plantear ante los cárteles del narcotráfico. Nunca, desde la Revolución Mexicana, había sido tan amenazado el Estado nacional, como ahora. El debate no es menor, a pesar de su carácter soterrado, incluso secreto, y “confidencial”. La gravedad del momento no puede soslayarse. El futuro de la nación está en juego, tanto la viabilidad del Estado así como la paz social y la posibilidad de crear instituciones democráticas y funcionales. La tarea es titánica: hacer una reingeniería institucional, democrática y social de la sociedad mexicana en medio de una guerra contra las fuerzas que todo lo quieren destruir. Una tendencia considera que es posible pactar la llamada pax narcotiana con los cárteles (o, por lo menos, con algunos de ellos, como el de Sinaloa) que pudiera lograr una reducción notable a la violencia, eliminar su pretensión de sustituir al Estado en zonas importantes del país y apaciguar los ánimos entre cárteles al definir territorios y rutas, cártel por cártel. Otra tendencia postula la imposibilidad de pacto alguno con los cárteles, debido a su carácter esencialmente antiestatista sin mediaciones y, por tanto, se le entiende como enemigo implacable del Estado, al que hay que derrotar por vía de la fuerza que los mismos cárteles emplean. Dos visiones, dos concepciones, y no existe un terreno intermedio.
La gran diferencia entre el debate británico y el mexicano, aparte de la distancia de ocho décadas, es que el primero se dio públicamente en la Cámara de los Comunes, mientras que el actual es intramuros, privado, confidencial. Pero algunas similitudes no deben pasar desapercibidas: la amenaza al Estado y a la sociedad, la presencia de un enemigo en el que no se puede confiar, la fatiga y confusión sociales ante un conflicto de grandes proporciones. Son realidades que atemperan la toma de decisiones.
El problema con que sea un debate casi secreto es que, mientras transcurren los días, semanas, meses, los cárteles, a sabiendas, crecen en confianza y la certeza de que tienen, en la acera de enfrente, a un Estado dubitativo, meditabundo e incierto en su camino a seguir. Bien o mal, Calderón no titubeó, mientras Peña Nieto sí. Y si no hay decisión a corto plazo, México tendrá que vivir bajo una lluvia de destrucción, por la tormenta que se divisa y sin embargo no se ataja

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