29 marzo, 2013

Los bancos no pueden descansar sólo en la confianza

por Juan Ramón Rallo
Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Hyman Minsky, economista postkeynesiano con grandes intuiciones aunque sin un suficiente armazón teórico, clasificó a todo deudor en tres grandes categorías: deudor con cobertura, el deudor especulativo y el deudor Ponzi. El deudor con cobertura es aquel capaz de hacer frente a los pagos del principal y de los intereses de su deuda a partir de sus flujos de caja operativos (es solvente y líquido). El deudor especulativo, aquel que sólo es capaz de atender el pago de sus intereses mediante sus flujos de caja operativos y que, por consiguiente, necesita de una refinanciación continuada de su pasivo (es solvente pero ilíquido); y, por último, el deudor Ponzi es el que no puede atender ni los vencimientos de su deuda ni el pago de sus intereses merced a su flujo de caja operativo y, por tanto, para mantener sus operaciones necesita no sólo de una refinanciación de sus pasivos sino de un continuado incremento de los mismos (es insolvente e ilíquido).


El sistema económico sólo coordina adecuadamente a ahorradores e inversores cuando todos sus deudores cuentan con cobertura, es decir, cuando los flujos de caja (y los bienes que los engendran) llegan justo en el momento en el que los capitalistas necesitan recuperarlos. Cuando los deudores son del tipo especulativo, el sistema económico se ve abocado a un ahorro forzoso para lograr completar exitosamente sus inversiones: aunque los capitalistas querrían recuperar su capital, se verán empujados a renunciar a su liquidez y a aguardar más tiempo hasta que las inversiones sean finalmente repagadas con los flujos de caja operativos. Por último, cuando los deudores son del tipo Ponzi, los capitalistas van dilapidando sus ahorros mientras no opten por forzar la liquidación o la recomposición de sus malas inversiones. Lo que la teoría austriaca del ciclo económico explica es, precisamente, que si la mayoría de agentes incurren en una financiación de tipo especulativo, ésta provocará que el conjunto del sistema económico degenere en un esquema Ponzi que necesite de un profundo reajuste: en cuanto algunos de esos agentes dejen de refinanciar parte de las inversiones iniciadas, todos aquellos planes empresariales de tipo complementario dejarán de ser rentables (es decir, se convertirán en planes tipo Ponzi).
En el centro de este proceso de descoordinación financiero y productivo se encuentra la banca, una industria que, gracias a los numerosos privilegios que desde hace décadas les han venido concediendo los Estados, gusta de endeudarse a corto plazo (depósitos a la vista, imposiciones a corto plazo, pagarés, operaciones repo, etc.) para sufragar inversiones a largo plazo (hipotecas, préstamos empresariales, crédito al consumo, etc.). Es decir, de entrada la banca constituye el paradigma de deudor especulativo: las entradas de flujos de caja desde su cartera de inversiones no sirven, ni mucho menos, para atender las salidas de caja de su pasivo (debiendo buscar una refinanciación permanente de sus acreedores o, en caso de no hallarla, del banco central). Sucede, sin embargo, que muchas de las inversiones sufragadas por el alud de crédito artificialmente barato de la banca simplemente se transformarán en inversiones Ponzi que provocarán que, a su vez, los bancos degeneren de estructuras especulativas a estructuras Ponzi.
En tales casos, la banca sólo es capaz de sobrevivir a través de la respiración asistida de unos acreedores ignorantes de su situación real o de los rescates de un sector público que malversa el capital de los contribuyentes. He ahí toda la explicación que requiere esa manida expresión de que la viabilidad de la banca se sustenta siempre en la confianza: dado que el sector financiero ha deteriorado sus fundamentales hasta el punto de que es incapaz de hacer frente a su deuda con los ingresos derivados de actividad, sólo la irracional confianza de los acreedores en su futuro permite que la banca siga subsistiendo. Dicho de otro modo, la única forma de evitar el concurso de acreedores de una empresa insolvente es que una cantidad suficiente de sus acreedores renuncien a cobrar sus deudas con la vana esperanza de que sí las cobrarán en el futuro. Un puro esquema Ponzi donde los acreedores que escapan de la quema lo hacen a costa de incinerar y pringar a otros nuevos acreedores.
Por eso, nada debería generar tanta desconfianza en un sector económico que afirmar que el sostén esencial de ese sector económico es la confianza. Devastador aserto que equivale a condenar a sus acreedores a estar jugando a la patata caliente con sus ahorros: aquellos que, anestesiados por la propaganda, queden atrapados en las impagables promesas de un deudor insolvente perderán su capital.
Lo que necesitamos, pues, no es seguir prestando nuestra confianza ciega en una banca que no se la merece. No hay que extender ningún cheque en blanco al sector financiero para que haga y deshaga a placer con nuestros ahorros. Al contrario: lo que necesitamos es que la ciudadanía comience a desconfiar abiertamente de los bancos para que éstos se disciplinen y abandonen sus esquemas de financiación especulativos y Ponzi para adoptar uno con cobertura (tal como tiende a suceder en el resto de industrias de la economía). Gran parte de nuestros problemas actuales se deben a que aquellos que deberían estar vigilando a los bancos (sus acreedores, y no unos abstractos reguladores sin información ni incentivos para desempeñar adecuadamente su tarea) han abandonado sus responsabilidades y han entregado acríticamente su hacienda a unos gestores financieros que no merecían tan generosa y absoluta entrega.
Por supuesto, la causa de que los acreedores de la banca hayan dejado de vigilarla cabe buscarla en los perversos incentivos institucionales que tendían a protegerles de cualquier riesgo provocado por la mala praxis de los bancos, por ejemplo los bancos centrales y el fondo de garantía de depósitos. No es hora de seguir reclamando confianza sin fundamento, sino de exigir unos fundamentos confiables. Y para ello el entramado institucional tiene que modificarse de arriba abajo para que, a su vez, la actitud y los incentivos de los acreedores de la banca también muten.

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