Fernando Amerlinck
¡A
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quí está invicto, puro, transparente, único, verdadero,
vivo para siempre, para todos los tiempos, para este y para todos los tiempos
futuros! ¡Misión cumplida, Comandante Presidente! ¡La batalla sigue! ¡Que viva
Hugo Chávez! ¡Que viva nuestro pueblo! ¡Hasta la victoria siempre, Comandante!
¡No soy Chávez, soy su hijo!
El sucesor hereditario monárquicamente designado por Hugo
Chávez ha dicho todo lo anterior (aunque usted no lo crea, se apellida Maduro),
y siguió encarrerado en sus alocuciones húmedas: “Fíjense ustedes, una noticia
importante: nosotros sabemos que nuestro comandante ascendió hasta las alturas;
que está frente a frente a Cristo. Alguna cosa influyó para que se convoque a
un papa sudamericano. Alguna mano nueva llegó y Cristo le dijo, bueno, llegó la
hora de América del Sur…”
Imposible dudar del ventrílocuo terrenal del Eterno: Chávez
es Chávez y Maduro su profeta. Tan privilegiada revelación —un comandante que
comanda a Cristo— sólo puede provenir de un santo que además de transparente,
puro, único, verdadero y eterno, podría decir “Yo soy el invicto camino, la
mera verdad y la pura vida”. Pongámonos de rodillas ante el comandante de
comandantes, de redentores y de papas. “¡Todo el apoyo y la solidaridad a
nuestro glorioso pueblo de Venezuela, a nuestro comandante Hugo Chávez! ¡Chávez
vive, la lucha sigue! ¡Perdonamos a los que lo injuriaron; que estén libres de
todas sus culpas!”
¡Fiuuu! El Profeta nos ha perdonado por tanto que hemos
criticado al eterno comandante. “No ha habido líder en la historia de nuestra
patria más vilipendiado, más injuriado y más atacado vilmente que nuestro
Comandante Presidente. Jamás en 200 años se mintió tanto sobre un hombre, ni
aquí, ni en el mundo.”
No: el vilipendiado Chávez no sólo no ha muerto; está más
vivo que nunca. Lo dejarán vivo al estilo de sus maestros Lenin, Stalin y Mao.
Algunos dolientes coreaban “Chávez al panteón, junto con Simón” pero pudo más
su nuevo hijo y lo dejarán en formaldehído para ser adorado en un museo, muy al
argentino estilo de Santa Evita: Venezuela y Argentina elevan a los altares a
sus verdugos. En Argentina —que fue parte del I Mundo a principios del siglo
XX— idolatran a los Perón. Rumbo al IV Mundo, luego de medio siglo, la debacle
argentina continúa.
Chávez dispuso de casi un millón de millones de dólares
durante el mayor auge de los petroprecios pero ni así logró de veras reducir la
pobreza, como por cierto lo hizo también (petrolera o no) toda Latinoamérica. Y
con la economía arruinada, la moneda devaluada, ahogado en deudas y déficits,
lo elevan a comandante directo del mismísimo Dios Hijo. Sí que la religión chavista
es opio para su pueblo.
En Argentina, Santa Evita murió sin lograr su sueño de ser
presidenta después de su desastroso marido. En cambio, la presidenta Kirchner
sí logró el cargo porque no murió ella sino su desastroso esposo. Y al llegar a
Caracas en un avión cuyo nombre es Juan Domingo Perón, tampoco regateó religiosidad:
“Hombres como Chávez no mueren; se siembran”. Pongámonos nuevamente de
rodillas.
Los demagogos, arruinadores, tiranos y verdugos de sus
pueblos nunca mueren, pero sólo si cumplen una condición purificante
indispensable: proclamarse de “izquierda”. La izquierda es bálsamo protector
universal que garantiza la vida eterna, sean cuales fueren sus delitos o
crímenes. En toda geografía, desde Corea del Norte hasta Cuba pasando por el
Cono Sur, los dictadores no lo son porque son compadres: son correctos, son de
“izquierda”. ¡Ay del dictador que no se proclame de izquierda! porque se va al
pinochetesco, hitleriano, franquista, mussoliniano, somocista basurero de la
historia. La izquierda es la ruta correcta para los pillos más ambiciosos, los
mentirosos más falaces, los demagogos más contumaces. Los teóricos más utópicos
no buscan su recinto de los sueños en Disneylandia sino en el gobierno.
Ejemplo: el nicaragüense Daniel Ortega pide “…darle
continuidad a los sueños de Bolívar, a los sueños de Sandino, a los sueños de
Martí, de Fidel, a los sueños de Hugo Rafael Chávez Frías.” Habrá que ver en
sus hechos (no en sus delirios) a Chávez, Maduro, Kirchner, Correa, Evo, Perón,
Ortega o cualquier perfecto idiota latinoamericano. Decía Oscar Wilde que las
pesadillas también son sueños…
Pero también es latinoamericano el Papa Francisco. Hombre
de ciencia, de letras, de espíritu, jesuita culto, modesto, sencillo,
espontáneo y de buen humor. Uno que luego de saludar a la gente y antes de
impartirle su bendición se inclina ante ella y previamente le pide reforzarlo
con sus oraciones; un sabio que viaja en Metro y habla quedo pero por ello
mismo es firme y enérgico, enemigo de la hipocresía que no teme criticar
duramente al poder. Alguien para quien “si no hay esperanza para los pobres, no la habrá para
nadie, ni para los llamados ricos”. “Si no sos capaz de suscitar esperanza
entre los pobres tampoco la vas a tener vos”. Un Papa que critica lo dicho por
Susanita, la de Mafalda: “Yo cuando sea grande voy a organizar tés con masas,
sándwiches y esas cosas ricas, para comprar polenta y fideos y las demás porquerías
que comen los pobres”.
Frente a los más conservadores demagogos y caudillos,
reliquias del antepasado en este reducto de la obsolescencia ideológica que es
nuestro continente, esas palabras recuerdan lo que el cardenal Bergoglio pedía
a su grey: “no tenerle miedo a la esperanza”.
Sigo hablando de religión al recordar que se persignó
Chávez en la ONU al hablar de Bush: “Ayer estuvo el diablo aquí. ¡En este mismo
lugar huele a azufre todavía!” Así es. Desde el Bravo hasta la Patagonia, en
esta tierra de caudillos nos hemos ahogado con el azufre de gente como Chávez y
toda una legión de émulos. Nos urge por fin respirar aire puro, que en ciertos
lugares (como venturosamente en México) hemos empezado a respirar. Creo que
mucho del nuevo oxígeno provendrá ahora del Vaticano.
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