19 marzo, 2013

PAN: el pato cojo

Martín Moreno

PAN: el pato cojo
El calificativo atribuible a poderes con falta de apoyo de las bases (lame duck) embona perfecto al PAN y a su coyuntura: huérfano de líderes, carente de oferta política atractiva, desvanecido el respaldo de su militancia y, lo más preocupante: ser comparsa de un gobierno que ha restaurado al presidencialismo, en vez de ser una oposición confiable y de contrapesos.


Hoy por hoy, Acción Nacional gravita entre el servilismo hacia el gobierno y la reyerta interna por controlar a la estructura partidista. Como las rémoras, sigue al pez grande, moviéndose dócil bajo su sombra para tragar apenas las sobras del platillo principal.
Y como el pato cojo, se tambalea hacia ninguna parte y requiere la muleta (gubernamental) para seguir de pie.
Se acabaron los Castillo Peraza y su ideología brillante. No más Fox y candidatos arrolladores. Adiós a los Calderón y panistas eficaces. Gustavo Madero es apenas un esbozo de dirigente que lleva tatuada en la frente —para efectos de registro histórico—, la pérdida de la Presidencia en 2012. Una cosa es el apoyo al líder y otra, diferente, es el respeto. ¿Quién respeta a Madero?
Además de Madero —en declive, al ser derrotado por la decisión mayoritaria de que serán las bases partidistas las que elijan a sus dirigentes, incluido al presidente nacional— hay otros nombres que asoman la cabeza para rescatar del naufragio al PAN.
Allí está, otra vez, Josefina Vázquez Mota, que necesita sacudirse esa imagen de la tía afable que con todos queda bien, y asumirse como una política de lucha permanente y con mayor poder de decisión. Más carácter, menos sonrisa.
Allí está Gabriela Cuevas y su carisma político, su imagen poco golpeada y de alta probabilidad de escalar en la pirámide blanquiazul… si la dejan.
Allí están Javier Lozano y Ernesto Cordero, los calderonistas mejor posicionados, y que se perfilan para dar pelea por la dirigencia nacional. Lozano parece tener empuje, experiencia y colmillo para sacudir el anquilosamiento azul.
Allí está Mariana Gómez del Campo, cercana a los Calderón-Zavala, con reto mayor: sacar del marasmo al panismo del DF, con una izquierda enfrentada, con un Ebrard que sigue influyendo y un Mancera que intenta afianzarse; con un PRI que no registra el efecto Peña. Mariana tiene, en la capital, su gran prueba. A ver si la pasa.
¿Y en la otra esquina? Sí, “El Yunque”, reclamando su liderazgo con el bloque de gobernadores encabezados por Juan Manuel Oliva y que tiene, en el senador guanajuatense Juan Carlos Romero Hicks, a su punta de lanza para el liderazgo nacional.
¿Quién apuesta una moneda por el PAN?
Por lo pronto, se tomó la decisión de que las bases elijan en directo a sus dirigentes. Estampa democrática, aunque de alto riesgo. O, como lo define Germán Martínez Cázares (Reforma 18/III/2013 ¿Perredizar al PAN? ):
“Es una vulgar perredización del PAN. Se copió el asambleísmo populista de algunas universidades públicas donde se ovacionan mediocridades. Más de López Obrador que de Gómez Morin es la exaltación de la democracia directa”.
Perredizado o no, el PAN necesita de golpes de timón, de cambios de fondo y, aun con los pros y contras que conlleva esa decisión de que las bases, y no la cúpula, elijan a sus dirigentes, se antojaba necesaria para sacudir al partido, bajo derrota propinada a Madero.
“Ellos (los maderistas) rompieron el quórum porque dijeron: ahí muere, mejor rompemos el quórum para que esta madriza no siga…”, dijo, a su manera, el senador Lozano, quien más allá de estridencias verbales, fotografió con precisión el momento que vive el PAN:
“La lectura es que hay un hartazgo, que luego de la derrota hay una especie de orfandad, de falta de rumbo, de liderazgo”.
A pesar de su fracaso parcial como partido gobernante —si hubieran sido eficaces seguirían en el poder presidencial—, en la Asamblea Nacional del PAN hicieron falta los razonamientos ideológicos de la escuela de Castillo Peraza; los arrebatos de Fox; las estrategias de Calderón. Vamos, cómo estará la ausencia de figuras que hasta se extrañó a Bravo Mena o al propio Martínez Cázares.
Al PAN —y a la democracia— le urge erigirse en una oposición abierta al diálogo, sí, a los acuerdos —base de la política—, pero también a la crítica permanente al poder y —ahí sí— a la sana distancia con un sistema diseñado más para el presidencialismo que para la democracia.
Si el PAN se asume como oposición crítica y de contrapesos, beneficiará a nuestra pálida democracia.
Pero si continúa por la ruta de la sumisión y el agachamiento político, muy pronto asistiremos a sus exequias. Lo triste es que en el mismo ataúd irá la democracia.

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